Hasta el 20 de enero el Centro Pompidou de París acoge la
primera retrospectiva de un artista obsesionado con los cuerpos: los vuelve
líquidos y los pinta deformes
En el tríptico «En memoria de George Dyer» (1971), Francis Bacon
esparce sobre una mesa a su mujer deformada
Carlos Herranz.
Los autores que alimentaron el universo trágico que marcó
las últimas dos décadas de Francis Bacon son el hilo conductor de una de las
exposiciones que marcan la agenda del nuevo curso cultural en París y que está
siendo ampliamente aplaudida por la crítica. Desde Nietzsche hasta T.S. Eliot
pasando por Joseph Conrad, un puñado de creadores que llenaron la biblioteca,
el alma y los pinceles del artista británico y que marcaron definitivamente su
rica y convulsa producción en los setenta y los ochenta. En total, sesenta
cuadros que se exponen en el Centro Georges Pompidou y que configuran la
primera retrospectiva de Bacon en Francia desde 1996. Los lienzos, muchos de
ellos en el formato tríptico característico de este icono del siglo XX,
entablan un diálogo con los textos literarios de los autores predilectos del
pintor, «un lector ávido» según el comisario de la muestra, Didier Ottinger,
que explica que la muestra ayuda a comprender el imaginario del artista y sus
intenciones.
La muestra parte de un año esencial para comprender a Bacon:
1971. Entonces tenía 62 años y se dan dos circunstancias que marcarían el resto
de su vida. Por un lado, se celebró en el Grand Palais de París su primera
exposición que lo consagró internacionalmente y, por otro, el suicidio de su
amante George Dyer, a quien había conocido en plena noche cuando intentaba
robar en su taller. Su muerte le permitió acometer una transformación
estilística notable para pintar de una forma más simple e intensa a la vez. Fue
el acontecimiento que lo dotó de ese sello inconfundible que lo catapultó como
uno de los principales exponentes de la pintura del siglo XX. De hecho, las
primeras obras expuestas son nuevas versiones que hizo de sus propios lienzos
como «Estudio del Papa rojo», a la vez inspirado en la obra de Velázquez
«Retrato de Inocencio X».
El ser humano es el centro
En el tríptico «En memoria de George Dyer» (1971), Bacon
deforma a su amante y lo esparce sobre una mesa –estética que recuerda a «El
último tango en París», la película en la que Bertolucci descubrió y reflejó la
expresividad del pintor–, mientras que en otro tríptico realizado dos años
después lo imaginaba difuminado en un retrete en el momento de fallecer por una
sobredosis de barbitúricos. Bacon hizo al ser humano el auténtico epicentro de
su obra. Incluso se obsesionó con pasar los cuerpos por orificios como si
quisiera volverlos líquidos, en un ejercicio de experimentación con formas
humanas que define su sello. Como también lo realizaron esos autores que marcan
la exposición «Bacon en todas sus letras», que puede visitarse hasta el próximo
20 de enero en el Centro Pompidou y que cuenta con la originalidad de tener
seis salas, entre los cuadros, en las que el visitante puede escuchar los
textos de los autores que más influyeron en él con ejemplares de su propia
biblioteca. A partir de ahí, la exposición no explicita los rasgos literarios
observables en cada lienzo sino que se limita a señalar las trazas para que el
espectador haga el enlace.
Pese a que el ser humano vuelve a ser en esta muestra el
centro de gravedad del universo de Francis Bacon, lo cierto es que el británico
consideró «Agua de un grifo» (1982) su gran obra maestra, en la que pinta la
que emana de un grifo difuminando el lavamanos sobre el que se vierte. «Un
lienzo inmaculado» dijo Bacon al respecto. A propósito, el comisario del
Pompidou, Didier Ottinger, ha señalado que fue «como si pintara el agua sin
tocar el cuadro».
Otra genialidad de unos de los artistas más cotizados del
arte contemporáneo.
Dónde: Centro Nacional de Arte y Cultura Georges Pompidou,
París.
Cuándo: hasta el 20 de enero de 2020.
Cuánto: desde 11 euros.