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Sergio Vila-Sanjuán dibuja un paisaje histórico del oficio en su discurso
inaugural como nuevo miembro de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona
Noche de gala y terciopelo rojo en el imponente y “mágico” Palacio
Requesens, en el centro histórico de la capital catalana. Allí el periodista y
escritor Sergio
Vila-Sanjuán leyó su discurso como nuevo miembro de la Real Academia
de Buenas Letras de Barcelona, una institución fundada en 1729, y
deudora de una entidad anterior, de nombre enigmático: La Academia de los
Desconfiados.
Vila-Sanjuán, coordinador del suplemento Cultura/s, y
premio Nadal por su novela Estaba en el aire, dibujó un paisaje
histórico (el flamante académico es también historiador) del oficio, acudiendo
a los pioneros del periodismo cultural: Giorgio Vasari, James Boswell y Johann
Peter Eckermann.
El periodista, que ocupa el cargo que anteriormente ostentaba el
malogrado Fabián Estapé, recordó también los importantes cronistas de fin de
siglo, como Emilia Pardo Bazán, o Martí y Darío, para luego pasar a hablar de
Borges como informador cultural. Especial interés puso Sergio Vila-Sanjuán en
acentuar la importante del estilo que creó el New Yorker, que apostó
desde su fundación por crear “un intelectual colectivo”. También hubo espacio
para analizar la metamorfosis del sector en esta casa, La Vanguardia, o
para recordar la importancia que tuvo el ejercicio profesional en prensa de
algunos de los protagonistas del boom, como Donoso, Vargas Llosa o
García Márquez.
Como colofón, el autor de Una heredera de Barcelona o El Club de la Escalera, ofreció una suerte
de compendio, de lista de prioridades, que sintetiza bien qué es, o debería
ser, un buen periodista cultural. Lo resumimos aquí:
1) Informada pasión por la cultura.
El entusiasmo es necesario y, sin embargo, no puede substituir el rigor.
2) Curiosidad, siempre curiosidad.
El periodismo es un ejercicio nómada y, por ello, el aprendizaje es continuo.
Es el sabio el que mejor sabe que siempre hay algo nuevo que conocer.
3) Detectar lo realmente nuevo y
saber comunicarlo.
Cuando hablamos de tendencias hablamos de aquello que aún está en potencia,
latente. Por ello el periodista cultural es, además de muchas otras cosas, un
prescriptor.
4) Interpretar y transmitir sintéticamente conceptos complejos.
La cultura es complejidad, tensión, interrogación. Conocer las técnicas para
dirigirse a un público generalista necesita, a la vez, profesionalidad e
intuición.
5) No olvidar la importancia de la documentación.
Vila-Sanjuán, lo hemos dicho, es historiador. Y conoce, pues, la importancia
del documento, del testigo, del archivo. Tanto en su articulismo como en su
literatura se hace evidente esta máxima.
6) Estilo y claridad.
El periodismo cultural estará bien escrito no será. Y eso quiere decir:
identidad propia en la prosa y expulsar la confusión expositiva.
7) Pensamiento crítico.
Es el tópico, y la frase hecha, el peor de los enemigos del periodista
cultural. Escapar de esa cárcel es garantía, o casi, de éxito. Y de
independencia.
8) Combinar lo trascendente y lo anecdótico.
Del todo al uno. Del uno al todo. Si un resfriado de Sinatra le sirvió a Gay
Talese para escribir uno de los mejores perfiles de todos los tiempos es porque
el norteamericano quería explicar una historia mucho más ambiciosa. Tal vez, la Historia.
Reportaje
LA VANGUARDIA
El dictador respondió con su puño y letra a la felicitación de Hitler por
la victoria fascista en España
El Eje fue un salón de desconfianza a tres bandas. Hitler, Mussolini y
Franco. El trío quería dominar Europa y perpetuarse en el trono con poder
absoluto. Para ello, se necesitaban. Pero, al tiempo que se enviaban telegramas
de felicitación y agradecimiento, como el que publicamos hoy perteneciente a la Colección
José María Castañé, se colaban espías por el patio trasero que realizaban
informes sobre las mutuas debilidades y en cuanto se daban la vuelta se
criticaban como porteras.
Hitler y Mussolini despreciaban a Franco.
Los dos acabaron en el hoyo tragándose sus fracasos políticos y militares. El
español murió en la cama tras haber jugado todas las bazas a su favor: las del
fascismo y, después, dulcificando su imagen como el protector paterno para la
patria que él jamás tuvo en casa, las de las democracias occidentales.
