miércoles, 8 de febrero de 2017

La "explosión creativa" de la revolución rusa



Distintos carteles de la exposición de la revolución rusa en la Roya Academic of Arts de Londres.




Una exposición en la Royal Academy of Arts recupera la mítica muestra vanguardista de 1932 tras la revolución rusa.
CARLOS FRESNEDA Corresponsal Londres
08/02/2017 04:07En 1932, pasado ya el ímpetu de la Revolución Rusa, el crítico Nikolai Punin recibió el encargo de hacer el repaso artítistico a los 15 años vividos peligrosamente. La exposición ocupaba 33 inmensas salas del Museo Estatal de Leningrado (San Petersburgo) y aspiraba a ser un compendio de la "explosión creativa" en los albores de la nueva era.
Allí estaban el suprematismo de Malevich y el constructivismo de Kandinsky, el modernismo de Chagall y el futurismo de Mayakovski. No podía faltar el realismo de Isaak Brodsky, pintor de cámara de Lenin, ni la pintura analítica de Filonov. Ni por supuesto Kuzma Petrov-Vodkin, autor de la famosa Madonna de Petrogrado, empeñado en darle un toque rafaelista a la realidad post-revolucionaria. Nikolai Punin no intuía que aquella iba a ser la primera y última oportunidad para exhibir bajo el mismo techo la propaganda soviética y la auténtica vanguardia. La exposición fue un éxito, y se llevó después a Moscú, antes de que Stalin decidiera por real decreto "la reconstrucción de la organizaciones literarias y artísticas, de acuerdo con las líneas acordadas por el Estado"... El propio Punin, que se atrevió a criticar "el mal gusto" del arte oficial y del culto a los líderes, acabó con sus huesos en el "gulag". Muchas de las obras que hasta entonces habían simbolizado el espíritu de la revolución fueron proscritas. El auténtico arte fue enterrado en las catacumbas de los museos y en la trastienda de los coleccionistas. Las purgas de Stalin se cebaron con los intelectuales y los artistas, y ya solo había lugar para los mausoleos o para inocentes cuadros de futbolistas, firmados por Yury Pimenov...

La Royal Academy of Arts de Londres viaja en el tiempo y reconstruye ahora en sus enormes salas aquella irrepetible exposición de la vanguardia soviética, con algunas que otras concesiones (como la bicicleta voladora para el proletariado de Tatlin, planenando sobre nuestras cabezas) y con una parte final y devastadora sobre la "distopía" de Stalin (la habitación de la memoria, con decenas de testimonios desde el "gulag"). "No hemos prentendido una reproducción exacta de la exposición original -"Quince Años de artistas de la República Soviética Rusa"- sino una revisión crítica de lo que supusieron las vanguardias y de la represión casi simultánea que tuvo lugar", recalca John Milner, comisario de la exposición, que arranca intencionalmente con "Saludo al líder". Ahí tenemos a Lenin en Smolny, obra cumbre del "socialismo realista" de Isaak Brodsky, que retrata al líder "redivivo" seis años después de su muerte (1930), como si estuviera repasando su último discurso, junto a un sillón vacío. ¿A quién pertenece ese sillón? Brodksy se convertiría con el tiempo en pintor de cámara de Stalin, aunque en su últimos retratos se percibe una distancia calculada.
Hasta las obras consideradas en su tiempo como propaganda cobran una nueva dimensión al cabo de casi un siglo.Nuevo Planeta, de Konstantin Yuon, es la pieza clave de la sección titulada Valiente Nuevo Mundo... El planeta rojo, que simboliza el comunismo, cae sobre la masa explotada, sufriente y aterrorizada por todo lo que ha visto en los capítulos anteriores de la historia ¿Incluida la propia Revolución?Otra licencia que se ha permitido la exposición de la Royal Academy es la sala monotemática dedicada a Kazimir Malevich, injustamente marginado en la muestra original. Sus Campesinos sin rostro son el símbolo mismo del arte revolucionario, al igual que los trazos del "suprematismo", sus prototipos para "una nueva arquitectura" o sus diseños para cerámica. Al fin y al cabo, la idea original de la revolución era llevar el arte a las masas y arrancarlo de las manos de los coleccionistas...
El hombre y la máquina da título a otro de los segmentos más imponentes de la exposición, con El Herrero de Mayakovski golpeando el yunque de nuestras conciencias. El obrero joven del Komsomol hace girar con sudor la rueda metálica (imagen emblemática de Arkady Shaikhet, el fotógrafo del industrialismo comunista). Las escenas de "Octubre: diez días que conmovieron el mundo" (de Eisenstein y Aleksandrov) nos recuerdan por último la temprana alianza entre cine y propaganda. En "Nueva Ciudad, Nueva Sociedad" nos adentramos en los logros y carencias de la Nueva Política Económica (NPE), y en la visión peculiar de los constructivistas de Talin a Ginzburg, pasando por Alexander Rotchenko. En los tumultuosos años que siguieron a la Revolución, las vanguardias tuvieron la misión imposible de imaginar un nuevo mundo, y ésa era la idea detrás de la exposición original en el Museo Estatal de Leningrado.
Cuando la muestra dio el salto a Moscú, para incluir más de 3.500 obras de medio millar de artistas, la censura estalianiana ya hizo de las suyas. Las galerías consagradas al arte abstracto y al constructuvismo fueron suprimidas por "falta de espacio". El comisario Nikolai Punin, que ya había sido detenido dos veces por defender a artistas proscritos, intentó justificar las abruptas ausencias alegando que la "continuidad" y el "historicismo" habían dejado de ser importantes, en el nombre de la "verdad" (o post-verdad que diríamos ahora) dudosamente revolucionaria... "Estamos tratando de de construir una nueva vida y una nueva cultura artística, de modo que es mejor mirar hacia el futuro, en vez de reconstruir de una manera pedante cada paso histórico del pasado".