lunes, 12 de septiembre de 2016

Muere la enfermera del beso que simbolizó el fin de la II Guerra Mundial



Greta Zimmer Friedman, según su relato, no supo que la habían fotografíado hasta 20 años después. Una investigación la confirmó en 2012 como la enfermera frente a otras pretendientes
Esta es la historia de un beso eterno. El que la enfermera Greta Zimmer Friedman y el marinero George Mendonsa, según su propio relato, se dieron el 14 de agosto de 1945 en Nueva York sin conocerse ni decirse los nombres. Un encuentro nacido para el olvido y que, sin saberlo ellos, inmortalizó Alfred Eisenstaedt e hizo mundialmente famosa la revista Life. La imagen simboliza como pocas el fin de la II Guerra Mundial. Un icono que pasados más de 70 años y pese a que nunca se ha acallado la polémica sobre la verdadera identidad de la pareja está destinado a sobrevivir a sus protagonistas. Eisenstaedt, que alcanzó la gloria al retratar a personalidades tan dispares como Joseph Goebbels, Albert Einstein, J.F. Kennedy o Marilyn Monroe, murió en 1995. Y el jueves pasado le llegó el turno a Greta Zimmer. A los 92 años, con la cadera rota, osteoporosis avanzada y una neumonía fulminante, falleció en Virginia. Sólo Mendonsa, un pescador retirado de 93 años, sigue con vida.


El relato de la fotografía es el de una casualidad. Zimmer, que en realidad era asistente dental, siempre contó que salió de la clínica aquel 14 de agosto para comprobar si era verdad lo que había escuchado en el trabajo. Muy cerca de su oficina, en Times Square, en pleno corazón de Manhattan, halló la respuesta. La algarabía reinaba. Los cárteles luminosos, como recordaría años más tarde, parpadeaban con frenesí: V-J Day (Día de la Victoria sobre Japón).
“De repente, me agarró un marinero. No fue tanto un beso como un acto de celebración: él ya no tenía que volver al Pacífico, al frente donde había combatido. Me tomó en brazos porque me vio vestida como una enfermera y estaba agradecido a todas las enfermeras. No fue algo romántico, sino una forma de decir: ‘Gracias a Dios, la guerra ha terminado”, contaría 60 años después Greta. “Yo había ido con una amiga a un show al Radio City Hall, cuando interrumpieron para decir que la guerra había acabado. Salí fuera, estaba exultante, vi a una enfermera y la besé por pura alegría”, recordaría Mendonsa.

Tras el beso, ambos se separaron. No se pidieron los nombres. No volvieron a verse. Greta, siempre según su relato, ni siquiera supo que le habían tomado una foto. Eso lo descubrió casi 20 años después cuando miraba el libro El ojo de Eisenstaedt. Allí, en una imagen titulada V-J Day, se vio a sí misma sin identificar. Escribió a Life para pedir una copia. No se la dieron. Es más, le indicaron que muchas personas se habían hecho pasar por la enfermera y que ellos ya habían encontrado a la auténtica. Greta no le dio mayor importancia.


No fue sino hasta 1980 cuando Life reinició la búsqueda y volvió sobre sus pasos hasta dar con Greta. Eisenstaedt, según la versión de ella, le pidió disculpas por tanto tiempo de anonimato. Pese a ello, durante años aparecieron otras personas que se consideraron la enfermera. Aunque nunca se apagó el fuego de la duda, ayer medios estadounidenses y agencias internacionales daban el homenaje final a Greta. En esta determinación tuvo un peso fundamental la publicación en 2012 de una detallada investigación que concluía que Greta y George eran los protagonistas de la imagen.


