El profesor Antonio Pérez Lagarcha repasa para ABC el origen
de la egiptomanía, la fascinación por el país de las pirámides que inició una
campaña militar a finales del siglo XVIII
Eduardo Toda, Cónsul General de España en El Cairo,
disfrazado de momia - MUSEO ARQUEOLÓGICO NACIONAL
De la momia en blanco y negro de Boris Karloff al malvado
Imhotep de los filmes de Stephen Sommers. El Antiguo Egipto ha inspirado
algunas de las películas más famosas del cine, demostrando que la fascinación
por el país de las pirámides es un negocio rentable cuando reaviva una fiebre
que nació a finales del siglo XVIII, que se prolongó por el XIX y el XX y que
perdura en la actualidad: la egiptomanía. Antonio Pérez Lagarcha (Madrid,
1962), profesor de la Universidad Internacional de La Rioja, dio hace dos
semanas una charla en el Museo Arqueológico Nacional, «La visión del antiguo
Egipto en el Romanticismo», para explicar ese fenómeno. En la concedida a ABC,
repasa la historia de una pasión que ha convivido con el desarrollo científico
de una disciplina, la egiptología, que tardó en llegar a España, pero que hoy
goza de buena salud.
El inicio de la egiptología se puede fechar a finales del
siglo XVIII, con la expedición de Napoleón.
La campaña de Napoleón de 1798 abrió definitivamente Egipto
a la Europa occidental. Napoleón se hizo acompañar por una comisión de expertos
de todas las áreas del conocimiento, de historiadores, botánicos, geólogos e
ingenieros, que recogieron el país y lo describieron realizando grabados e
ilustraciones de los monumentos y de lo que iban viendo a lo largo de su viaje.
Esa obra se publicó luego en varios volúmenes y acercó Egipto a Europa. Hasta
entonces, esa tierra se conocía por el mundo griego, con Herodoto, y por los
obeliscos que Roma se había llevado. Su imagen también aparecía en la Biblia,
con un Egipto poderoso gobernado por un faraón despótico. Además, a comienzos
del siglo XIX hubo un cambio en la mentalidad y en la sociedad de la época, que
combatió a la razón que había sido dominante durante el siglo XVIII, en la
Ilustración. Se buscaron nuevos mundos, y atraía lo exótico y lo diferente.
¿Cómo influyeron esas primeras fuentes griegas y bíblicas en
la imagen de esa tierra?
Los exploradores que fueron el siglo XVI y XVII, que fueron
pocos, y los que lo visitaron luego durante gran parte del XIX, lo hacían con
el libro de Herodoto y con la Biblia debajo del brazo. Lo que les interesaba de
Egipto era encontrar evidencias de ciudades, lugares y personajes bíblicos, y
de monumentos y costumbres que describían los clásicos.
¿Cómo cambió la imagen que había sobre esa tierra la
«Descripción de Egipto», la obra publicada tras la expedición de Napoleón?
La obra tuvo impacto en la sociedad, porque transmitió unas
imágenes al público que despertaron su interés. Además, de forma paralela, las
grandes potencias europeas, Inglaterra, Francia, Piamonte o el Imperio
Austro-Húngaro, empezaron una carrera para ver quien conseguía las maravillas
más importantes y se las quedaba. Así se pusieron las bases de las colecciones
egiptológicas del Museo Británico, del Louvre o del Museo de Turín, y después,
a mediados de siglo, del Museo de Berlín.
La pasión era tal que incluso afectó al mobiliario de la
época.
Sí. Esa fiebre influyó en edificios, como la sala egipcia de
Piccadily, y en muchos monumentos y fuentes de distintas ciudades europeas. En
Estados Unidos llegó un poquito más tarde. También repercutió en los objetos de
decoración, como medallas, colgantes y muebles o en los relojes con forma de
pilono.
El descubrimiento de la piedra Rosetta durante la campaña
napoleónica fue esencial para la egiptología. ¿No matizó la visión heredada del
mundo griego y de la Biblia?
La piedra Rosetta fue hallada por la expedición de Napoleón,
pero se la quedaron los ingleses tras la batalla de Abukir, y por eso está en
el Museo Británico. Es importante porque es un documento escrito en tres
lenguas que permitió a Champollion, en 1822, poner las bases del desciframiento
de los jeroglíficos. A partir de entonces, se pudieron leer las inscripciones,
y lógicamente eso contribuyó al desarrollo científico de la egiptología. Pero,
aunque la visión anterior empezó a matizarse, los avances tardaron en llegar al
conjunto de la sociedad. Pasaron unos años hasta que esa escritura se pudo
descrifrar en su totalidad y con claridad. Por eso pervivió la idea de que era
una escritura que no se podía leer y que guardaba unos conocimientos ocultos,
un hermetismo.
A lo largo del siglo XIX, ¿cómo evoluciona la egiptología?
A nivel científico, hay que esperar prácticamente hasta la
última parte del siglo XIX y sobre todo a comienzos del XX para que se pongan
las bases de la arqueología en Egipto. También nació el Museo Egipcio de Bulaq,
y los exploradores y los viajeros empezaron a dejar de buscar objetos
maravillosos para sus colecciones privadas y para las de los museos. Aún así,
las personas siguieron fascinadas por el país: por ejemplo, en 1922, cuando se
descubrió la tumba de Tutankamón, la excavación fue patrocinada por Lord
Carnarvon, que fue quien puso el dinero.
