Una exposición en Amsterdam arroja nueva luz sobre la
enfermedad mental del pintor
El retrato de Félix Rey, el médico que le curó la herida a
Van Gogh cuando se mutiló la oreja, se ha convertido en la estrella de la
muestra
El Museo Van Gogh de Amsterdam se adentra en uno de los
aspectos más oscuros del genio holandés. Al borde de la locura. Van Gogh y su
enfermedad, que podrá verse hasta el 25 de septiembre, se centra en la
inestabilidad psíquica del pintor, su lucha por superar unos ataques que le
impedían pintar, y cómo estos influyeron en su obra y en su entorno. La muestra
concluye con las circunstancias que rodearon su suicidio, revólver incluido, y
su último cuadro: Raíces de árbol (1990), que se quedó en el caballete sin
terminar.
¿Por qué y cómo se cortó la oreja? ¿Cuál era la naturaleza
de su enfermedad? ¿Por qué se suicidó a los 37 años? Para responder a estas
preguntas el museo ha reunido 25 cuadros y dibujos realizados todos ellos en el
último año y medio de vida. También hay cartas inéditas que arrojan luz sobre
su enfermedad –aunque la naturaleza de la misma sigue siendo un enigma–, tales
como la petición firmada por 30 vecinos de Arles que, alarmados por su estado
mental, pedían que se recluyera al loco pintor en un sanatorio. También se
muestra al público el recordatorio de su funeral.
Camille Pissarro, pintor impresionista que falleció trece
años después que Van Gogh, pronunció unas palabras proféticas: “Cuando conocí a
Vincent, inquieto, pelirrojo, con sus penetrantes ojos azules, siempre fumando
en pipa, y con un cuaderno debajo del brazo, pensé que o se volvería loco o nos
superaría a todos. No sabía que ocurrirían las dos cosas”.
Al
borde de la locura. Van Gogh y su enfermedad es la primera de una serie de
exposiciones que el museo organizará cada verano en la planta baja del edificio
Kurokawa, mientras prepara las grandes muestras del otoño. El relato comienza
en Arles, con el encuentro de Van Gogh con Gauguin, de donde arranca la
manifiestación más clara de su desequilibrio psíquico. Vincent había conseguido
que su amigo fuera a la localidad francesa. Ambos decidieron poner sus energías
y su talento al servicio de la pintura y fundar una colonia de artistas en la
Casa Amarilla. Pero las desavenencias se fueron agudizando, el contacto era
cada vez más tenso. El 23 de diciembre de 1888 Van Gogh se cortó la oreja
izquierda con la cuchilla de afeitar con la que amenazaba a Gauguin. Éste puso
punto final a su estancia en Arles y Van Gogh volvió a la soledad. El doctor
Félix Rey le curó la herida y, en agradecimiento, Vincent, cuando se recuperó,
le hizo un retrato. Esta
obra, proveniente del Museo Pushkin de Moscú, convierte a
aquel profesional anónimo en la estrella de la exposición. Primero porque es la
primera vez que este óleo visita Amsterdam; segundo, porque una carta del
doctor aclara todo el mito de “la oreja de van Gogh”.
Aunque en distintas publicaciones se lee que Van Gogh se
cortó el lóbulo de la oreja izquierda, Bernadette Murphy, historiadora
irlandesa afincada en Arles, demuestra que no fue así. Van Gogh se cortó la
oreja de tajo y le quedó una minúscula parte del lóbulo. Murphy ha investigado
a partir de documentos de testigos, ha observado los cuadros de la oreja
vendada y ha hablado con médicos, pero el testimonio decisivo fue una carta del
doctor Rey dirigida a un novelista americano. Irving Stone pidió directamente
información al doctor Rey para su novela. En la carta de respuesta, que se
encuentra en la Biblioteca Bancroft de la universidad de Berkeley, el médico
señala gráficamente la parte qué se cortó y lo que quedó. La herida se le fue
cerrando y en el dibujo Van Gogh en el lecho de muerte, realizado por Paul van
Ryssel, se aprecia cómo quedó después de cicatrizar.