También jugó a favor el reencuentro en 2012 de ambos ancianos en Times Square. Hubo fotos y brilló en las noticias. Pero ya no fue lo mismo. Ya no eran la enfermera ni el marinero. No estaba presente la blanca curvatura de Greta ni el ímpetu de George. Tampoco se sentía el aliento de la guerra, de la devastadora barbarie que acabó con 60 millones de vidas. La victoria se había vuelto pasado. Aquello que hizo que la imagen de 1945, con su glorificación de la vida, pasara a la historia era un recuerdo.
Greta Zimmer nunca creyó haber merecido la fama: “Fue algo que ocurrió, no que hice”. Su vida, de hecho, no se detuvo en la melancolía. Judía de origen austriaco, sus padres murieron en el Holocausto y ella pisó tierra estadounidense a los 15 años. Terminado su trabajo de asistenta dental, dio rienda suelta a sus pasiones: obtuvo una licenciatura en artes, tuvo dos hijos y al final de sus días se dedicó a restaurar libros. En sus fotografías de familia, aparece como una anciana pletórica.
Tras su muerte, sus parientes anunciaron que será enterrada junto a su marido, un general de infantería, en el cementerio de Arlington. En sus años finales, aunque siempre distante, mantuvo contacto con George, también casado. Ambos, con delicadeza, se enviaban postales de navidad. En la eternidad quedarán unidos por un beso que se dieron como desconocidos.

LAS DOS MUERTES DE LA ENFERMERA
J.M.A.
El beso de Times Square ha tenido desde sus inicios múltiples pretendientes. En blanco y negro y con los rostros parcialmente tapados, la identificación de los protagonistas nunca se aclaró del todo. Once hombres reclamaron ser el impetuoso marinero y tres mujeres, la enfermera. Una de ellas, Edith Slain, muerta en 2010 a los 91 años, llegó a ser considerada durante años como la auténtica. “Le dejé besarme porque había estado en la guerra”, decía esta profesora de educación infantil de Beverly Hills.
Gran parte de este debate se debió a que el experimentado Alfred Eisenstaedt, al tomar la imagen, no preguntó los nombres de los protagonistas y en la publicación de Life aparecieron sin identificar. Tampoco el fotógrafo fue capaz posteriormente de aclarar qué pretendiente era el verdadero.

El resultado fue una controversia interminable, en la que poco a poco Greta Zimmer Friedman y George Mendonsa ganaron puntos. El Proyecto de Memoria Histórica de los Veteranos de la II Guerra Mundial la entrevistó como tal y ahí la antigua asistente dental pudo dar su versión completa. Pero el mayor impacto procedió del libro El marino que besaba: el misterio detrás de la fotografía que puso fin a la Segunda Guerra Mundial. En esta investigación, publicada en 2012, Lawrence Verria and George Galdorisi, tras recoger infinitud de testimonios e indicios, entre ellos la estatura y el pelo, destronaban a Shain y daban el reconocimiento a Greta Zimmer, una judía austriaca, cuyos padres habían muerto en el holocausto.
Aunque el misterio posiblemente nunca desaparecerá, ayer la muerte de Greta, al igual que hace seis años la de Slain, fue recogida por grandes agencias y medios estadounidenses. Por segunda vez, moría la protagonista del beso eterno.

Renoir: Apoteosis impresionista



Barcelona (Fundación Mapfre) y Madrid (Museo Thyssen) rivalizan con las mejores obras del artista francés
La temporada artística de este otoño tendrá como gran protagonista al pintor impresionista francés Pierre-Auguste Renoir (1841-1919), de quien se programan sendas exposiciones en la Fundación Mapfre, en Barcelona, y en el Museo Thyssen-Bornemisza, en Madrid. Renoir entre mujeres y Renoir. Intimidad son los títulos de las respectivas exposiciones que permitirán admirar la variedad de géneros de este artista, desde los paisajes a las naturalezas muertas, desde los retratos y escenas en grupos a los desnudos.
La primera de las exposiciones que nos llega es la que organiza la Fundación Mapfre: Renoir entre mujeres. Del ideal moderno al ideal clásico. Colecciones de los museos d’Orsay y de l’Orangerie, que podrá visitarse a partir del 17 de septiembre en la casa Garriga i Nogués de Barcelona y permanecerá abierta hasta el 8 de enero del 2017. Incluye 70 obras, más de la mitad de ellas correspondientes a distintas interpretaciones que hace el pintor francés de la mujer. “Destaca el protagonismo de la parisina moderna en sus lienzos impresionistas, la visión más intimista de la imagen maternal y la belleza intemporal del desnudo integrado en la naturaleza, tan característico de sus últimos años”, señalan sus organizadores. Un ejemplo de esta última tendencia es Les baigneuses ( Las bañistas), un óleo que pintó entre 1918-1919 que procede del Museo d’Orsay. El resto son obras de otros artistas sobre esa misma temática, con piezas de Van Gogh, Maurice Denis, Edgar Degas, Pierre Bonnard o Pablo Picasso.


