Se cumplen 100 años de la presentación de la obra que rompió
con la tradición pictórica y dio inicio al cubismo
No eran señoritas de casa buena, sino prostitutas. Ni
estaban en Aviñón, sino en un lupanar de Barcelona. De hecho, Picasso quiso
titular su rompedor lienzo ‘El Bordel de Aviñón’ para disipar cualquier duda
sobre el oficio de las damas, aunque su procedencia seguiría generando
especulaciones a falta de una palabra decisiva que quedaba omitida: calle.
Hace cien años, el 16 de julio de 1916, que el pintor
malagueño expuso en el Salon d’Antin de París una obra que no dejó a nadie
indiferente, ni para lo bueno ni para lo malo, y que marcó “un antes y un
después” en la historia de la pintura, según señala Lourdes Cirlot, catedrática
de Historia del Arte de la UB especializada en arte contemporáneo. “No es solo
una de las obras principales de Picasso, sino de todo el arte contemporáneo, el
punto de arranque de una nueva estética”. Desde entonces, la puerta al cubismo
quedó abierta de par en par.
No es solo
una de las obras principales de Picasso, sino de todo el arte contemporáneo, el
punto de arranque de una nueva estética
Pero ‘Las
señoritas de Aviñón’, como finalmente André Salmon bautizó el cuadro para
suavizar su presentación pública, se gestó bastantes años atrás. Concretamente,
Picasso terminó su ejecución en 1907, en el mismo París, aunque sus numerosos
bocetos preparatorios son anteriores y provienen de otra ciudad: Barcelona.
Palau i Fabre, el máximo experto en el pintor malagueño, dio
con la clave del enigma. Contrariamente a la creencia popular y a las
apariencias, las señoritas cubistas no son de Aviñón. Picasso visitó por
primera vez la ciudad francesa en 1912, cinco años después de firmar la obra.
Las primeras pistas que sitúan a Barcelona como la fuente de inspiración del
cuadro que cambiaría el arte del siglo XX las dieron los propios protagonistas de
la historia. En los años 50 el artista explicó a Palau i Fabre que conocía muy
bien la calle Avinyó porque allí pintó cuadros. También Salmon le explicó que
puso el nombre definitivo del lienzo en referencia a Barcelona.
Picasso
solía frecuentar los prostíbulos de la calle Avinyó
Tras una investigación que culminó pocos años
antes de morir y que dejó un libro por hacer, Palau i Fabre llegó a la
conclusión de que el burdel del cuadro era Ca la Mercè, situado en el principal
del número 44 de la calle Avinyó. “En aquella época, había varios
prostíbulos
en esta zona y en la misma calle”, explica el cronista de Barcelona Lluís
Permenyer. “Y Picasso, que vivía cerca, solía frecuentarlos, era un mundo que
le interesaba”, añade. El experto picassiano se dedicó a visitarlos y solo en
uno, el indicado, encontró elementos y espacios reconocibles en los bocetos
preparatorios de la gran obra cubista.
De palacete
a burdel
Actualmente,
el número 44 de la calle Avinyó conserva su aspecto señorial. De hecho, todavía
se mantiene en pie el edificio donde Picasso visitó con frecuencia a las
señoritas de su famoso cuadro, un palacete del siglo XVII donde vivió la
acaudalada familia Villavecchia de origen genovés y que hoy acoge la sede de la
Fundació Francesc Ferrer i Guàrdia. E, ironías de la vida, cuando Ca la Mercè
cesó la actividad, tomó su relevo una escuela para señoritas, esas sí de mejor
cuna, que también utilizó el nombre de la patrona barcelonesa, Nuestra señora
de la Merced, cuya basílica se encuentra casi en la esquina.
Una noble puerta de madera flanqueada por dos
leones, que hacen las funciones de picaporte, da acceso a un amplio vestíbulo,
que antaño vio descender a damas y caballeros de sus carrocerías, y a una
amplia escalera que conduce al famoso principal de la casa. Sandra Ballester,
secretaria técnica de la fundación, conoce sobradamente la historia del
inmueble donde trabaja a diario junto a sus compañeros en un ambiente mucho más
relajado
del movido
frenesí que vivió el edificio en los primeros años del siglo XX.
