Es el nuevo gurú, el «mega-dealer», el galerista más
influyente del mercado capaz de arrinconar a quien era hasta ayer el
todopoderoso hombre del mundo del arte, Gagosian. Zwirner inauguró el sábado en
Hong Kong nueva sucursal y en 2020 anuncia el que será su séptimo espacio, en
Nueva York. Imparable
ualquier estudioso del mundo del arte no dudaría en
diagnosticar el actual estado del sistema galerístico como «delicado» y con
claros síntomas de decadencia. A la erosión causada por los años más violentos
de la crisis, se suma el cada vez mayor protagonismo de las casas de subastas,
cuya voracidad está comiendo terreno a pasos agigantados a la tradicional labor
desempeñada por el «dealer». Pero, dentro de este panorama un tanto
descorazonador, existe un espécimen que, lejos de mostrar síntomas de debilidad,
aumenta su musculatura y posición de poder con el transcurso de los años: el
denominado «mega-dealer». Unas pocas galerías a nivel mundial se reparten la
mayor parte del pastel del mercado artístico, multiplicando sus ventas anuales
y deslocalizando sus sedes mediante la apertura de locales en las principales
metrópolis del mundo. Son autenticas marcas transnacionales capaces de crear
tendencia y catapultar a la fama a cualquier artista que pase por sus manos.
Los nombres son por todos conocidos: Gagosian, Pace, White Cube, Hauser &
Wirth y, por supuesto, David Zwirner.
El «nuevo Gagosian»
El caso de Zwirner es especialmente paradigmático de un
marchante convertido en estrella del mundo del arte al calor de la burbuja
vivida por el mercado durante estas dos primeras décadas del siglo XXI. Hijo de
un conocido galerista alemán, Zwirner abrió su primer local en 1993, en el SoHo
neoyorquino. Su primera exposición fue una individual del escultor austriaco
Franz West, durante la cual no vendió ni una sola obra. Veinticinco años
después, y pocos días después de celebrar las bodas de plata de su proyecto
galerístico, la realidad de aquellos inquietantes inicios se ha tornado en una
exclusiva y apabullante historia de éxito: cinco locales operativos en Nueva
York y Londres, a los que se sumará un sexto que inaugurará este mismo mes en
Hong Kong, y el anuncio de un séptimo para 2020 en Nueva York. Éste último, que
estará situado en la 21st Street del distrito de Chelsea, costará la
prohibitiva cifra de 50 millones de dólares y contará con el diseño del
arquitecto Renzo Piano.
El fulgurante ascenso de Zwirner lo ha llevado a ser
calificado como el Gagosian de su generación. De hecho, después de dos décadas
de incontestable dominio del «dealer» californiano, Ziwrner le ha arrebatado el
liderazgo dentro del sector galerístico mundial. La última lista de los «Power
100», confeccionada por «Artreview», y en la que se clasifican los nombres más
poderosos del mundo del arte, sitúa a Zwirner como el galerista más influyente
del pasado año, ocupando el quinto lugar de la elitista tabla. Y, ciertamente,
los números generados por su emporio no son para menos: 1400 obras vendidas
durante el último ejercicio, que arrojan un balance de 500 millones de dólares.
Multinacional
Una organización multinacional
David Zwirner es mucho más que una galería: comprar arte en
ella determina un estatus social, la pertenencia a una privilegiada clase de
coleccionistas que se acercan al arte más por prestigio y poder que por amor a
y conocimiento de las prácticas artísticas contemporáneas. Año tras año,
Zwirner llega a Art Bassel rodeado por una multitud de asistentes y bajo un
aura de mistificación que convierte su stand en un espacio de glamour y
dispendios varios. No es infrecuente ver pasar por él a «celebrities» del tipo
de Roman Abramovich o el actor Leonardo DiCaprio, mientras coleccionistas pujan
casi agonísticamente por la última pintura de Richter que se pone en
circulación. Más de arte, se habla de dinero, porque –como reconoce el propio
Zwirner– «hablar de dinero es mucho más fácil que hablar de arte». Todo poesía
y pasión por las experiencias intangibles.