La gran atracción de la exposición será el óleo Bal du Moulin de la Galette (Baile en el Moulin de la Galette), pintado en 1876, una de sus obras más conocidas. Fue comprada por el pintor Gustave Caillebotte, que en 1894 lo legó al Estado francés. Desde entonces ha pasado por los museos de Luxemburgo, Louvre, Jeu de Paume y Orsay, donde se encuentra desde 1986. El cuadro, que representa un baile en el Moulin de la Galette, un popular merendero de la capital francesa, vuelve a España después de cien años. Formó parte de la monumental exposición sobre Arte francés que se celebró en 1917 en el Palacio de Bellas Artes de Barcelona (un edificio construido para la Exposición Universal de 1888 junto al paseo Lluís Companys y frente al parque de la Ciutadella, que fue demolido en 1942). En aquella ocasión ya se destacó en la prensa esta obra de Renoir como una de las más conocidas, pese a que compartía cartel con Courbet, Gauguin, Manet, Degas, Monet, Pissarro, Sisley, Cezanne, Toulouse-Lautrec y otros nombres ilustres, hasta un millar de cuadros. Resulta ilustrativo que a raíz de aquella exposición el escritor y periodista madrileño José Francés (que acabó casándose con la bailarina catalana Aurea de Sarrà y murió en Arenys d’Empordà en 1964) escribió un contundente artículo en la revista Nuevo Mundo (27/IV/1917): “Por un momento soñamos aquí en Madrid unos cuantos utópicos en la repetición –ya que no era posible la primacía– del espléndido espectáculo. Pero hemos desistido con desaliento y pena. Ni tenemos local, ni se lograría dinero suficiente, ni dejarían de asomar –más numerosos aquí que en Barcelona– los obstáculos de un partidismo fanático o remunerado”. Para el autor, la dificultad más insalvable de todos modos para tan magna exposición era la falta de un local adecuado. Y concluía su artículo señalando: “A Barcelona iremos en gustosa peregrinación estética y concede-remos al importantísimo acontecimiento toda la extensión que merece”.
De Bal du Moulin de la Galette hizo Renoir una segunda versión que se vendió en una subasta de Sotheby’s de Nueva York en mayo de 1990 por 78,1 millones de dólares, situándose entre las diez obras más caras de la historia. Toulouse-Lautrec tiene un óleo con este mismo título de 1889 y Ramon Casas, otro de 1891, que está en el museo Cau Ferrat de Sitges.

Un mes después de la apertura de esta exposición, se abrirá Renoir. Intimidad en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid. Esta retrospectiva se celebrará del 18 de octubre al 22 de enero de 2017, con 75 obras del artista francés. Posteriormente se exhibirá en el Museo de Bellas Artes de Bilbao, entre el 7 de febrero y el 15 de mayo de 2017. Cuenta con préstamos de museos y colecciones como el Marmottan Monet de París, el Art Institute de Chicago, el Pushkin de Moscú, el Paul Getty de Los Ángeles, la National Gallery de Londres o el Metropolitan de Nueva York.
El comisario de la exposición Guillermo Solana ha organizado un recorrido temático, en torno a cinco apartados: impresionismo, retratos, paisajes, escenas familiares y bañistas. La etapa impresionista, entre 1869 y 1880, ocupa tres salas y reúne algunos de los iconos de su carrera, como Baños en el Sena (1869), que pintó en La Grenouillère, zona de ocio a las afueras de París donde iba a trabajar con Monet, y retratos femeninos como Retrato de la mujer de Monet (1874), El paseo (1870) o Mujer con sombrilla en un jardín (1875), además de un dibujo preparatorio de Bal du Moulin de la Galette. A partir de 1881, Renoir vuelve la mirada a la tradición clásica, sin abandonar el lenguaje impresionista, pero con más énfasis en el dibujo. Se exponen en otros apartados su faceta como retratista de la sociedad parisiense, sus paisajes (costa de Normandía, Guernsey, Provenza y sur de Italia) y escenas familiares y domésticas, como Maternidad (1885) o Aline amamantando a su hijo (1915). Y cierra la exposición con una serie sobre bañistas y desnudos al aire libre.