viernes, 13 de marzo de 2015

Ocho claves del periodismo cultural



Sergio Vila-Sanjuán dibuja un paisaje histórico del oficio en su discurso inaugural como nuevo miembro de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona

Noche de gala y terciopelo rojo en el imponente y “mágico” Palacio Requesens, en el centro histórico de la capital catalana. Allí el periodista y escritor Sergio Vila-Sanjuán leyó su discurso como nuevo miembro de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona, una institución fundada en 1729, y deudora de una entidad anterior, de nombre enigmático: La Academia de los Desconfiados.
Vila-Sanjuán, coordinador del suplemento Cultura/s, y premio Nadal por su novela Estaba en el aire, dibujó un paisaje histórico (el flamante académico es también historiador) del oficio, acudiendo a los pioneros del periodismo cultural: Giorgio Vasari, James Boswell y Johann Peter Eckermann.

El periodista, que ocupa el cargo que anteriormente ostentaba el malogrado Fabián Estapé, recordó también los importantes cronistas de fin de siglo, como Emilia Pardo Bazán, o Martí y Darío, para luego pasar a hablar de Borges como informador cultural. Especial interés puso Sergio Vila-Sanjuán en acentuar la importante del estilo que creó el New Yorker, que apostó desde su fundación por crear “un intelectual colectivo”. También hubo espacio para analizar la metamorfosis del sector en esta casa, La Vanguardia, o para recordar la importancia que tuvo el ejercicio profesional en prensa de algunos de los protagonistas del boom, como Donoso, Vargas Llosa o García Márquez.

Como colofón, el autor de Una heredera de Barcelona o El Club de la Escalera, ofreció una suerte de compendio, de lista de prioridades, que sintetiza bien qué es, o debería ser, un buen periodista cultural. Lo resumimos aquí:
1) Informada pasión por la cultura.
El entusiasmo es necesario y, sin embargo, no puede substituir el rigor.

2) Curiosidad, siempre curiosidad.
El periodismo es un ejercicio nómada y, por ello, el aprendizaje es continuo. Es el sabio el que mejor sabe que siempre hay algo nuevo que conocer.

3) Detectar lo realmente nuevo y saber comunicarlo.
Cuando hablamos de tendencias hablamos de aquello que aún está en potencia, latente. Por ello el periodista cultural es, además de muchas otras cosas, un prescriptor.

4) Interpretar y transmitir sintéticamente conceptos complejos.
La cultura es complejidad, tensión, interrogación. Conocer las técnicas para dirigirse a un público generalista necesita, a la vez, profesionalidad e intuición.

5) No olvidar la importancia de la documentación.
Vila-Sanjuán, lo hemos dicho, es historiador. Y conoce, pues, la importancia del documento, del testigo, del archivo. Tanto en su articulismo como en su literatura se hace evidente esta máxima.

6) Estilo y claridad.
El periodismo cultural estará bien escrito no será. Y eso quiere decir: identidad propia en la prosa y expulsar la confusión expositiva.

7) Pensamiento crítico.
Es el tópico, y la frase hecha, el peor de los enemigos del periodista cultural. Escapar de esa cárcel es garantía, o casi, de éxito. Y de independencia.

8) Combinar lo trascendente y lo anecdótico.
Del todo al uno. Del uno al todo. Si un resfriado de Sinatra le sirvió a Gay Talese para escribir uno de los mejores perfiles de todos los tiempos es porque el norteamericano quería explicar una historia mucho más ambiciosa. Tal vez, la Historia.

Reportaje LA VANGUARDIA

Franco y Hitler: un amor interesado



El dictador respondió con su puño y letra a la felicitación de Hitler por la victoria fascista en España

