Erna Solberg, la primera ministra del país escandinavo, ha
pedido perdón a las mujeres que sufrieron represalias tras la Segunda Guerra
Mundial por mantener relaciones con los invasores
El 9 de abril de 1940 fue un borrón en la historia de
Noruega. Aquel día, la Alemania nazi envió sus tropas hacia varios puntos de la
costa del país escadinavo y comenzó una invasión que se hizo efectiva un mes
después. La noticia no pasó desapercibida y, el 12 de ese mismo mes, el ABC se
hizo eco de la operación en una de sus primeras páginas.
El titular no dejaba lugar a equívocos: «Los alemanes
consolidan su posición en Noruega mediante nuevos desembarcos en Oslo, Bergen y
otros puntos». Su finalidad, más allá del mero ansia de territorios, era
hacerse con los minerales de hierro que atesoraba la región y que eran tan
necesarios para la industria armamentística de Adolf Hitler.
El castigo de la Resistencia francesa a las prostitutas que
tuvieron sexo con nazis
Tras la huida del rey Haakon VII a Londres, así como de su
gobierno, comenzó la triste época de la ocupación. Unos años en los que más de
300.000 soldados germanos se asentaron en un país que apenas sumaba tres millones
de habitantes. Aquel ingente número de hombres era necesario para rechazar una
posible invasión desde Gran Bretaña. A partir de entonces las tropas
confraternizaron con la población y, como sucedió en muchas zonas de Francia,
tuvieron amoríos con las mujeres locales. Para algunos simplemente fue una
aventura, pero otros se casaron y, en no pocos casos, hasta tuvieron hijos.
La mayor parte de estas parejas, no obstante, terminaron su
relación por las bravas en mayo de 1945 cuando, tras la capitulación de la
Alemania nazi, Noruega fue liberada. Lo que no sabían las mujeres locales que
habían confraternizado con los germanos es que, para ellas, acababa de comenzar
el infierno. Y es que, estas «chicas alemanas» (como las conocían sus
compatriotas de forma despectiva) sufrieron unas severas represalias acusadas
de haber traicionado a su país. Las medidas fueron drásticas y pasaron por
detenciones, despidos, pérdida de sueldos y hasta maltratos físicos.
Barbarie y perdón
Esta conducta había pasado inadvertida en la historia hasta
ahora. Sin embargo, después de que el Centro Noruego de Estudios sobre el
Holocausto y las Minorías Religiosas haya desvelado que entre 30.000 y 50.000
mujeres del país sufrieron represalias tras la Segunda Guerra Mundial, el gobierno
noruego les ha pedido perdón más de siete décadas después. «En el período que
siguió a la liberación, muchas chicas y mujeres noruegas que habían mantenido
una relación con los soldados alemanes o eran sospechosas fueron víctimas de un
trato indigno. Hoy, en nombre del gobierno, quiero pedir disculpas», afirmó la
primara ministra Erna Solberg durante un acto en conmemoración del 70
aniversario de la Declaración de los Derechos Humanos.
Aunque Solberg sabe que, a día de hoy, es más que posible
que la mayoría de las afectadas no continúen con vida, ha creído necesario
pedir disculpas a todas las mujeres que tuvieron que pasar por este tormento
institucional. «Nuestra conclusión es que las autoridades noruegas violaron el
principio fundamental de la regla de que ningún ciudadano puede ser castigado
sin juicio ni condenado sin ley. Para muchas fue solo un amor adolescente; para
algunas, el amor de su vida con un soldado enemigo o un coqueteo inocente que
dejó su huella por el resto de sus vidas», recalcó.
Su opinión se ha sumado a la de la directora del Centro
Noruego de Estudios sobre el Holocausto y las Minorías Religiosas, Guri
Hjeltnes, quien ha incidido a su vez en que aquellas muchachas no colaboraron
directamente con los nazis. «No podemos decir que las mujeres que tuvieron
relaciones personales con los alemanes participaron en el esfuerzo de guerra
alemán. Su crimen fue haber violado reglas no escritas y reglas morales. Fueron
sin embargo castigadas de una forma mucho más severa que el provecho que sacaron
de la guerra», ha desvelado en declaraciones recogidas por la versión digital
del diario «El Comercio».
No le falta razón, pues estas chicas pasaron por todo tipo
de penurias. Para empezar, y al igual que hizo la Resistencia francesa con las
mujeres que mantuvieron relaciones sexuales con los soldados alemanes afincados
en el país, muchas de ellas fueron detenidas y rapadas. Algo indigno para la
época. Otras tantas fueron llevadas a campos de prisioneros construidos
expresamente para la ocasión; fueron privadas de sus empleos; tuvieron que
asumir todo tipo de sanciones económicas y físicas por parte de las autoridades
locales; perdieron su trabajo o, incluso, fueron expulsadas de Noruega después
de que les fuera cancelada la nacionalidad. Su situación contrasta con la de
los 28 hombres que se casaron con alemanas, a los que no se castigó.
Criaderos nazis
Con todo, el caso de las «chicas alemanas» no es el único
que ha levantado ampollas en el país. Otra de las injusticias más sonadas
involucró a los hijos que estas mujeres tuvieron con los soldados alemanes,
entre 10.000 y 12.000.
