«El disparate intelectual de los indigenistas de cuello
blanco que atacan a Colón tiene su punto más débil en los vergonzosos
anacronismos que utilizan. La historia ya pasó y en su circunstancia se hallan
gloria y tragedia. Colón se halla a salvo en la inmortalidad. No se pueden
juzgar hechos del pasado bajo la perspectiva del presente»
Lo que molesta tanto de Cristóbal Colón a populistas,
indigenistas y totalitarios de todas las procedencias, se resume en que gracias
a la gesta que protagonizó el 12 de octubre de 1492 al servicio de la corona de
España, nació un verdadero mundo global. Para partidarios de identidades
estrechas y racistas, Colón representa un hecho (no una opinión) indiscutible,
que les molesta sobremanera: todos los seres humanos venimos de otra parte.
Colón es uno de los fundadores de la sociedad abierta. Como resultado de sus
acciones, nadie tiene derecho a proclamarse como indígena, nativo o «pueblo
originario», ni guardián de esencia nacionalista alguna, porque la única y
verdadera historia global de la humanidad es la de sus desplazamientos. La
globalización se explica en dos etapas. Desde que comenzó el proceso de
hominización –hace más de cuatro millones de años– hasta el 10.000 antes de
Cristo, los seres humanos vivieron bajo el signo de la divergencia. Desde
África, nuestra especie colonizó todos los nichos ecológicos que pudo.
A partir de ese momento, devino la convergencia. Todas las
culturas empezaron a relacionarse, por vías pacíficas o violentas, la guerra o
el comercio. Entonces comenzó la globalización que más importa, la cultural, de
la cual derivaron las demás: económica, financiera, ecológica, tecnológica y
emocional. Miles de años antes, uno de los continentes de la Tierra –llamado
desde 1507 América– se había desconectado de los demás, hasta aislarse casi por
completo. Ese aislamiento, que duró unos 25.000 años, concluyó cuando una nao y
dos carabelas, la Santa María, la Pinta y la Niña, cuyo mando superior
desempeñaba Colón, concluyeron quizás en un islote de las islas Bahamas, una
arriesgada exploración marítima que habían comenzado en la costa andaluza
–Palos de la Frontera– el 3 de agosto anterior.
Por supuesto el disparate intelectual de los indigenistas de
cuello blanco que atacan a Colón, o pintarrajean y derriban sus estatuas en
Estados Unidos o Argentina, tiene su punto más débil en los vergonzosos
anacronismos que utilizan. La historia ya pasó y en su circunstancia se hallan
gloria y tragedia. Colón se halla a salvo en la inmortalidad. No se pueden
juzgar hechos del pasado bajo la perspectiva del presente. Lo que sí puede
hacer la historia es desmontar los mitos y acercarnos a la complejidad del
personaje. A finales del siglo XV, cuando Colón logró, tras fracasar en
Portugal, que los Reyes Católicos Fernando de Aragón e Isabel de Castilla
apoyaran su idea de llegar a Asia por el oeste, se acababan de unificar los
reinos peninsulares en la monarquía de España. Había esclavitud en todos los
continentes; en Europa menos que en África y Asia. El canibalismo era
practicado por necesidad o ritual guerrero entre aztecas y caribes. Era
habitual la cárcel por deudas. Las únicas familias concebibles eran extensas,
linajes que conformaban redes de ayuda mutua. Entre las admirables gentes del
mar, era habitual que los niños dejaran atrás a sus padres con siete u ocho
años y no los volvieran a ver jamás.
El genovés Colón (ni mujer, ni catalán, ni de Ibiza, ni un
extraterrestre, que de todo hay partidarios), hijo de un tejedor, nacido en
1451, buscó escapar por vía marítima del mundo restringido en que había nacido.
