Fotografía,
escultura, pintura, instalaciones, vídeos, dibujos. Creadores noveles y
consagrados. Galerías recién llegadas y veteranas con cincuenta años a la
espalda. Todos se apuntan
Se dice pronto pero han pasado cincuenta años desde que
Elvira González (Madrid, 1937) abrió su primera galería. No viajaba sola en
aquella aventura. La verdad es que jamás lo ha estado. En 1966, en tiempos de
paleta en grises, inauguraba Theo junto a su esposo, Fernando Mignoni, un
artista, lo mismo que ella, bailarina con MariEnmma, deseando acabar la función
para perderse pos las salas de algún museo. Después abrió al suya, con su
nombre en 1994. Pasó por la calle General Castaños 9. Estaba en el primer piso
y tenía de vecino al gran Ramón Gaya. Hoy, con tres hijos ya crecidos que han
echado los dientes en el mundo del arte, se traslada a un espacio nuevo. No es
partir de cero, es seguir, continuar. «Un galerista nunca se retira», dice
Isabel Mignoni, la mayor, dicharachera como su madre, muy cercana. El motivo
del traslado es tan simple como que no les renovaban el contrato de
arrendamiento del local donde estaban, «se nos echaba el tiempo encima y
teníamos ganas de cambiarnos, era algo a lo que llevábamos tiempo dando
vueltas. Necesitamos más sitio y techos más altos para las obras», explica.
Cinco meses frenéticos y un local de unos 300 metros
cuadrados que lleva el sello de Marcos Corrales, arquitecto de cabecera de la
familia. «El cambio significa energía positiva, los artistas están
entusiasmados, les gusta el local, la claridad. Para ellos, desde Miquel
(Barceló) a Waltercio (Caldas), también significa un reto», comenta. Afirma
Elvira hija que a ellas siempre les han gustado las obra y todo lo relacionado
con la arquitectura «y nos lo tomamos positivamente». ¿Es éste el emplazamiento
definitivo? «Nunca se puede decir eso. Espero estar aquí muchísimo tiempo, pero
decir que será el definitivo... En este espacio diáfano todo está a la vista,
de ahí que parezca que es mayor de lo que realmente es. El local fue la antigua
Papelera Española, después devino en un garaje para posteriormente convertirse
en la Biblioteca del Cunef (Colegio Universitario de Estudios Financieros). Han
cambiado un piso por un local de calle, «que te da visibilidad y te facilita,
por ejemplo, la llegada de las obras, sobre todo las que son de gran tamaño».
- Una foto de Kahnweiler
Elvira González y sus hijas, Elvira e Isabel Mignoni, saben
lo que es nadar con el viento en contra. Los comienzos en los sesenta no fueron
fáciles, pero jamás la matriarca pensó en tirar la toalla. «Eso nunca», subraya
Elvira. «Mi madre tiene una foto en su despacho y otra frente a su mesilla. En
ambas está Kahnweiler, un ejemplo de marchante al que siempre ha tenido
presente. Nunca le doblegaron y nunca se rindió. Es su ejemplo». Confía en que
en este nuevo espacio las reticencias a traspasar la puerta de la galería, que
aún existen, se disipen: «Se tiende a entrar como en silencio, para no importunar.
Yo lo que quiero es que la gente entre y nos pregunte porque ninguna nacemos
sabiendo. Cuando nos referimos a que esta o aquella exposición ha sido un éxito
no es tanto por las ventas realizadas, sino por la repercusión que haya podido
tener, porque ha funcionado el boca a boca, porque se ha sabido de ella. Para
mí, eso es el éxito».