Seguro que
este edificio (número 44 de la calle Avinyó) fue un prostíbulo
“Dicen que
estas puertas salen en algunos bocetos dibujados por Picasso”, comenta
Ballester señalando unas altas y anchas estructuras de madera. “Seguro que este
edificio fue un prostíbulo”, afirma con rotundidad mientras cruza el piso hacia
la parte trasera, la que da a la fachada de la calle Carabassa, decorada con
esgrafiados del siglo XVIII de temática mitológica y elementos florales y de
vendima. “Aquí hay una ‘carassa’”, indica apuntando con el dedo un punto de la
pared, un símbolo inequívoco utilizado para marcar los prostíbulos de la
Barcelona de casi todos las épocas.
Otra de las sorpresas que depara la parte trasera del edificio es un coqueto puente que comunica el principal con un pequeño patio donde una magnolia perfuma el ambiente.
“Picasso
tuvo que estar aquí, porque solo desde este puente pudo haber logrado la
perspectiva de esta calle que aparece en una de sus obras”, explica la técnica.
De multitud
de bocetos al lienzo definitivo
Los dibujos
preparatorios de ‘Las señoritas de Aviñón’ muestran mucho más que a cinco
mujeres desnudas, seguramente retratadas en verano, cuando el calor invita
todavía más a la lujuria. Junto a ellas, aparecen un marinero y un estudiante
que Picasso finalmente suprimió del cuadro. “Por razones estéticas decidió
eliminar a los hombres”, apunta Permanyer, que recuerda que en los esbozos
aparecen “un porrón, símbolo fálico, que también se omite, y un corte de
sandía, alegoría al sexo femenino, que sí aparece en el resultado final”.
Para muchos,
la obra sería una reflexión del placer sexual y la muerte, aunque su principal
hito consiste en proponer una nueva libertad creadora, lo que convertiría a
Picasso en el artista más innovador desde la irrupción de Giotto, que a su vez
terminó con la tradición bizantinista para dar el punto de salida a la pintura
moderna. “Picasso quería romper de verdad y para siempre con la tradición, la
manera de pintar académica, y sustituirla por la imaginación, el modelo
mental”, explica Cirlot. “Hay una geometrización de las formas que antes no se
producía, una esquematización, un gusto por el primitivismo y además descubre
el collage, la técnica más revolucionaria del siglo XX y que ha llegado al
XXI”, añade.
Del rechazo
al éxito
Las primeras
críticas no fueron del todo halagadoras. Durante años, el cuadro solo fue
visible por artistas y el círculo más cercano a Picasso en su estudio de
Bateau-Lavoir. La aceptación fue dispar. Por ejemplo, Matisse, líder de la
vanguardia parisina, consideró que se trataba de una burla a la pintura
contemporánea y el crítico Leo Stein afirmó que era una gamberrada del joven
pintor de 25 años.
Tras su exposición de hace cien años, la obra
permaneció unos cuantos más enrollada hasta que en 1924 fue adquirida por el
diseñador francés Jacques Doucet por un precio no muy alto, 25.000 francos. En
1937, la pintura formó parte de una retrospectiva de Picasso
a Nueva
York, y allí se quedó, adquirida por el Museo de Arte Moderno por 25.000
dólares, donde todavía permanece bajo el título de ‘Las señoritas de Aviñón’,
un nombre que Palau i Fabre rechazaba. El experto picassiano escribió en unas
cartas que el cuadro debería rebautizarse como ‘Las señoritas de la calle
Avinyó’ y añadía: “Es una vergüenza la tergiversación y que Barcelona continúe
aceptándola”. Aunque el resultado pictórico acaba imponiéndose a su origen. “Es
una pintura que tiene su punto de partida en Barcelona y el de llegada está
todavía por descubrir”, sentencia Cirlot.