UNA BURGUESA AL SERVICIO DEL ESTALINISMO
Una biografía sobre Caridad Mercader revela que tuteló el
crimen cometido por su hijo
Caridad del Rio Mercader, madre del asesino de Trotski
El día en que su hijo mató a Trotski, en el momento en que
le clavaba el piolet, ella le esperaba en una calle próxima a la casa. Dentro
de un coche. Caridad tuteló todo el largo proceso que había llevado al
asesinato. “Dicen que le dio la bendición y esperó. Hay muchas formas de darse
valor mutuamente. Lo que parece que Caridad le dio fue el último empujón”,
escribe Gregorio Luri en El cielo prometido. Una mujer al servicio de Stalin
(Ariel), un adictivo y minucioso libro y que le ha llevado dos décadas de
cocción. La idea se gestó cuando el azar quiso que Luri conociera a Luis,
hermano de Ramon Mercader. “¡Una mujer terrible, terrible!, le comentó el hijo
pequeño de esta saga (su padre biológico no era Pablo Mercader, como el resto
de hermanos). Esa circunstancia había supuesto un cisma para la familia.
Ese 20 de agosto de 1940 Ramon Mercader, un hombre de
partido, con una presencia física imponente, se había mostrado nervioso como
nunca con Sylvia, su novia. Sylvia Ageloff fue la mujer –mecanógrafa y ayudante
de Trotski– a la que hizo creer que estaba enamorado para abrirse camino hasta
el dirigente. Primero intentó logar la ayuda de Frida Kahlo, pero esta se la
denegó.
Ramon había tenido otras novias, todas comprometidas con la
causa comunista, como Lina Imbert (que prefirió dispararse un tiro en la sien
antes que confesar ante un grupo falangista) o Marina Ginestà (eterno rostro de
guerrillera, fusil en ristre, en la mítica foto tomada en el hotel Colón, de
apenas 17 años). Así lo recordaba Teresa Pàmies: “Lo que se dice un chico
guapo, bien plantado y simpático. Las chicas se lo rifaban (...) Carismático.
Le contabas tu vida sin darte cuenta. Era encantador”.
Ramon Mercader: ficha policial
Pero... ¿cómo era, en realidad, Caridad del Río (tomó el
apellido Mercader de su marido)? Parece que nació en Santiago de Cuba en 1892
(ni siquiera esa fecha es segura) y que hasta los treinta años fue una burguesa
de manual que amaba montar a caballo, nadar y fumar cada día dos paquetes de
Gauloises sin filtro. Ni sus cinco hijos –todos en escuelas religiosas– ni un
esposo complaciente, Pablo Mercader, le parecieron suficientes motivos de
felicidad. Caridad se licenció en matemáticas en la Sorbona. Estricta, resuelta
y soñadora se aferró a lo que le parecía mucho más intenso: la causa comunista.
La familia de su esposo llega a ingresarla en un sanatorio psiquiátrico en Sant
Gervasi donde recibe “terapia electroconvulsiva”. La llamaban La heroína de las
Drassanes.
Tras el asesinato, Ramon Mercader pasó veinte años en la
cárcel, previo paso por mil horas de sesiones psiquiátricas. Ahora que se
estrena la película El elegido de Antonio Chavarrías cabe recordar aquella otra
película sobre el asesinato de Trotski, de Josep Losey, protagonizada por Alain
Delon. “Ramon era mucho más guapo”, dijo Sara Montiel, que visitó muchas veces
a Ramon en su celda. Él acabó viviendo con Roquelia, una mujer que al ver su
foto en el periódico quedó perdidamente enamorada.
Nunca logró olvidar el grito de Trotski al recibir el
impacto del piolet. “Tan largo, infinito, que me perfora aún el cerebro”. Para
muchos de los testimonios del libro Ramon no fue un “criminal sanguinario sino
un asesino político, un hombre atrapado en sus convicciones”. En cualquier caso
no le exime de sus actos.
El 6 de mayo de 1960 Ramon Mercader es puesto en libertad.
Le asignan un amplio apartamento en Sokol, barrio residencial. Le conceden
también una dacha en Krátova, a 42 kilómetros de Moscú, y una pensión del
comité central y del KGB que era equivalente a la de un general de división
retirado. Murió en el año 1978. Sus cenizas fueron transportadas por su mujer y
sus hijos a Moscú.
“Creo que Caridad amó a sus hijos... a su manera”, afirma
Gregorio Luri. Se sintió siempre culpable del crimen que permitió que
perpetrara su hijo y pasó años atormentada por dar con la fórmula que lo sacara
de la prisión de México. Acabó sus días en una desesperante soledad, recordando
a Pablo, el hijo que perdió en el frente. Ya no era aquella mujer que había
glosado el diario Treball: “Nuestra excelente camarada Caridad Mercader, que
tan bravamente se batió en Barcelona y Huesca, continua gravemente herida, pero
fuera de peligro...”.
Todos los españoles “que vivieron en el paraíso soviético
sabían que estaban en el infierno de Dante y soñaban con escapar de él”, le
escribe Yves Monino al autor de esta biografía. Al final de libro, Gregorio
Luri, buen conocedor de las disciplinas pedagógicas, le pregunta a Jean-Michel
Kantor (para quien Caridad fue como su abuela) con qué recuerdo se queda de
ella. “¡Con su éclat de rire!”, le contesta. En palabras de Alain Minc esa risa
era “demasiado violenta para ser un signo de alegría vital, pero suficiente
para traducir la violencia misma de la vida”.
Madre e hijo habían pasado muchos veranos en Sant Feliu de
Guíxols, recuerdos de la infancia que Ramon mantuvo intactos. Al final de su
vida dijo que aquel era “el paraíso” del que nunca hubiera querido salir.