Estos pequeños fueron también blanco de las autoridades
locales y, en los casos más extremos, fueron apartados de sus familias y
reubicados en instituciones gubernamentales. El abuso que sufrieron hizo que un
grupo de estos jóvenes demandara a su país el 2007 frente al Tribunal Europeo
de Derechos Humanos. Con todo, su queja no fue admitida por la cantidad de
tiempo que había pasado desde que ocurrieron los hechos.
Lo más preocupante es que muchos de estos niños nacieron en
las «Lebensborn» («Fuentes de vida»). Unas guarderías que formaban parte de una
institución fundada el 12 de diciembre de 1935 y cuyo objetivo era preservar la
raza aria a través de los matrimonios de mujeres germanas (primero) y
escandinavas (después) con miembros de las SS.
predilección hacia los soldados de las SS. No en vano el
creador de las «Lebensborn», Heinrich Himmler, declaró el 28 de octubre de 1939
que «cada hombre de las SS, antes de partir hacia Las tropas alemanas continúan
defendiendo Narvik y conquistan terreno al norte de la ciudad en 1944
Así lo afirma David Rodríguez Luján en su obra « Las
Mujeres, Alemania y el nazismo»: «A las "Lebesborn" podía acudir
cualquier mujer embarazada siempre y cuando cumpliese con una serie de
requisitos indispensables, como someterse a un reconocimiento médico para ver
si cumplía con las exigencias físicas y mentales de la política nazi, someterse
a un examen racial para comprobar la pureza aria y realizar un control
ginecológico para ver si el feto estaba en perfectas condiciones». Con todo,
otra de las condiciones indispensables era que el padre fuese un miembro de las
SS o un ario que capaz de demostrar que no contaba con ningún antepasado judío.
La finalidad del programa era conseguir la expansión de la
raza aria, aunque los miembros de la organización sentían el campo de batalla,
debe dejar tras de sí la semilla de un hijo» del que «se encargarán las
“Lebensborn”». A partir de entonces, se hizo popular el triste eslogan «He
donado mi hijo al “Führer”»
Aunque en principio las «Lebensborn» eran organizaciones
exclusivamente arias, la conquista de regiones como Noruega, donde se abrió la
primera sede fuera del país, las extendió a otras regiones. Y es que, según la
ideología nacionalsocialista, la población de estos países estaba íntimamente
ligada a la germana por su ascendencia vikinga.
Erna Solberg
«Tras la invasión muchos soldados alemanes se habían casado
con mujeres noruegas y habían engendrado muchos hijos. Las “Lebensborn” debían
ayudarles aunque ya tuviesen familia, puesto que todas las mujeres que recibían
la ayuda firmaban lo que se denominaba “Eindeutschung” (germanización), un
documento donde el hijo pasaba a pertenecer al estado alemán», añade el autor
de «Las Mujeres, Alemania y el nazismo».
En palabras del mismo autor, en Alemania se abrieron 10 de
estos centros y en Noruega nada menos que 9. Las cifras de recién nacidos en
estas organizaciones es pareja, 8.000 en ambos casos. El problema es que todos
ellos fueron conocidos como «hijos del enemigo».
Otros casos
La situación de las noruegas recuerda a la sufrida en
Francia por las mujeres que mantuvieron relaciones sexuales con los alemanes,
las llamadas «colaboradoras horizontales». Una vez que los aliados liberaron el
país tras el Desembarco de Normandía, miles de ellas fueron vejadas por galos
que, hasta ese momento, no se habían atrevido a enfrentarse al nazismo.
Algunos de ellos, de hecho, lo hicieron en nombre de la
Resistencia a pesar de que, hasta entonces, no habían militado en ella. «Muchas
víctimas eran madres jóvenes cuyos maridos estaban en campos de prisioneros de
guerra alemanes. Durante la guerra, a menudo no tenían medios de sustento y su
única esperanza de obtener comida para ellas y para sus hijos era aceptar una
relación con un soldado alemán», explica el historiador Antony Beevor en su
artículo «Un feo carnaval».
Campaña alemana en Noruega
Tras ser capturadas, el castigo más habitual al que tenían
que hacer frente estas mujeres (por descontado, sin juicio previo) era que les
afeitasen la cabeza delante de una muchedumbre que jaleaba al «esquilador». A
partir de entonces, pasaban a convertirse en «Femmes tondues» («Mujeres
afeitadas») y eran objeto de escarnio público. El siguiente paso solía
consistir en subirlas a un camión descubierto y pasearlas por la ciudad para
que todos los vecinos viesen sus caras. Aquel estigma las acompañaba durante
años. Aunque hubo otros más drásticos que consistían en grabar esvásticas en su
frente.
Con todo, el escarnio público fue el menor de los castigos.
Las más desafortunadas fueron apalizadas o asesinadas a golpes en mitad de las
calles. Otras fueron fusiladas en el acto sin que tuvieran posibilidad de
explicarse. Todo ello, para asombro y enfado de algunos líderes de la
Resistencia.