Elvira González inaugurará mañana su nuevo espacio en la
calle Hermanos Álvarez Quintero, 1 y se sumará a la fiesta del arte, esa
concentración que por séptimo año reúne a 43 galerías de Madrid, unidas en lo
que se ha bautizado como «la fiesta del arte contemporáneo». En 2015 pasaron
24.000 personas durante los tres días que duró la iniciativa. Habrá 30
coleccionistas internacionales a los que se ha in invitado y se espera recibir
a una veintena de representantes de importantes instituciones culturales. Para
Damián Casado, de la galería Casado Santapau y presidente de Arte Madrid, el
objetivo es «que la gente acuda con normalidad y pierda el miedo. Pueden entrar
perros y niños, no hay problema. La clave es poder crear durante tres días esa
confianza para que nos visiten durante todo el año. Además, por la zona en
donde estamos siempre hay algo que ver, algún restaurante donde dejarse caer.
Se lo ponemos bastante fácil» y añade que «somos la única industria cultural
gratuita». Comenta que, mientras en Madrid es complicado quedar para «ir de
galerías» en Europa sí es un plan de fin de semana y «cuando salimos al
extranjero lo hacemos. Es algo muy curioso». Si atendemos al orden alfabético
de la lista abre Álvaro Alcázar y cierra Utopía Parkway. Entre medias,
veteranísimas como Juana de Aizpuru, Marlborough o la propia Elvira González;
propuestas más novedosas de la mano de Pérez Hernando o de Álvaro Alcázar.
Cayón, por ejemplo, se dará un festín con las obras de Cruz-Díez y Guillermo de
Osma nos hará soñar de nuevo con los juguetes en madera de Joaquín Torres
García, una delicia. Si quiere echar un vistazo a las imágenes de Castro
Prieto, no tiene más que dejarse caer por Blanca Soto. Helga de Alvear será
fiel a la cita con uno de sus valores seguros, Santiago Sierra. En Moisés Pérez
de Albéniz ayer terminaban de montar a toda prisa. El ambiente que se respira
en las galerías es de cierto optimismo, aunque el pistoletazo de salida está
por darse aún, sólo faltan horas. Cuando le preguntamos a Isabel Mignoni nos
confiesa que la estabilidad «se nota a ratos. Vamos a ver cómo funciona la
temporada porque no lo sabemos aún. Está por empezar, pero va a depender de
cómo marche la política», comenta.
Carrera de fondo
¿Es un simple gesto esta apertura conjunta? Los responsables
de las mismas no desean que se interprete así, aunque no quieren que la
denominada «fiesta» se reduzca únicamente a tres días, pues el año es muy largo
y no solamente viven de Arco y ferias aledañas. «La carrera de galerista es de
fondo. Siempre cuesta, pero te vas entrenando», comenta Mignoni. En su caso la
labor que ejercían sus padres era vista como otra cualquiera: «Cuando mi madre
abrió la galería, en aquellos años, era como si tuviera una peluquería, como si
fuera una tendera. Hoy es otra cosa, ha cambiado muchísimo. Mujeres como ella,
Juana de Aizpuru y Juana Mordó han dignificado la profesión», comenta.
¿Qué recuerdan de los artistas que trabajaban con sus
padres? Elvira guarda mil anécdotas. De Esteban Vicente, «lo feliz que fue al
final, al ser reconocido en un país que le había obviado y que le respetaba.
Era un ser humanamente excepcional». Miró era «cariñoso y enormemente
agradecido». En el polo opuesto, «la frialdad de Donald Judd, más mental,
también, pero increíble. Nos ayudó muchísimo». Hay un par de máximas que
repite: el artista siempre te da y de él es de quien verdaderamente aprendes: «Llegas,
con el tiempo y el trato, a crear una auténtica familia. Yo siempre digo que el
mío no es un privilegio de profesión, sino de vida». La matriarca está muy
satisfecha con el nuevo espacio. «Ahora que soy madre es cuando me doy cuenta
de la cantidad de pienso puente que ha tenido que hacer en la vida para
inaugurar una exposición en Japón y acudir a la graduación de uno de nosotros
en el otro extremo del mundo. Ella nos inculcó el amor por el trabajo, lo hemos
mamado y es algo natural».