El historiador Christian Ingrao revela en el ensayo 'Creer y
destruir' cómo muchos SS universitarios y con doctorados ejecutaron las
matanzas nazis
Tenían apenas 30 años cuando Hitler llegó al poder y eran
universitarios, muchos con tesis doctorales y dos carreras: juristas,
economistas, filólogos, filósofos, historiadores, médicos... Fueron esos
jóvenes brillantes quienes, como mandos de las SS de Heydrich y Himmler y su
Servicio de Seguridad (SD), convencieron a sus escuadras, y dieron ejemplo
disparando sus propias armas, de que debían matar a hombres, mujeres y niños e
implicarse en la cadena de genocidio nazi. Sobre cómo y por qué 80 hombres con
formación académica interiorizaron y se comprometiehistoriador Christian Ingrao
(Clermont-Ferrand, 1970) en el ensayo ‘Creer y destruir. Los intelectuales en
la máquina de guerra de las SS’ (Acantilado), plasmación de su propia tesis
doctoral.
¿Cómo es posible que gente ilustrada, “especialista en
ciencias humanas y sociales”, acaben siendo genocidas? “Hay que darle la vuelta
a la pregunta. Siempre hay intelectuales detrás de cualquier masacre del siglo
XX. Solo hay que ver Uganda, Yugoslavia, el genocidio armenio, Ruanda...”.
Según el historiador, el intelectual nazi se compromete con
las SS, la Orden Negra de Himmler, que le ofrece a la vez elitismo y ‘völkisch’
(nacionalismo y racismo) y donde se comparte “la profunda aversión por una
República de Weimar que encarnaba la agonía de la Alemania venida a menos”.
Porque eran hijos de la derrota alemana en la primera guerra mundial, con el
humillante Tratado de Versalles y sus devastadoras consecuencias económicas,
que sumió a la sociedad en “una angustia apocalíptica, algo que hace a los
intelectuales muy sensibles a los comportamientos transgresores”.ron con la
doctrina nazi y se convirtieron en asesinos lo investiga el
Estos SS con carrera ejercieron una función pedagógica sobre
los miembros de los Einsatzgruppen (los comandos destinados a las ejecuciones
en masa en los territorios conquistados del Este) que dirigían. “Su discurso
legitima las acciones de genocidio. Un ejemplo: Bruno Müller, especialista en
Derecho internacional con tesis hecha. Dirige un comando y en agosto de 1941
les dice a sus hombres que a partir de entonces tendrán que matar mujeres y
niños. Para explicárselo hace traer a una mujer y un niño y los mata él mismo
con su pistola. Y como él, todos los jefes usaron la misma retórica para convencerlos:
‘O ellos o nosotros, o los matamos nosotros o lo harán ellos y lo harán peor’”.
El argumento defensivo para las atrocidades es que la “bestia bolchevique” y
los “infrahumanos” judíos son enemigos que amenazan la supervivencia raza aria.
"BORRACHERA DE SANGRE"
Y esa coartada funcionó. “La ejecución de hombres era algo
más justificable dentro del discurso de guerra”, desde julio de 1941 también
“aceptaron matar mujeres porque eran del partido comunista, partisanas o de
unidades de sabotaje” y, al mes siguiente Himmler y Heydrich ordenaron matar a
niños, el peor tabú. La escalofriante carta de un policía vienés a su mujer
tras participar en una matanza en Bielorrusia aquel otoño muestra además “el
psíquico de los asesinos”: “Al décimo coche, apuntaba ya con calma y disparaba
de manera segura a las mujeres, los niños y los numerosos bebés, consciente de
que yo mismo tengo dos en casa, con los que estas hordas actuarían de igual
modo (...) Los niños de pecho salían volando (...) y los reventábamos en el
aire antes de que cayeran a la fosa (...) Nunca había visto tanta sangre,
porquería, huesos y carne. Ahora comprendo la expresión ‘borrachera de
sangre’”.
Como Müller, antes de romper “el mito de que los
intelectuales no son hombres de acción”, muchos de sus colegas trabajaron en
las oficinas que se ocupaban de la germanización del Este, léase “la
planificación de la expulsión de la población ‘indeseable’ para hacer realidad
el nuevo mundo nazi y la utopía de la llegada del gran Reich milenario, que era
la base de su ideología. Es decir, ‘hay que matarlos para poder conseguir
nuestro sueño'”.
A pesar de todas estas coartadas ideológicas algunos
miembros de los Einsatzgruppen acusaron el trauma de infligir aquella violencia
cotidiana y la somatizaron en alcoholismo, depresiones o crisis psiquiátricas.
“Dice algo del ser humano porque demuestra que a pesar de la convicción
ideógica y del odio por los judíos, a los que consideran animales, hay algo que
les hace sentir que matar mujeres y niños es terrible y transgresor”.
El SS Bruno
Múller, especialista en Derecho Internacional, dio ejemplo a sus hombres de
cómo matar mujeres y niños disparando él mismo sobre una madre con su hijo
Los jerarcas
nazis, conscientes de esas “tensiones psíquicas”, y para preservar su salud
mental y restarles carga psicológica, intentaron “economizar a sus hombres” y
proliferaron las cámaras de gas. Entre junio y diciembre de 1941 los 3.000
miembros de los Einsatzgruppen, apunta, ejecutaron a 550.000 personas. En las
cámaras de Treblinka, 120 hombres mataron en el mismo periodo a 800.000. Los
intelectuales, como el SS Otto Ohlendorf, jefe del SD que fue procesado en los
juicios de Núremberg, ordenó a sus hombres una “manera militar de matar”, el
fusilamiento en fila realizado bajo una orden, como si lo legitimara una
resolución judicial. “Él puso en marcha grandes masacres con un sistema
industrializado y estandarizado donde cientos de asesinos matan a cientos de
hombres con una bala en la nuca”.
CÓMO
DISPARAR PARA NO MANCHARSE
Los colegas
médicos de Ohlendorf incluso daban consejos a los SS de los comandos sobre cómo
y dónde apuntar, con la bayoneta calada para crear cierta distancia, y “para no
causar destrozo excesivo y la dispersión de la masa cerebral y de huesos que
podrían manchar el uniforme de los tiradores”.
Entre el 75
y el 80% de los hombres, añade Ingrao, “se acostumbraron a matar” pero lo que
no soportaban, hasta el punto de plantarse, era tocar los cadáveres. De ahí que
para esas tareas se utilizara a las milicias ucranianas en los fusilamientos, a
los propios judíos en los campos y se abandonara el sistema de los camiones de
gas, para no tener que ensuciarse sacando los cuerpos de su interior.
Tras la
guerra, quienes fueron procesados o investigados en las comisiones de
desnacificación, mayoritariamente negaron el nivel de su implicación y alegaron
haber obedecido órdenes. Aunque podían negarse, y simplemente les habrían
cambiado de destino, no hay pruebas de que ninguno lo hiciera.