Museos de Berna y Bonn exhiben parte de las 1.500 obras
halladas en 2013 en un piso de Múnich, muchas expoliadas por los nazis
Operarios sostienen el «Retrato de Maschka Müller», de Otto
Müller, en el Kunstmuseum de Berna –
Al abrir la puerta de un armario de la cocina, con la
esperanza de encontrar un vaso en el que beber agua y refrescarse tras horas
catalogando cuadros, apareció el «Puente de Waterloo», uno de la serie que
Monet pintó durante su estancia en Londres, en 1871, cuando huyó de París por
los sucesos revolucionarios de la Comuna. El perito contratado por la fiscalía
de Múnich avisó al resto de los expertos que también había que vaciar la
cocina, y tras el Monet fueron apareciendo, cuidadosamente envueltas y
ordenadas entre latas de comida caducadas desde los años 80, varias litografías
de Otto Dix, la «Muchacha melancólica» de Ernst Ludwig Kirchner, «El Sena,
vista del Puente Nuevo con el Louvre al fondo», de Pissarro… Todas estas obras,
escondidas desde la II Guerra Mundial en el modesto piso de Cornelius Gurlitt,
pueden verse desde hoy por primera vez gracias a la exposición conjunta que
presentan el Kunstmuseum de Berna y el Bundeskunsthalle de Bonn, dos muestras
paralelas bajo el título conjunto de «Dossier Gurlitt» y que atestiguan
seguramente el más increíble episodio de la historia reciente del arte.
Los nazis robaron 91 de las obras del «tesoro de Gurlitt»
La colección Gurlitt se quedará en Suiza
Alemania devuelve a sus dueños un dibujo de Von Menzel
robado por los nazis
Operarios instalan en el Kunstmuseum de Berna «Leonie», de
Otto Dix
El hallazgo de una de las mayores colecciones de arte de
Europa fue fruto de la casualidad. A finales de 2013, a un agente de aduanas en
la frontera con Suiza le llamó la atención que Cornelius Gurlitt, un hombre de
80 años que vestía poco menos que harapos, dejase entrever un grueso fajo de
billetes al sacar el pasaporte para pasar la frontera. Las obras las descubrieron
los inspectores de Hacienda que registraron el piso de Múnich y la casita de
Salzburgo propiedad de un aciano que vivía en la más absoluta austeridad y sin
relaciones sociales. El conjunto, apenas recontados los cuadros, se desvelaba
como el mayor hallazgo artístico del período de posguerra, con alrededor de
1.500 trabajos de primer orden y valoradas de entrada en más de mil millones de
euros
Un hombre fotografía una obra de Emil Nolde, de la colección
Gurlitt, en el Kunstmuseum de Berna-
Se trataba de su herencia. Su padre fue marchante de varios
jerarcas nazis y amasó su propia colección con obras «degeneradas» oficialmente
despreciadas en los años 30. Los interrogatorios policiales y la presión
mediática pudieron con su corazón y Cornelius Gurlitt murió a causa de un paro
cardíaco un año después de que su secreto saliese a la luz. En su testamento,
donó todas sus obras al museo de Berna. Desestimados los recursos de dos
familiares lejanos, las autoridades alemanas se ofrecieron para ayudar en la tarea
de catalogación, valoración y legitimación de los cuadros, que desbordaba a las
autoridades suizas, y finalmente un juzgado de Múnich allanó el camino para que
sean expuestas ahora por primera vez.
«El público podrá acceder a estas obras de arte de las que
tanto se ha hablado en las noticias como un hallazgo insólito y un tesoro
oculto», ha dicho Nina Zimmer, comisaria de la exposición en Berna, durante el
acto de inauguración, subrayando que la exposición también supone una
oportunidad para estudiar por qué el mundo del arte ha sido poco autocrítico
sobre su papel durante la era nazi.
Un hombre pasa ante dos obras de Nolde en el Kunstmuseum de
Berna
Antes de su exposición al público, todos los cuadros de la
colección Gurlitt han sido estudiados para garantizar que su procedencia era
legítima. La documentación ha estado años en internet para facilitar a que
cualquier posible legítimo heredero pudiera reclamar sus obras y detectives de
arte de medio mundo se han afanado buscando conexiones, pero solamente cuatro
cuadros han sido reclamados y devueltos. Sigue en curso la disputa legal por
«La montaña de Sainte Victoire», de Cézanne, hallada detrás de una despensa en
Salzburgo, que la familia del artista quiere de vuelta.
Matisse,
Chagall, Klee, Beckmann, Kirchner, Rodin, Nolde, Courbet, Durero, Canaletto... Como
buen marchante, Gurlitt padre tenía todo bien documentado y además de los
cuadros dejó garantías como la carta manuscrita del genio expresionista Max
Beckmann, ofreciéndose para testificar sobre la legitimidad de una de sus obras
y destacando que el comerciante de arte había hecho posible una exposición de
sus cuadros en Hamburgo, a pesar de ser considerados por el régimen nazi como
«arte degenerado» y «corriendo por ello peligros personales». También se
conserva al completo el expediente de desnazificación acreditado por el
tribunal de Bamberg el 12 de enero de 1948, que liberó a Gurlitt de toda
sospecha y le permitió recuperar al menos parte de la colección, confiscada por
las tropas norteamericanas.
«Autorretrato de Lovis Corinth», de la colección Gurlitt, en
el Kunstmuseum de Berna
La muestra, que ofrece la posibilidad de ver vuadros que
llevaban siete décadas ocultos, «parte de una visión autocrítica que pone en
cuestión el polémico papel de Suiza como centro neurálgico en el campo
lucrativo del arte nazi», según Zimmer, y requiere de dos sedes simultáneas,
dada su extensión, a pesar de que solamente exhibe un 10 por ciento de los
fondos de la colección.
En la Bundeskunsthalle de Bonn se pone el foco en las obras
de arte robadas a judíos y demás perseguidos por los nazis, con la intención de
«rendir homenaje a las personas que se convirtieron en víctimas de los robos de
arte nacionalsocialistas, además de a los artistas "degenerados" que
fueron difamados y perseguidos por el régimen nazi». En Bonn se presta atención
en particular a la suerte que corrieron los artistas, coleccionistas y
marchantes de arte judíos, que en muchos casos se enfrentaron a persecuciones y
a tribunales irregulares y arbitrarios.