El museo fue inaugurado el 19 de noviembre de 1819. Los
actos de su bicentenario marcarán las exposiciones del próximo año.
Con la misión de conservar, exponer y enriquecer las más de
33.000 obras que atesora, la pinacoteca cumplirá el próximo año su segundo
centenario Carmen Sánchez, de 86 años, dispuso antes de morir en julio del año
pasado que todos sus bienes fueran legados al Museo del Prado. Así cedió
"para la adquisición y restauración de cuadros, específicamente" una
casa en Toledo y 800.000 euros. Miembro de la Fundación de Amigos de la
pinacoteca madrileña desde 2003, esta licenciada en Historia y profesora de
arte contribuyó con su decisión a ampliar la colección de un museo que tiene en
depósito 33.228 obras. Marina Chinchilla, directora adjunta de Administración
del Museo del Prado, agradece a Sánchez su decisión y cree que con ella
demostró su compromiso con la institución y con toda España. "Las obras
del Museo son bienes públicos, que nos pertenecen a todos los españoles, y de
los que todos debemos sentirnos orgullosos". Chinchilla, como
representante de los 510 empleados del museo, cree que trabajar en esta
institución es un honor y una responsabilidad difícil de igualar. "Somos
unos afortunados", reconoce.
El pintor español plasmó su idea del paisaje en 'Vista del
jardín de la Villa Medici en Roma' (1630), que junto a 'Vista del jardín de la
Villa Medici de Roma con la estatua de Ariadna' (1630), es uno de sus cuadros
más singulares, también es el favorito de Marina Chinchilla. El museo guarda 79
obras de Velázquez. Velázquez y el paisaje
Pero el Museo del Prado, más allá de su servicio público,
necesita de una gestión profesional. Cumplir el presupuesto -este año es de 49
millones de euros- y con ciertos objetivos de rentabilidad como el número de
visitas -cada día entre siete mil y ocho mil personas- son los dos objetivos
que más le acercan a cualquier otra empresa, pero existen diferencias que
complican el día a día de los empleados. "Gestionar el museo es un gran
reto. Todos los días tenemos una sorpresa", asume Chinchilla, que comparte
el segundo escalón del organigrama directivo con Andrés Úbeda, director adjunto
de Conservación e Investigación de un museo que dirige Miguel Falomir Faus.
"La gestión es integral. No hay ninguna labor que dependa de un único
departamento. Cada vez que montamos una exposición o se mueve una obra de la
colección permanente se necesita la colaboración de todos", señala
Chinchilla, que pertenece al Cuerpo Facultativo de Conservadores de Museos.
El año pasado el Museo del Prado adquirió 'Manuela Isidra
Téllez-Girón, futura duquesa de Abrantes', un óleo sobre lienzo de Agustín
Esteve. La obra se compró con fondos de la Donación Óscar Alzaga Villaamil y es
la última en incorporarse al catálogo de la pinacoteca madrileña. "Un
museo es una colección viva que necesita seguir creciendo". La importancia
de crecer
La colección permanente del museo (esas 33.228 obras que
tiene en depósito, un número que con la contribución de Carmen Sánchez y de
otras muchas personas no para de crecer) se reparte entre diferentes
instituciones con las que la pinacoteca colabora. Más de 3.000 obras están
cedidas a otros organismos que se encargan de su exposición, pero sobre las que
el Prado ejerce labores de conservación e investigación. Así, en los cinco
edificios del museo -tres de ellos catalogados como históricos y que también
necesitan labores de mantenimiento específicas- se muestran sólo 1.700 obras de
la colección permanente. "En el almacén guardamos otras más de 27.600
obras que a veces se exhiben en exposiciones temporales y que están a
disposición de investigadores. Un museo es una colección viva que necesita
seguir creciendo, por eso es importante adquirir nuevas obras que ayuden a
ampliar nuestro catálogo", señala la directiva del Museo del Prado, que ha
ampliado recientemente su colección con dos obras maestras. La Virgen de la
granada, de Fra Angélico, fue adquirida en 2016 en colaboración con la
Fundación Amigos del Museo del Prado; y Manuela Isidra Téllez-Girón, futura
duquesa de Abrantes, de Agustín Esteve, fue adquirida con fondos de la Donación
Óscar Alzaga Villaamil.
Hasta el 20 de enero de 2019 se exhiben en el Museo del
Prado tres obras religiosas del español Antonio María Esquivel poco conocidas
para el gran público. Calificadas como sobresalientes, las tres se pueden ver
en un espacio creado por el Museo del Prado para mostrar las numerosas obras
que atesora datadas en el siglo XIX. En la imagen, 'La Virgen María, el niño
Jesús y el Espíritu Santo con ángeles en el fondo', una de las 33.228 obras que
tiene en depósito. La colección permanente
Buena parte de la gestión de la pinacoteca se centra ahora
en organizar los actos de su doscientos aniversario. Inaugurado el 19 de
noviembre de 1819, el Museo del Prado recordará el próximo año a algunos
pintores universales como Goya, El Greco o Velázquez; las sucesivas obras de
ampliación de su capacidad expositiva -el edificio diseñado por Rafael Moneo
fue quizá la obra más polémica- y algunos hitos que marcaron el futuro de la
institución -el más destacado el que sucedió durante la Guerra Civil. "El
traslado fue un milagro", concluye Chinchilla-.
Un milagro entre dos guerrasLa Guerra Civil supone un antes
y un después para el Museo del Prado. El gobierno republicano decidió trasladar
algunas obras para protegerlas de saqueos y bombardeos. La Junta de Incautación
y Protección del Patrimonio Artístico fue la encargada de llevar a cabo el
traslado que se inició en otoño de 1936. En camionetas, apiladas y con grandes
dificultades para cruzar puentes y carreteras cortadas, casi dos mil obras
llegaron a Valencia. Después, fueron trasladadas a Gerona donde estuvieron
escondidas en la conocida hoy como Mina de Negrín a 250 metros de profundidad.
Trabajos de embalaje de 'La familia de Carlos IV', de Goya,
en 1937 (imagen que pertenece al archivo del Museo del Prado) y traslado de las
obras desde Madrid hasta Ginebra (fotografía publicada en julio de 1939 en la
revista Vértice).
Preocupado por su conservación, Azaña firma el 3 de febrero
de 1939 un acuerdo con la Sociedad de Naciones para salvaguardar este
patrimonio que viaja a Ginebra el 12 de marzo de 1939. Tras la guerra española,
las obras cruzan Francia en un tren con las luces apagadas para evitar los
bombardeos alemanes y llegan a España en octubre de 1939.