La exposición abunda en documentos visualizados sobre las
paredes blancas y en vitrinas. Una sala está dedicada a los cuadros del final
de su estancia en el sanatorio psiquiátrico de San Remy. Van Gogh se vuelve más
personal en sus representaciones. Se identifica con Jesús muerto, copiado de un
cuadro de Delacroix, o con Lázaro resucitado, a partir de un grabado de
Rembrandt. Está también el famoso Segador, donde Van Gogh explica a su hermano:
“El segador representa la muerte; el trigo, la humanidad. Pero no es triste
porque todo ocurre a la luz de día, bañado en una fina luz dorada”. A propósito
del óleo Jardín del asilo, de 1889, le escribe a Theo: “El último destello de
un rayo de sol hace que el ocre se aclare hasta llegar a naranja. Entenderás
que la combinación rojo ocre, el verde oscurecido con gris y las líneas negras
que marcan los contornos provocan un sentimiento de angustia del que de vez en
cuando padecen mis compañeros de fatigas. Además, el motivo del gran árbol
herido por el rayo y la sonrisa enfermiza de la última flor de otoño confirman
de nuevo este sentimiento”.
En un momento de 1889, cuando estaba pintando Entrada a una
cantera, le sobreviene otro ataque, pero se esfuerza por acabar el cuadro. Hace
un intento de envenenarse, cuenta en una carta. Todavía en Saint Remy pinta una
serie de dibujos y un cuadro sobre temas de Brabante, región de Holanda donde
nació. Son reflejo de su nostalgia de juventud y recuerdos de la familia que él
no pudo formar.
Como su salud iba a peor, decide irse a vivir cerca de Theo.
Este se encontraba en una crisis familiar porque quería empezar con un negocio
de arte por cuenta propia, lo que a su mujer le parecía imprudente, lo mismo
que a Vincent, ya que acababan de tener un hijo. Por fin se instala en
Auvers-sur-Oise, en la pensión del doctor Gachet.
Aquí, en dos meses, realizó setenta cuadros. Es un trabajar
convulsivo. Esta crisis familiar, más la incertidumbre sobre el futuro
financiero y las crisis de salud cada vez más frecuentes, agravan la situación
que según los conservadores de la exposición le llevaría finalmente al
suicidio.
En junio de 1890 pintó unos campos de trigo apaisados con
cielos que presagian tormenta y escribió: “Así pues, en cuanto volví, me puse a
trabajar, a pesar de que casi se me cae de los dedos el pincel. Son grandes espacios
de mieses bajo unos cielos revueltos y no tenía que salirme mucho de mi camino
para expresar mi tristeza, mi absoluta soledad” (Carta a Theo). Pero su último
cuadro es Raíces de árbol, que se quedó en el caballete sin terminar.
Una serie de diagnósticos que van desde depresión o
trastorno bipolar, pasando por trastorno límite de la personalidad, locura
religiosa, sífilis, epilepsia o problemas de identidad, hasta un total de doce,
aparecen en la pared de la última sala de la exposición como posibles
desequilibrios de Van Gogh. La exposición no se inclina por ninguno, pero sí
que tiene un mensaje. “Algunos creen que la obra de Van Gogh, su colorido y
pincelada tiene tal fuerza expresiva a causa de su locura, –explica Ninke
Bakker, comisaria de la exposición–. Todo lo contrario, lo es a pesar de su
locura. Cuando sufría un ataque no podía hacer nada y menos pintar”.
En una pequeña lápida junto al un muro del cementerio de
Auvers se lee: Ici Repose Vincent van Gogh 1853-1890, y junto a él la de su
hermano, que falleció un año más tarde. El término descansa suena como a algo
muy merecido, después de una lucha titánica que sólo su vocación artística le
ayudaba a volver a empezar.El museo organiza un simposio el 14 y el 15 de
septiembre para profundizar en el tema de los diagnósticos con expertos médicos
e historiadores del arte.