viernes, 4 de agosto de 2023

Barbie: planitud y autonomía


 

Si bien el estereotipo de Barbie ha sido, por su profunda vinculación aspiracional, nocivo para generaciones enteras de mujeres, el de Ken ha orbitado siempre en torno a la irrealidad, el ilusionismo, la envidia y la gracia

 

 

Casi todos los de mi generación —que, aunque conocida como centenialls, yo llamaré Generación Toy Story— hemos soñado en la infancia con que nuestros juguetes cobrasen vida autónoma. En mi caso, no se trataba de que yo desease una multiplicidad de poderes con los que concederles vida a mis juguetes, sino de una anulación de mis poderes como dueño. El estímulo impulsado por la saga de Toy Story proponía una seria desagenciación del niño, como si su amor no bastara para contentar a los juguetes y —lo que es más grave— como si la proyección de sus deseos de futuro más íntimos tampoco surtiera efecto alguno. Comprobar la distancia fría y calculada que algunos juguetes de la saga mantienen con Andy fue, en mi caso, una experiencia cercana a la desolación. Si bien la película me acercaba a la soledad, de niño me gustaba ver las dos primeras entregas continuamente, incluso varias veces al día, quién sabe si buscando por fin a Andy…  ese protagonista ausente. Cuando llegó la tercera película todo había cambiado: ya no había deseos infantiles, ni miedo al abandono, así que no dudé en hacer concesiones nostálgicas, desde luego más satisfactorias que cualquier aspiración infantil. En esa película, juguetes por todos reconocibles como Barbie y Ken hacían un cameo, envuelto este último en una sospechosa aura de ambigüedad sexual. Ataviado con un pañuelito rosa, el Ken de Toy Story no toleraba una mínima separación de su compañera, a la que continuamente deseaba satisfacer —es célebre la escena en la que improvisa un desfile en su enorme vestidor—, pero todo en él connotaba sospecha.

La película surge como una cura frente al desencanto que los productos categorizados como ‘femeninos’ han generado en una sociedad post #MeToo

 En un momento de Barbie, película que cumple por fin con el sueño de la encarnación plástica, los arquetipos masculino y femenino del mundo perfecto de Mattel, representados por Ryan Gosling y Margot Robbie, se encuentran a un grupo de obreros tomando un bocadillo en un descanso de trabajo en Malibú. En cuanto ven a Barbie, comienzan a soltar comentarios soeces y piropos inadecuados, a los que Barbie responde gritando que ni ella, ni su compañero Ken, tienen genitales.

Por Pablo Caldera

Exposiciones de fotografía de moda para un veraneante imaginario

 

La fotografía de moda propone un equilibrio entre fantasía y exigencia comercial, donde cultura de consumo y belleza se dan la mano para crear un producto cultural que refleja la cultura contemporánea

 A pesar de que la fotografía de moda se consolidó como un género comercial con fin publicitario, en su evolución a lo largo de los siglos XX y XXI se fue convirtiendo en una disciplina autónoma cuya manifiesta naturaleza artística dejaba de ponerse en cuestión. De hecho, esta disciplina hunde sus raíces en la historia del arte occidental, de la que toma sus códigos y patrones estéticos. Las actrices y bailarinas de la Inglaterra victoriana posaban ante los fotógrafos como lo habrían hecho ante los grandes retratistas, décadas atrás. 

Como señalaba Guillermo Solana en el catálogo de la exposición Mario Testino. Todo o nada del Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid, la pintura cortesana de los siglos XVI a XIX ha sido la fuente de inspiración de muchos de los más grandes fotógrafos de moda de todos los tiempos. Así, la puesta en escena, los decorados, las actitudes de los modelos, en definitiva, la teatralidad…  de retratos de pintores como Diego Velázquez, Anton van Dyck, Hyacinthe Rigaud, François Boucher, James McNeill Whistler o John Singer Sargent, han sido recreados por fotógrafos como Cecil Beaton o el citado Mario Testino. 

 
 La fotografía de moda es mucho más que elegancia y belleza, tiene siempre como marco un trasfondo social en el que asienta sus valores estéticos. Es, sobre todo, un equilibrio entre fantasía y exigencia comercial, donde cultura de consumo y belleza se dan la mano para crear un producto cultural que refleja la cultura contemporánea, los cambios estilísticos y sociales de cada momento; e, incluso, el reverso de esa cultura de consumo (como manifiestan las fotografías del suizo Daniele Buetti, que señalan la violencia ejercida por la publicidad de moda, tal como apunta Sonia Capilla en La vestimenta. Una historia entre modas y disidencias).  


 

Este verano, varias instituciones en territorio nacional y europeo parecen haber coincidido en dedicar parte de sus espacios a esta disciplina, que da pie a fantasear con un recorrido temático al que los veraneantes podrían entregarse en este comienzo de agosto