Fue, en palabras de hoy, un emprendedor y un gestor de capital riesgo. Hacia
1470, trabajaba en el Mediterráneo y el Atlántico africano, como comprador de
azúcar para mercaderes genoveses. En la isla de Porto Santo (Madeira), pudo
vislumbrar el mundo de los caballeros y escuderos seguidores del gran monarca
luso Enrique el Navegante. Se casó con la hija de uno de ellos, Felipa
Perestrelo, madre de su hijo Diego. Afirmó haber visitado Inglaterra e Islandia
en 1477. Tuvo oportunidad de conocer los vientos dominantes en latitudes
ecuatoriales, mientras encontraba inspiración para futuras empresas leyendo
libros de caballería y vidas de santos cristianos. Sin duda se benefició del
heroísmo atribuido entonces a las aventuras oceánicas.
No existe ninguna prueba sólida de que Colón, a quien
encantaban el misterio y el secreto, hubiera concebido ningún proyecto de
atravesar el Atlántico antes de 1486. Su notoria «certidumbre», quizá basada en
información «confidencial», es posterior. A principios de 1492, logró convencer
a los Reyes Católicos de la viabilidad de un viaje por la ruta del oeste hasta
China, posiblemente con una escala en Japón. Los monarcas estaban inquietos
ante las ganancias que la exploración marítima reportaba a Portugal. El
proyecto pudo financiarse por un círculo de armadores compuesto de oficiales
del tesoro real y banqueros de Andalucía y Extremadura. La disponibilidad de
embarcaciones dictó la elección de Palos como punto de partida, donde los
hermanos Martín y Vicente Yánez Pinzón reclutaron la tripulación.
Por fin, las embarcaciones partieron el 3 de agosto de 1492
y el 12 de octubre tocaron tierra. Al regreso, en la primavera siguiente,
acudió con sospechoso retraso a cumplimentar a los Reyes Católicos en
Barcelona, en cuya catedral fueron bautizados seis indígenas que había llevado
consigo, además de algo de oro, papagayos y pedrería. En el segundo viaje,
entre 1493 y 1496, Colón estableció tanto la ruta de vuelta desde América aprovechando
los vientos del Atlántico norte, como la de ida hacia el Caribe favorecida por
los alisios. En el tercer viaje, de 1498 a 1500, reconoció la costa continental
alrededor de la boca del Orinoco e intuyó que había descubierto «otro mundo».
Había logrado establecer una «ciudad» pequeña y costosa (lo del Oro de las
Indias es falsa publicidad) en Santo Domingo. Colón no había cumplido con sus
promesas de abrir una ruta comercial hasta China y la historia sangrienta e
inestable de su gobierno antillano mostró su falta de capacidad administrativa.
En 1499, los Reyes Católicos para evitar males mayores le
despojaron de su cargo de gobernador y del monopolio de la navegación por las
tierras y rutas que había descubierto. Le quedó el título de Almirante del mar
océano, junto a beneficios del comercio. Inició entonces un largo proceso
contra la Corona, que heredaron sus descendientes, concluido solo en 1541, como
muestran en su obra maestra La herencia de Cristóbal Colón (2015) Anunciada
Colón de Carvajal y José Manuel Pérez Prendes. Todavía los monarcas le
concedieron permiso para el cuarto viaje, de 1502 a 1504, cuyo resultado más
sobresaliente fue la exploración costera de lo que hoy es América Central. Los
efectos de tantos viajes largos y duros y el desengaño volvieron a Colón un
personaje resentido y le socavaron la salud. En los últimos años de su vida, se
hizo cada vez más religioso, con toques de mesianismo. Pensó haberse acercado
al paraíso terrestre. Colón murió en Valladolid en 1506. Al servicio de la
Corona española había logrado poner en contacto a los dos grandes hemisferios
del mundo, antes desconectados. Tras él, la humanidad sería distinta. Esa es la
verdadera historia.
Manuel Lucena Giraldo es historiador, investigador del CSIC
y profesor del Instituto de Empresa