El Eje fue un salón de desconfianza a tres bandas. Hitler, Mussolini y Franco. El trío quería dominar Europa y perpetuarse en el trono con poder absoluto. Para ello, se necesitaban. Pero, al tiempo que se enviaban telegramas de felicitación y agradecimiento, como el que publicamos hoy perteneciente a la Colección José María Castañé, se colaban espías por el patio trasero que realizaban informes sobre las mutuas debilidades y en cuanto se daban la vuelta se criticaban como porteras.
Hitler y Mussolini despreciaban a Franco. Los dos acabaron en el hoyo tragándose sus fracasos políticos y militares. El español murió en la cama tras haber jugado todas las bazas a su favor: las del fascismo y, después, dulcificando su imagen como el protector paterno para la patria que él jamás tuvo en casa, las de las democracias occidentales.
La novia a cortejar en los años treinta era Alemania. Franco mandó a Berlín hombres de toda confianza y consiguió su apoyo. Para el dictador español, la alianza nazi fue clave a la hora de ganar la guerra. Para Hitler, aunque algunos de sus colaboradores le quitaran importancia, fue fundamental tener bajo su yugo a España y Portugal con dos regímenes de su cuerda sin necesidad de invadir nada.
 El alemán no tardó en atender sus ruegos bajo los efluvios wagnerianos de Sigfrido. El 24 de julio de 1936, apenas una semana después del golpe militar, se decidió. Cuando salía de una representación de la tercera parte de El Anillo del Nibelungo, en Bayreuth, dirigida por Wilhelm Furtwängler, le esperaban una delegación de emisarios de Franco con el empresario alemán Johannes Bernhardt como cabeza visible. Le pidieron 10 aviones de transporte de la mayor capacidad posible, 20 piezas antiaéreas de 20 mm., 6 aviones de caza Heinkel, ametralladoras y fusiles con munición en abundancia y bombas aéreas de varios tipos, hasta 500 kilos.
Al principio, dudó: “Esa no es forma de empezar una guerra”, clamó, tal y como recoge Paul Preston en su biografía sobre Franco. Pero después, Hitler dobló el requerimiento. Para empezar, 20 aviones y 5.000 soldados en una acción acorde con lo que retumbaba en sus oídos. Lo llamó Operación Fuego Mágico (Unternehmen Feuerzauber), un homenaje al héroe con trazas de superhombre que atraviesa las llamas para liberar a Brunilda.
Las acciones de los alemanes en la guerra tuvieron varios frentes. El más salvaje fue el bombardeo de Guernica. Pero la colaboración estuvo teñida de constantes tiranteces que acabaron con la negativa de Franco a involucrarse en la ofensiva europea.
Aún así, guardó las formas y envió un mensaje de agradecimiento para Hitler nada más terminar la Guerra Civil que pertenece a la colección Castañé y, según Preston, es desconocido: “Al recibir vuestra felicitación y la de la nación alemana por la victoria final de nuestras armas en Madrid os envío con la gratitud de España y la mía personal los sentimientos más firmes de la amistad de un pueblo que en los momentos difíciles ha sabido encontrar sus verdaderos amigos”.
El lenguaje resulta propio de la afectada verborrea fascista. La realidad de sus apreciaciones hay que buscarla en otras frases. Sobre todo, del lado contrario. Por ejemplo, como la que Hitler soltó al conocer la desaparición de otro de los generales golpistas: “La verdadera tragedia para España fue la muerte de Mola, ahí estaba el auténtico cerebro, el verdadero líder. Franco llegó a la cima como Poncio Pilatos al Credo”.
Ya escocía entre los nazis la negativa que se produjo en Hendaya en 1940. Allí Franco, se quejó ante su cuñado, Ramón Serrano Suñer, ministro de Asuntos Exteriores, progermánico y una de las figuras más poderosas del régimen: “Estos alemanes lo quieren todo sin dar nada a cambio”. Ellos pensaban igual. Según algunos testigos, tras el fracaso estrepitoso de aquellas conversaciones, Hitler acabó considerando a Franco “un cerdo jesuita”. En 1942, también le dedicó una flor con tintes racistas: “Cuando aparece en público está siempre rodeado de la guardia mora. Ha asimilado todo el manierismo de la realeza y cuando vuelva el rey será el ideal mozo de estribos”.
Lo que todo esto prueba, aparte de pésimo gusto, es que a lo que se daban con fruición enmascarada en hipocresía era a la política, las alianzas y la estrategia común. Eso sí, con la nariz tapada: “Las intenciones de Hitler al involucrarse en la guerra española respondían a todo, menos al cariño personal”, comenta Preston.
Nazis y fascistas italianos vinieron bien para lo que vinieron. Pero como observa Preston en su memorable estudio de referencia, lo que realmente apuntaló al régimen fue su alianza con otro estado: El Vaticano. Ahí no se dieron fisuras. Al terminar la guerra, a través de la radio, Pío XII, le consagró: “Con inmenso gozo, bendigo a los nobilísimos y cristianos sentimientos de que han dado pruebas inequívocas el jefe del Estado y tantos caballeros”. Amén.
DIARIO EL PAIS……