sábado, 1 de julio de 2017

La vida erótica de Dalí



Provocador, onanista, voyeur, bisexual..., hay muchas versiones de Dalí, pero ninguna coincide con la condición de padre de familia
JOSEP PLAYÀ MASET, Barcelona


Si se demuestra que Salvador Dalí es el padre biológico de Pilar Abel, la mujer que reclama que se le reconozca judicialmente como su hija, habrá que modificar las biografías del artista. No sólo nos habría engañado en sus declaraciones y escritos, sino también a todos sus colaboradores, amigos y entorno.
Porque todos coinciden en que Dalí tenía cierta aversión hacia el sexo femenino, que quizás la única excepción y puntualmente llegó a ser Gala, que su mayor placer estaba en el voyerismo, el fetichismo, el onanismo..., y que si alguna tendencia sexual tenía –aunque en este punto no hay consenso– era hacia el género masculino.
Pero vayamos por partes, porque hay varios episodios en su vida que siguen siendo confusos y misteriosos. Y el primero es el que se refiere a su “primera novia”, una chica de su edad que conoció con 15 años al coincidir en unas clases en la escuela municipal de dibujo de Figueres que dirigía el profesor Juan Núñez. Allí Dalí descubrió su pasión por la pintura. Con Carme Roget tuvo un prolongado amor romántico, al que llamó “el plan quinquenal”.
Su primera novia de Figueres fue un amor romántico, que dejó al irse a Madrid
Existe una carta de Dalí de 1920 en la que le confiesa: “Yo también he creído en el amor… Pero para mí ha sido muy cruel… Siempre me he enamorado de un imposible… Me he enamorado del arte..., estoy enamorado de una muchacha más hermosa que el arte, pero también más imposible”.
Es decir, apunta antes de leer a Freud que el arte puede sublimar su deseo sexual. Algo no debía gustarle ya al padre de la chica porque un día que encontró a Dalí en plena rambla de Figueres le dio un sonoro bofetón. Y la historia acabó definitivamente cuando se fue a estudiar a Madrid.
En la capital de España participó de fiestas y salidas nocturnas, pero no se le conocen nuevos amores. Y según Buñuel en los burdeles se quedaba al margen. Sí que aparecen en estos momentos dos nombres femeninos, Margarita Manso, en Madrid, y Ramoneta Monsalvatge, en Figueres, que representan a la mujer cosmopolita, moderna y liberal de costumbres. Pero nada indica que hubiese ningún contacto físico con ellas, más allá de cierta admiración por su actitud (de la primera afirma que se la ofreció a Federico García Lorca, después de que este intentara consumar sexualmente con él sin éxito).
En 1929 el pintor se une para siempre a Gala, diez años mayor, casada y con una hija
En estos primeros años, la mujer que pasa más con tiempo con Dalí es su hermana Anna Maria, a la que utiliza como modelo casi exclusiva para sus obras. Una relación que se va a truncar con la aparición de Gala, lo que explicaría ciertos celos de la hermana.
Gala llega a Cadaqués en agosto de 1929, acompañada de su marido el poeta Paul Éluard y la hija de ambos, Cécile. Ella es una mujer sexualmente liberada, experimentada. Él, con diez años menos, es todo lo contrario. El sexo le aterra desde que de muy joven su padre le ha alertado de los peligros de las enfermedades venéreas. Y sus amigos de juventud encima se ríen de su tamaño.
Cuando Gala regresa a París, Dalí se queda dos meses sólo en el Empordà y empieza a pintar desaforadamente para preparar su primera exposición en París. Una de las obras con las que se presenta ante la sociedad surrealista lleva un título inequívoco: El gran masturbador. Otro cuadro es una burla a la institución familiar: “A veces por placer escupo sobre el retrato de mi madre”. Su madre había fallecido ocho años antes y esta afrenta no se la perdonó nunca su padre. Gala lo acepta y ya no se separarán nunca.
Dice Dalí que su primera visita en París fue al famoso burdel Le Chabanais (del que hoy conserva una bañera en el Teatre-Museu). Pero no consta, ni en esta ni en otras visitas, que se acostara con mujeres –ni con hombres–. Se contentaba con mirar.
Lluís Duran, dueño del restaurante de Figueres que frecuentaba Dalí, anotó muchas anécdotas a lo largo de los año
Lluís Duran, dueño del restaurante de Figueres que frecuentaba Dalí, anotó muchas anécdotas a lo largo de los años. Como su manía de pedir agua mineral para lavar la fruta porque no se fiaba de la del grifo. Y otras más íntimas. Un día pidió que le acompañaran a la Torre Vasca, un local de prostitución alejado del centro de la ciudad.
El restaurador delegó en un amigo suyo, soltero y bon vivant, que no dudó en hacerlo. “Dalí pidió a las chicas que se desnudaran y se pusieran en fila. Iban pasando delante de él, y con el bastón les tocaba el culo mientras se masturbaba. Pasé mucha vergüenza”, le contó su amigo R.G.
En ese mismo restaurante, hubo una cena en la que coincidieron Josep Pla y Salvador Dalí. Como era habitual, Dalí hizo sentar a su lado a una chica joven, rubia, de pelo largo, una ginesta, como las llamaba. Le colgó unas cerezas en la oreja y empezó a hablar de la forma de su trasero. Al escritor le disgustó este comportamiento:
–Hombre, Salvadoret, fots unes collonades, además todo el mundo sabe que eres un impotente de toda la vida.
–Pla, ¡no te enfades de esta manera! ¡Todo el mundo sabe que tú eres el rey de las putas!
Hubo un silencio entre los acompañantes, pero segundos después volvieron a la conversación con toda normalidad.

Muchos fotógrafos que pasaron por Portlligat tienen imágenes de modelos desnudas en el taller o en el jardín. Ninguna ha admitido nunca relaciones sexuales con Dalí. La que adquirió más protagonismo fue la cantante Amanda Lear, que a finales de los años sesenta se convirtió en su acompañante habitual, mientras Gala se refugiaba en chicos mucho más jóvenes. Amanda había sido Alain Tapp y está considerada uno de los primeros transexuales operados.
Ella misma –que no reconoce su antigua identidad– ha negado todo tipo de contacto con Dalí. Lo mismo Carlos Lozano, un hippie, de origen colombiano y aspecto andrógino, que en los años setenta se convirtió en otro fijo de la corte daliniana. Su libro de memorias cuenta algunas escenas descarnadas, pero su conclusión es rotunda: “Dalí era un voyeur, un masturbador, un perverti­dor.
Pero si tenía alguna inclinación sexual era hacia los hombres y sólo para los hombres. No soportaba que lo tocasen las mujeres y yo notaba su sensación de aversión en las raras ocasiones en que eso sucedía”.