El historiador Robert Gildea publica su ensayo «Combatientes
en la sombra», una rigurosa y definitiva investigación de la Resistencia
francesa, un capítulo controvertido del pasado galo que los historiadores han
desmitificado a través de varios estudios.
«Había cuarenta millones de petainistas y, de repente, en
junio de 1944, cuarenta millones de resistentes», comentó sarcásticamente Henri
Amouroux, prestigioso historiador francés sobre la ocupación alemana («La
Grande Histoire des Français sous l’occupation»). Amouroux, que comenzó a
publicar los diez tomos de su obra en 1976, cuando pudo permitirse desmitificar
a la Resistencia e intentar clarificar aquella compleja historia: habían
transcurrido 32 años, De Gaulle había fallecido en 1970 y gran parte de los
dirigentes surgidos de la Francia Libre y de la Resistencia habían muerto o
abandonado la escena política.
Desde entonces se han sucedido las investigaciones sobre
diversos aspectos de la vida francesa en el período 1940/44 que, en buena
parte, han desmontado el mito de la Resistencia o han tratado de poner las
cosas en su sitio, como la recién publicada monografía «Combatientes en la
sombra», del británico Robert Gildea (Taurus, 2016).
Este libro, escrito sin prejuicios, aborda las peripecias
personales, las contradicciones internas, las divisiones políticas, la agria
disputa entre la Resistencia interior y la Francia Libre, las diferencias entre
De Gaulle y los comunistas y entre militares y guerrilleros y la general
humillación de estos cuando De Gaulle y sus cuadros profesionales se hicieron
cargo del poder. Por tanto, es muy diferente a las obras desmitificadoras de
los últimos tiempos y, aunque emplee pocos datos generales –muy controvertidos
en toda la historiografía de la Resistencia–, aporta una enorme información
sobre los «maquisards» y sus motivos.
En Francia reina el orden
Tras la derrota francesa, sellada en Rethondes
(22 de junio de 1940), la Francia metropolitana quedó dividida en dos partes:
la zona norte y la costa oeste, bajo directo control alemán y el centro hasta
los Pirineos orientales y el Mediterráneo, bajo el Gobierno autoritario del
Mariscal Philippe Pétain, establecido en la ciudad balnearia de Vichy. En ellas
los franceses tuvieron tres actitudes: 1) colaboracionistas con los ocupantes;
2) petainistas; y, 3) simpatizantes de la Francia Libre cuya bandera había
levantado De Gaulle en Londres y a cuya causa se unieron las guarniciones
francesas del África negra, mientras las del norte de África y Siria aceptaba
al régimen de Vichy. Además, surgieron organizaciones de resistentes, apenas
unos centenares –
sobre todo en Lyon y Toulouse– que elaboraban panfletos
antialemanes y escondían o ayudaban a escapar a los perseguidos por los
alemanes. Poca cosa: 11 meses después del armisticio, el Cuartel General alemán
en París comunicaba a Berlín: «La actividad antialemana es tan escasa que puede
decirse que en Francia reina el orden».
Cuando Hitler desencadenó la Operación Barbarroja, la
invasión de la URSS, el 22 de junio de 1941, los comunistas franceses –aparte
de algunos panfletos– parecieron más vinculados al Tratado de no agresión
germano-soviético, de agosto de 1940, que a la suerte de Francia. La situación
cambió tras el ataque y, sobre todo, después del frenazo sufrido por los
alemanes ante Moscú. La euforia se apoderó de los enemigos de la ocupación
alemana, con los comunistas a la cabeza: se podía vencer a los nazis. Con todo,
entre mayo de 1941 y mayo de 1942, las acciones contra los ocupantes y sus
intereses apenas alcanzaron el centenar, causándoles 122 bajas (52 muertos), a
las que los alemanes replicaron con 242 ejecuciones, cifras muy tolerables
según Berlín.
La Resistencia estableció víncucon Gran Bretaña, que
suministraba armas, emisoras, dinero y agentes y con la Francia Libre, que
ayudaba poco pero cuyas operaciones en África, a partir de 1942, elevaban el
espíritu de lucha y la esperanza de victoria. De todas maneras, aún era escasa,
dividida y mal armada.
En la segunda mitad de 1942 hubo dos factores que dieron
vida a la Resistencia: primero, el reclutamiento forzoso de jóvenes por el
Service du Travail Obligatoire para trabajar en Alemania (hasta mediados de
1944, unos 600.000 o 650.000) fue rechazado por muchos, que se refugiaron en el
campo o las montañas y parte de estos «réfractaires» se convirtieron en
«maquisards».
Segundo, la ocupación alemana del territorio de Vichy, tras
el desembarco aliado en el Norte de África, en noviembre de 1942. Su relevancia
numérica era tan importante como escasa su organización hasta que algunos
grupos se unieron en L’Organisation de Résistance de l’Armée, O.R.A., en enero
de1943. Gran Bretaña organizó en los 30 meses siguientes millares de vuelos en
los que les lanzó cerca de 100.000 fardos de armas, munición, medicamentos,
material de transmisiones, instructores y agentes, entre ellos al héroe supremo
de la Resistencia, Jean Moulin, que viajó clandestinamente a Londres tres
veces, entrevistándose con De Gaulle y culminando la unificación bajo el nombre
de Consejo Nacional de la Resistencia, CNR, bajo la autoridad suprema de De
Gaulle.
Al parecer eran unos cien mil a finales de 1943, muchos de
ellos «maquisards», es decir, gente dedicada a la lucha; el resto estaba imbricado
en el tejido civil: recogía información, escondía fugitivos, auxiliaba a los
heridos, pasaba fugitivos a España o facilitaba su huida a Inglaterra. Su
actuación fue relevante: enviaron miles de informaciones útiles a los servicios
secretos ingleses y a De Gaulle, sacaron de Francia a unas cien mil personas
(de las cuales 20.000 se unieron a las Fuerzas de la Francia Libre), realizaron
millares de sabotajes y durante el año anterior al desembarco de Normandía,
junio de 1944, agobiaron a ocupantes y colaboracionistas (más de un millón, a
comienzos de 1944, según el historiador francés Philippe Burrin), asaltando
centenares de pequeños acuartelamientos y comisarías.
«Combatientes en la sombra»
Robert Gildea
Taurus 640 págs