La novia a cortejar en los años treinta era Alemania. Franco
mandó a Berlín hombres de toda confianza y consiguió su apoyo. Para el dictador
español, la alianza nazi fue clave a la hora de ganar la guerra. Para Hitler,
aunque algunos de sus colaboradores le quitaran importancia, fue fundamental
tener bajo su yugo a España y Portugal con dos regímenes de su cuerda sin
necesidad de invadir nada.
El alemán no tardó en atender sus
ruegos bajo los efluvios wagnerianos de Sigfrido. El 24 de julio de
1936, apenas una semana después del golpe militar, se decidió. Cuando salía de
una representación de la tercera parte de El Anillo del Nibelungo, en
Bayreuth, dirigida por Wilhelm Furtwängler, le esperaban una delegación de
emisarios de Franco con el empresario alemán Johannes Bernhardt como cabeza
visible. Le pidieron 10 aviones de transporte de la mayor capacidad posible, 20
piezas antiaéreas de 20 mm.,
6 aviones de caza Heinkel, ametralladoras y fusiles con munición en abundancia
y bombas aéreas de varios tipos, hasta 500 kilos.
Al principio, dudó: “Esa no es forma de empezar una guerra”, clamó, tal y
como recoge Paul Preston en su biografía sobre Franco. Pero después, Hitler
dobló el requerimiento. Para empezar, 20 aviones y 5.000 soldados en una acción
acorde con lo que retumbaba en sus oídos. Lo llamó Operación Fuego Mágico
(Unternehmen Feuerzauber), un homenaje al héroe con trazas de superhombre
que atraviesa las llamas para liberar a Brunilda.
Las acciones de los alemanes en la guerra tuvieron varios frentes. El más
salvaje fue el bombardeo de Guernica. Pero la colaboración estuvo teñida de
constantes tiranteces que acabaron con la negativa de Franco a involucrarse en
la ofensiva europea.
Aún así, guardó las formas y envió un mensaje de agradecimiento para Hitler
nada más terminar la
Guerra Civil que pertenece a la colección Castañé y, según
Preston, es desconocido: “Al recibir vuestra felicitación y la de la nación
alemana por la victoria final de nuestras armas en Madrid os envío con la
gratitud de España y la mía personal los sentimientos más firmes de la amistad
de un pueblo que en los momentos difíciles ha sabido encontrar sus verdaderos
amigos”.
El lenguaje resulta propio de la afectada verborrea fascista. La realidad de
sus apreciaciones hay que buscarla en otras frases. Sobre todo, del lado
contrario. Por ejemplo, como la que Hitler soltó al conocer la desaparición de
otro de los generales golpistas: “La verdadera tragedia para España fue la
muerte de Mola, ahí estaba el auténtico cerebro, el verdadero líder. Franco
llegó a la cima como Poncio Pilatos al Credo”.
Ya escocía entre los nazis la negativa que se produjo en Hendaya en 1940.
Allí Franco, se quejó ante su cuñado, Ramón Serrano Suñer, ministro de Asuntos
Exteriores, progermánico y una de las figuras más poderosas del régimen: “Estos
alemanes lo quieren todo sin dar nada a cambio”. Ellos pensaban igual. Según
algunos testigos, tras el fracaso estrepitoso de aquellas conversaciones,
Hitler acabó considerando a Franco “un cerdo jesuita”. En 1942, también le
dedicó una flor con tintes racistas: “Cuando aparece en público está siempre
rodeado de la guardia mora. Ha asimilado todo el manierismo de la realeza y
cuando vuelva el rey será el ideal mozo de estribos”.
Lo que todo esto prueba, aparte de pésimo gusto, es que a lo que se daban
con fruición enmascarada en hipocresía era a la política, las alianzas y la
estrategia común. Eso sí, con la nariz tapada: “Las intenciones de Hitler al
involucrarse en la guerra española respondían a todo, menos al cariño
personal”, comenta
Preston.
Nazis y fascistas italianos vinieron bien para lo que vinieron. Pero como
observa Preston en su memorable estudio de referencia, lo que realmente
apuntaló al régimen fue su alianza con otro estado: El Vaticano. Ahí no se
dieron fisuras. Al terminar la guerra, a través de la radio, Pío XII, le
consagró: “Con inmenso gozo, bendigo a los nobilísimos y cristianos
sentimientos de que han dado pruebas inequívocas el jefe del Estado y tantos
caballeros”. Amén.
DIARIO EL PAIS……