En 1978, dos delincuentes comunes robaban el ataúd del cineasta, muerto dos meses antes, y pedían un rescate de 600.000 dólares
No era la primera vez que ocurría. El
cadáver de Mussolini fue robado y estuvo desaparecido varios años. Lo mismo
ocurrió con los restos de María Callas, Eva Perón o el general
Petain. También lo intentaron, poco después de morir, con el mismísimo Elvis Presley. Al gran Charlie Chaplin apenas le dejaron
descansar un par de meses después de su fallecimiento en la noche de Navidad de 1977,
cuando contaba con 88 años.
En la madrugada del 1 al 2 de marzo de 1978, dos
delincuentes comunes entraban en el pequeño cementerio de la localidad suiza de
Corsier-sur-Vevey, donde vivía la familia del director de «El Gran
Dictador» o «Tiempos Modernos», y profanaban su tumba. Ni siquiera habían instalado
aún la lápida con el epitafio grabado cuando robaron el ataúd con sus restos
mortales. Los policías tan solo encontraron el hoyo donde se encontraba
enterrado el féretro (como se observa en la fotografía), huellas de pisadas que
se dirigían hacia la puerta del cementerio y marcas de ruedas de un vehículo.
Esas fueron todas las pistas con las que contó la Policía suiza, cuya
primera hipótesis, y a la postre la correcta, fue que los secuestradores tenían
el objetivo de pedir un rescate a la familia de Chaplin por sus restos. En
aquel momento, la fortuna acumulada por los descendientes tras la herencia,,
ascendía a unos 25 millones de dólares.
«Charlie lo hubiera encontrado ridículo»
Los ladrones, dos mecánicos de automóviles de nacionalidad polaca (Roman
Joseph Wardas, de 24 años) y búlgara (Gandscho Ganev, de 38), no
contaron con que la viuda de Chaplin, Oona OŽNeill, lo tenía más que
claro: nada de pagar el más mínimo rescate por los restos de su marido.
«Charlie lo hubiera encontrado ridículo»,.
Sin embargo, dar con los responsables de «uno de los hechos
delictivos más macabros y rocambolescos de los últimos tiempos», no fue tan
fácil. La Policía rápidamente difundió una alerta no solo a
Suiza, sino a toda Europa, que no dio resultado alguno. Y durante los
primeros días no recibieron aviso alguno de los responsables del robo,
por lo que la hipótesis del rescate empezó a perder peso: «En realidad, nadie
sabe lo que se encuentra detrás del robo, pero no parece un intento de pedir un
rescate», dijo el portavoz de la familia.
Pocos días después OŽNeill comenzó a recibir llamadas telefónicas
de Wardas y Ganev exigiendo cifras desorbitantes por los restos del cómico.
La primera ascendía a 600.000 dólares, después fue rebajada a 600.000
francos suizos y, posteriormente, a 500.000, llegándole a enviar
fotos que probaban que el cadáver de Chaplin estaba en su poder. Pero se notaba
que los delincuentes no eran unos profesionales en esto de la extorsión.
Vigilancia sobre 200 teléfonos públicos
Tras una serie de amenazas de muerte a la familia, Oona OŽNeill
aceptó colaborar en las investigaciones de la Policía, permitiendo
que pincharan la línea telefónica del castillo donde vivía con alguno de sus
hijos (Geraldine Chaplin, que residía en Madrid con su
pareja de entonces, el director Carlos Saura, que se
enteró del robo del cadáver de su padre por la prensa).
El 16 de mayo, OŽNeill informó a la Policía que los
secuestradores iban a llamarla de nuevo para obtener una respuesta definitiva,
por lo que se instaló un equipo de vigilancia sobre 200 teléfonos públicos
de la ciudad de Lausanne y sus alrededores. Un movimiento eficaz que dio
inmediatamente con Wardas en una de las cabinas y horas más tarde con Ganev.
Tras las confesiones, la
Policía pudo recuperar el ataúd y el cadáver enterrados a pocos
kilómetros del cementerio de Corsier-sur-Vevey.
Durante el juicio, Wardar confesó que la «original»
idea de robar el cadáver de Chaplin se le ocurrió por asociación de ideas, al
leer en la prensa la noticia de que la Policía italiana había recuperado en Bari el
ataúd y el cuerpo sin vida de Salvatore Matarrese, padre de un importante
senador. Luego convenció a Ganev, huido de Bulgaria, de que participara en el
robo. Ambos extrajeron el ataúd del cómico de más de 120 kilos y lo subieron al
vehículo. Y, por último, lo trasladaron hasta la cercana población de
Neville, donde, en el centro de un enorme campo de maíz, lo volvieron a
sepultar.
Esta rocambolesca historia fue como la última escena de una vida de
película. Después de aquello, «el único genio de la industria del cine», uno de
los «actores más célebres de todos los tiempos», como le definieron alguno de
sus colegas, descansó por fin en paz. .
No hay comentarios:
Publicar un comentario