Greta Zimmer Friedman, según su relato, no supo que la
habían fotografíado hasta 20 años después. Una investigación la confirmó en
2012 como la enfermera frente a otras pretendientes
Esta es la historia de un beso eterno. El que la enfermera
Greta Zimmer Friedman y el marinero George Mendonsa, según su propio relato, se
dieron el 14 de agosto de 1945 en Nueva York sin conocerse ni decirse los
nombres. Un encuentro nacido para el olvido y que, sin saberlo ellos,
inmortalizó Alfred Eisenstaedt e hizo mundialmente famosa la revista Life. La
imagen simboliza como pocas el fin de la II Guerra Mundial. Un icono que
pasados más de 70 años y pese a que nunca se ha acallado la polémica sobre la verdadera
identidad de la pareja está destinado a sobrevivir a sus protagonistas.
Eisenstaedt, que alcanzó la gloria al retratar a personalidades tan dispares
como Joseph Goebbels, Albert Einstein, J.F. Kennedy o Marilyn Monroe, murió en
1995. Y el jueves pasado le llegó el turno a Greta Zimmer. A los 92 años, con
la cadera rota, osteoporosis avanzada y una neumonía fulminante, falleció en
Virginia. Sólo Mendonsa, un pescador retirado de 93 años, sigue con vida.
El relato de la fotografía es el de una casualidad. Zimmer,
que en realidad era asistente dental, siempre contó que salió de la clínica
aquel 14 de agosto para comprobar si era verdad lo que había escuchado en el
trabajo. Muy cerca de su oficina, en Times Square, en pleno corazón de
Manhattan, halló la respuesta. La algarabía reinaba. Los cárteles luminosos,
como recordaría años más tarde, parpadeaban con frenesí: V-J Day (Día de la
Victoria sobre Japón).
“De repente, me agarró un marinero. No fue tanto un beso
como un acto de celebración: él ya no tenía que volver al Pacífico, al frente
donde había combatido. Me tomó en brazos porque me vio vestida como una
enfermera y estaba agradecido a todas las enfermeras. No fue algo romántico,
sino una forma de decir: ‘Gracias a Dios, la guerra ha terminado”, contaría 60
años después Greta. “Yo había ido con una amiga a un show al Radio City Hall,
cuando interrumpieron para decir que la guerra había acabado. Salí fuera,
estaba exultante, vi a una enfermera y la besé por pura alegría”, recordaría
Mendonsa.
Tras el beso, ambos se separaron. No se pidieron los
nombres. No volvieron a verse. Greta, siempre según su relato, ni siquiera supo
que le habían tomado una foto. Eso lo descubrió casi 20 años después cuando
miraba el libro El ojo de Eisenstaedt. Allí, en una imagen titulada V-J Day, se
vio a sí misma sin identificar. Escribió a Life para pedir una copia. No se la
dieron. Es más, le indicaron que muchas personas se habían hecho pasar por la
enfermera y que ellos ya habían encontrado a la auténtica. Greta no le dio
mayor importancia.
No fue sino hasta 1980 cuando Life reinició la búsqueda y
volvió sobre sus pasos hasta dar con Greta. Eisenstaedt, según la versión de
ella, le pidió disculpas por tanto tiempo de anonimato. Pese a ello, durante
años aparecieron otras personas que se consideraron la enfermera. Aunque nunca
se apagó el fuego de la duda, ayer medios estadounidenses y agencias
internacionales daban el homenaje final a Greta. En esta determinación tuvo un
peso fundamental la publicación en 2012 de una detallada investigación que
concluía que Greta y George eran los protagonistas de la imagen.
También jugó a favor el reencuentro en 2012 de ambos
ancianos en Times Square. Hubo fotos y brilló en las noticias. Pero ya no fue
lo mismo. Ya no eran la enfermera ni el marinero. No estaba presente la blanca
curvatura de Greta ni el ímpetu de George. Tampoco se sentía el aliento de la
guerra, de la devastadora barbarie que acabó con 60 millones de vidas. La
victoria se había vuelto pasado. Aquello que hizo que la imagen de 1945, con su
glorificación de la vida, pasara a la historia era un recuerdo.
Greta Zimmer nunca creyó haber merecido la fama: “Fue algo
que ocurrió, no que hice”. Su vida, de hecho, no se detuvo en la melancolía.
Judía de origen austriaco, sus padres murieron en el Holocausto y ella pisó
tierra estadounidense a los 15 años. Terminado su trabajo de asistenta dental,
dio rienda suelta a sus pasiones: obtuvo una licenciatura en artes, tuvo dos
hijos y al final de sus días se dedicó a restaurar libros. En sus fotografías
de familia, aparece como una anciana pletórica.
Tras su muerte, sus parientes anunciaron que será enterrada
junto a su marido, un general de infantería, en el cementerio de Arlington. En
sus años finales, aunque siempre distante, mantuvo contacto con George, también
casado. Ambos, con delicadeza, se enviaban postales de navidad. En la eternidad
quedarán unidos por un beso que se dieron como desconocidos.
LAS DOS MUERTES DE LA ENFERMERA
J.M.A.
El beso de Times Square ha tenido desde sus inicios
múltiples pretendientes. En blanco y negro y con los rostros parcialmente
tapados, la identificación de los protagonistas nunca se aclaró del todo. Once
hombres reclamaron ser el impetuoso marinero y tres mujeres, la enfermera. Una
de ellas, Edith Slain, muerta en 2010 a los 91 años, llegó a ser considerada
durante años como la auténtica. “Le dejé besarme porque había estado en la
guerra”, decía esta profesora de educación infantil de Beverly Hills.
Gran parte de este debate se debió a que el experimentado
Alfred Eisenstaedt, al tomar la imagen, no preguntó los nombres de los
protagonistas y en la publicación de Life aparecieron sin identificar. Tampoco
el fotógrafo fue capaz posteriormente de aclarar qué pretendiente era el
verdadero.
El resultado fue una controversia interminable, en la que
poco a poco Greta Zimmer Friedman y George Mendonsa ganaron puntos. El Proyecto
de Memoria Histórica de los Veteranos de la II Guerra Mundial la entrevistó
como tal y ahí la antigua asistente dental pudo dar su versión completa. Pero
el mayor impacto procedió del libro El marino que besaba: el misterio detrás de
la fotografía que puso fin a la Segunda Guerra Mundial. En esta investigación,
publicada en 2012, Lawrence Verria and George Galdorisi, tras recoger infinitud
de testimonios e indicios, entre ellos la estatura y el pelo, destronaban a
Shain y daban el reconocimiento a Greta Zimmer, una judía austriaca, cuyos
padres habían muerto en el holocausto.
Aunque el misterio posiblemente nunca desaparecerá, ayer la
muerte de Greta, al igual que hace seis años la de Slain, fue recogida por
grandes agencias y medios estadounidenses. Por segunda vez, moría la
protagonista del beso eterno.