Aparecen figuras como el francés Gaston Maspero, director de
Servicio de Antigüedades egipcio.
Fue uno de los hombre que puso las bases de la egipotología
científica. Maspero descifró los textos de las pirámides, puso la base de una
investigacción basada en la lectura de la escritura jeroglífica y fundó
instituciones como el Instituo Francés de Arqueología Oriental. Además, impulsó
una política de protección de los monumentos y de los objetos que se descubrían
para que permanecieran en Egipto.
Es en esa segunda mitad del siglo XIX cuando se estrena
«Aida» de Verdi, que también está imbuida de orientalismo y de pasión por
Egipto.
«Aida» es significativa porque refleja la egiptomanía que
existía en Europa en 1871, el año que la ópera se estrenó en El Cairo. El jeque
que gobernaba entonces Egipto quería acercar el país a Europa y separarlo del
Imperio Otomano. Por ello, intentó europeizarlo con instituciones o monumentos.
También encargó a Verdi la composición de esa ópera, que en principio se iba a
estrenar con motivo de la inauguración del Canal de Suez, una obra que supuso
un avance científico y comercial clave para la época. Finalmente, sin embargo,
fue estrenada dos años después. «Aida» estaba basada en el Antiguo Egipto.
Parece que España permanece ajena a ese desarrollo de la
egiptología a finales del siglo XIX, pero hay una figura interesante, Eduardo
Toda y Güell.
Eduardo Toda fue un diplomático español en Egipto que entró
en contacto con arqueólogos y cónsules de otras potencias europeas, y sobre
todo con Gaston Maspero. Toda recorrió el país y excavó una tumba en Tebas. Fue
el único representante español en el desarrollo de la egiptología en el siglo
XIX. En España no había una tradición. El orientalismo, aquí, se centró sobre
todo en Andalucía, en Al-Andalus, y en el norte de Marruecos. España quedó al
margen de las dinámicas que estaban sucediendo en el resto de Europa; nuestro
país perdió colonias en el XIX, cuando se desarrolló el imperialismo europeo.
Por ello, quedó relegado territorialmente y también en avances científicos.
Hemos hablado del Museo de Turín o del Louvre, pero, ¿cuál
es el origen de la colección egipcia del Museo Arqueológico Nacional?
Una parte de la colección procede de los trabajos que
realizó Eduardo Toda en Egipto y de los objetos que reunió durante su estancia.
Otra viene de colecciones privadas y de las compras del Museo. Algunos objetos
surgieron en tumbas de la Península Ibérica, traídas por los fenicios: por
ejemplo,los vasos canopos de Almuñécar.
Ya en el siglo XX, un descubrimiento contribuye a reavivar
la egiptología y la egiptomanía: la tumba de Tutankamón.
Ese hallazgo tiene varias paradojas. La tumba de Tutankamón
es la más pequeña del Valle de los Reyes, pero, al descubrirse intacta y con
todas sus joyas y toda su decoración, alimentó todavía más la imaginación: si
la más pequeña tenía esos tesoros, ¿cuántos podía tener el resto? Una tumba
intacta es la aspiración de todo arqueólogo.
Howard Carter, el arqueólogo que la halló, dio varias
charlas en España.
Sí. Howard Carter vino a España y habló en la Residencia de
Estudiantes. La noticia fue recogida en los medios de comunicación y tuvo un
gran impacto. A pesar de ello, por desgracia, no propició el nacimiento de una
escuela de egiptología.
El cine también ha jugado, en el siglo pasado y en el
actual, un papel clave en el mantenimiento de la egiptomanía.
El cine fue un paso más en el mantenimiento de la
egiptomanía, como antes lo había sido la fotografía. La figura de la momia, que
comenzó a estar presente desde la película de Boris Karloff, apareció en
distintos filmes. Encarna algo desconocido que pervive en el tiempo, porque
resucita en todas las películas y también plantea la cuestión de la
preservación de los cuerpos o de los tesoros ocultos en las tumbas. En
definitiva, periódicamente salen películas que retoman el tema.
Madrid tiene el templo de Debod. ¿Cómo llegó a la capital?
El templo vino a España porque nuestro país participó en la
campaña de salvamento que organizó la UNESCO con motivo de la construcción de
la presa de Asuán, que inundó una vasta extensión de Nubia. Hubo que trasladar
templos, como el de Abu Simbel, y también excavar de urgencia todo lo que iba a
quedar anegado. En agradecimiento a la cooperación española, se regaló a España
el templo de Debod, y también le dio una concesión arqueológica, el yacimiento
de Héracléopolis Magna, la primera misión arqueológica que tuvimos en Egipto.
Comenzó en 1966, y continúa en la actualidad.
Y después de esa concesión, ¿cómo evolucionó la egiptología
en España, hasta nuestros días?
En esa excavación se pusieron las bases de la egiptología
científica y académica en España. Poco a poco, sobre todo en los 80, se logró
que entrase en la unviersidad con asignaturas dedicadas a la egiptología y al
Próximo Oriente. Muchas personas se formaron también en el extranjero, porque
aquí no había ni bilbiotecas ni recursos. Los profesores universitarios y los
investigadores que tenemos en la actualidad trabajan en las misiones
extranjeras y en las españolas.