Una empresa de este tipo funciona en los mismos términos que
una multinacional, solo que con esa pátina de seducción que hace olvidar que,
en su esencia, tan solo se trata de una prosaica transacción comercial. Dentro
del ámbito de la intermediación artística, es posible diferenciar tres tipos de
galerías: las «big boxes», de cuyo grupo Zwirner es su principal representante;
las «midlde tier», conformadas por una nutrida clase media que, a lo sumo,
llega a tener una docena de trabajadores a su cargo; y las denominadas «mom and
pop stores» –empresas familiares–, cuyo staff no pasa de tres o cuatro
trabajadores. Una «big box» como David Zwirner Gallery dispone de un personal
contratado de más de 160 personas, y dispone de varios departamentos –entre
ellos, de publicidad y comunicación– que permiten una distribución en cadena y
profesionalizada del trabajo. El personal de ventas funciona a comisión, de
manera que, técnicamente, genera entre sí un espíritu bastante competitivo que
Zwirner intenta rebajar mediante un supuesto «código ético» que jamás ha hecho
público. Como interesante ejemplo de comparación, sirva el dato de que,
atendiendo al personal contratado, ninguna de las «grandes» y referenciales
galerías españolas supera las cinco personas contratadas, lo cual viene a
indicar que, dentro de una escala global, la parte más sólida y exitosa del
sector galerístico español no supera el nivel de «empresa familiar».
Cartera exclusiva
David Zwirner gestiona la obra de 50 artistas, todos ellos
consagrados como nombres imprescindibles y altamente cotizados del arte moderno
y contemporáneo. La lista contempla «clásicos» habituales de los manuales de
arte como Josel Albers, Dan Flavin, Donald Judd, Felix Gonzalez-Torres, On
Kawara, Gordon Matta-Clark, Morandi, Richard Serra o Palermo; representantes
incuestionables de la «nueva pintura» como Luc Tuymans o Marlene Dumas;
polémicos autores surgidos al calor del Young British Art de los 90 como Chris
Ofili; o inesperadas y jóvenes estrellas, producto de la pura y descarada
especulación, como el colombiano Óscar Murillo. Lo interesante de la cartera de
artistas trabajada por Zwirner es que resulta irreductible a un perfil de
artista, y muestra una pluralidad de registros que, por ejemplo, es más difícil
de hallar en Larry Gagosian. Así, junto al paradigma de «artista-estrella» de
un Jeff Koons o de artista más próximo al mundo de la moda y el diseño –como es
el caso de Yayoi Kusama–, Zwirner es capaz de representar a una pintora tan
excepcional y diferente como la alemana Tomma Abts, entre cuyos criterios de
trabajo se encuentra el limitar su producción por año a 10 obras.
Indudablemente, esta amplitud de sensibilidades ha permitido a Zwirner ampliar
el número de clientes potenciales, abarco un territorio tan amplio como
sugerente.
Arco, fuera del circuito
Ante la inminencia de una edición de la feria de arte
española por antonomasia, Arco, cabe abrir una interrogante: ¿qué grado de
presencia tienen las grandes galerías, las «big boxes» multinacionales en ella?
La respuesta solo puede ser tan concisa como demoledora: ninguna. A fuerza de
necesidad y de cómo han venido dados los hechos durante estos últimos años,
Arco ha terminado por especializarse en galerías «establecidas» y de «clase
media». En sí misma, ésta no es una mala opción siempre que se sepa explotar al
máximo y con un sentido geoestratégico. Pero, desde luego, las «majors» del
sector galerístico, aquellas que, junto con los principales coleccionistas del
planeta, asientan las bases de las nuevas tendencias estéticas y económicas.
Ésas han dejado a Arco fuera de su «gran circuito». Una sola presencia como la
de David Zwirner no solo otorgaría a la feria una visibilidad mundial de la
que, a día de hoy, carece, sino que, además, arrastraría una cohorte de
coleccionistas cuyo impacto positivo sobre el escuálido mercado español sería
mayor que el de la mejor estrategia de posicionamiento internacional. En el
mundo del arte, son muchos los que participan y muy pocos los que deciden. Y
esta disimetría tan violenta apunta siempre en dirección contraria a la de los
intereses del arte español.