Pocos han escuchado hablar de esta provincia, pero fascina
por su diversidad: siete parques nacionales, cientos de lagos, islas,
cataratas, tumbas vikingas, iglesias de más de mil años...
Noruega es un destino que gracias a sus espectaculares
fiordos, sus pueblos costeros, su gastronomía y su amor por la conservación de
la naturaleza, es uno de los destinos predilectos de toda Europa. Pero hay una
parte del país que curiosamente los visitantes suelen pasar de largo, aunque no
tiene nada que envidiar a lo mencionado anteriormente. Nos referimos a la
región de Oppland, enclavada en el corazón del país y al norte de Oslo.
Nuestra primera parada en Oppland es en la pequeña
piscifactoría de Noraker Gard, cerca de Beitostolen, para probar el Rakfisk,
una trucha fermentada y asalmonada típica de la región, que probamos junto a
una cerveza de elaboración artesanal. Es sólo un aperitivo para la cena que
tomaremos en Beito Camp, junto al lago Oyangen. Una vez aquí, nos esperan con
algunas actividades que entroncan con la cultura vikinga, como tirar hachas a
un madero, tiro con arco, o un circuito por los árboles con tirolina incluida.
Cenamos en una cabaña al más puro estilo vikingo, con el fuego en el centro y
los asientos de madera recubiertos de piel de ciervo, alrededor del mismo.
Mientras, disfrutamos de la gastronomía noruega, donde no puede faltar un guiso
de reno con patatas, quesos, mermelada de abeto, cerveza y, por supuesto, un
«Aquavit», el mítico licor nacional.
Desde la cabaña, vemos cómo las aguas del lago Oyangen mecen
las barcas atadas a los árboles, mientras el sol se oculta muy lentamente, pero
sin llegar a hacerlo del todo, ya que inmediatamente empezará a subir por el
horizonte, como si no quisiera dormir, ya que estamos disfrutando del sol de
media noche
A la mañana siguiente, toca bordear el más grande de los
parques nacionales noruegos: el Jotunheimen, y bajo la atenta mirada de unos
renos salvajes, tenemos la suerte de disfrutar de otra de las atracciones más
interesantes en esta zona, que es llevar un trineo con ruedas y tirado por los
perros. Una actividad que se ha convertido también en una atracción respetuosa
con el medio ambiente, donde se puede conducir el propio trineo o sentarse en
el mismo y disfrutar de las vistas como las de este lago de Vinstre, uno de los
más grandes de Noruega.
Al final de esta carretera llegamos a Lom, considerado uno
de los pueblos más interesantes del país. No sólo por su iglesia de madera de
estilo normando, una de las más antiguas del país, sino por disfrutar desde un
puente de madera de los rápidos del río Bovre, antes de desembocar en los lagos
Skim y Ottaelva.
Antes de llegar a Lillehammer, hacemos una parada en
Dale-Gudbrandsgard, para alojarnos y ver de cerca uno de los centros de
peregrinación del Camino de San Olav. Desde Oslo hasta Trondheim, lugar de
enterramiento del Santo, el camino se puede hacer andando en unos 25 días, y
transcurre por caminos muy bien señalizados, con la cruz de San Olav como
estandarte principal. Nosotros decidimos hacer una parte del recorrido desde
Favang hasta Ringebu, en poco menos de tres horas, a través de un camino fácil
y con unas vistas fantásticas. Como colofón, al llegar a Ringebu, nos
encontramos una de las iglesias de madera más bonitas de toda Noruega.
Desde Ringebu nos dirigimos a Lillehammer, la capital de
Oppland y recordamos que en 1994 fue la sede de los Juegos Olímpicos de
Invierno. Ciudad muy tranquila y aunque no tiene grandes monumentos artísticos,
fuera de la temporada de invierno, la urbe se llena de turistas para visitar
los enclaves olímpicos, incluido el Museo Olímpico Noruego, con una exposición
de todos los celebrados hasta la actualidad, y el Museo Etnográfico de
Maihaugen, un museo al aire libre donde se reconstruye una pequeña típica
población.
Si circular por las carreteras noruegas es todo un
espectáculo, los recorridos en tren no se queda a la zaga. El tren de Rauma,
considerado como el más paisajístico de Europa, según Lonely Planet, se
inauguró en 1924 y va desde Dombás hasta Andalsnes ya en los fiordos, en un
trayecto de una hora y 40 minutos. Escarpados precipicios, cascadas, puentes,
túneles y picos, muchos de ellos con nombres relacionados con los trolls, como
Trolltindene (Cima de los Trolls), contemplamos atónitos desde la ventanilla
del tren. Si a esto le añadimos que el convoy reduce su velocidad, para que los
pasajeros puedan disfrutar mejor de las vistas, y además que se escucha por los
altavoces cuáles son los enclaves más interesantes del recorrido en español, la
experiencia resulta inolvidable.