0Una enorme
exposición en el Grand Palais muestra el vasto talento del pintor más allá de
su labor como cartelista
‘En el circo
Fernando’, obra de Toulouse-Lautrec expuesta en el Grand Palais de París (Grand
Palais)
ÓSCAR CABALLERO, PARÍS.
Un gran despliegue: 200 obras, repartidas en 12 salas del
Grand Palais, con una espectacular puesta en espacio. Y un título exacto:
Toulouse-Lautrec, resueltamente moderno. Hasta el 27 de enero, y casi treinta
años después de su última retrospectiva, Henri Marie Raymond de
Toulouse-Lautrec-Monfa (1864-1901), hijo del conde Alphonse y de la condesa
Adèle, su prima hermana, noble y rico al nacer, alcohólico y sifilítico cuando
muere con poco más de 36 años, emerge del tópico que lo encerró en su
genialidad de cartelista, para exhibir la vastedad y variedad de su talento.
Stéphane Guégan (la Orangerie y Orsay) y Danièle Devynck
(directora del museo Toulouse-Lautrec de Albi, la más importante colección del
mundo), comisarios de la exposición, consiguieron préstamos de museos de
América (uno de Brasil y diez de los Estados Unidos) y Europa (por España, el
Thyssen-Bornemisza) y de los más importantes de Francia, incluido naturalmente
el Toulouse-Lautrec de Albi, su ciudad natal. Una contribución excepcional: la
de la BNF, Biblioteca Nacional de Francia, propietaria de toda la obra
litografiada del artista. Si ya se conocía su condición de estajanovista porque
a pesar de su temprana muerte y de haber destruido una buena cantidad de sus
obras, Toulouse-Lautrec dejó 737 óleos, 275 acuarelas, 369 litografías y 5.000
dibujos, la exposición permite reconocer, a través de dibujos, retratos de pie,
vitrales, ilustraciones pocas veces vistos, su talento de dibujante, de
fotógrafo.
Carmen
Gaudin' - Exposición Henri de Toulouse-Lautrec en el Grand Palais de París
Entre dos exposiciones universales de París, cuando el baile
desenfadado y la vida nocturna revolucionan las costumbres, el artista
noctámbulo es un pionero de la publicidad con su trabajo para Aristide Briand,
el Moulin Rouge o Yvette Guibert. Y anticipa el futurismo con sus trucos
pictóricos para traducir el movimiento y la velocidad.
Un gran despliegue: 200 obras, repartidas en 12 salas del
Grand Palais, con una espectacular puesta en espacio. Y un título exacto:
Toulouse-Lautrec, resueltamente moderno . Desde hoy y hasta el 27 de enero, y
casi treinta años después de su última retrospectiva, Henri Marie Raymond de
Toulouse-Lautrec-Monfa (1864-1901), hijo del conde Alphonse y de la condesa
Adèle, su prima hermana, noble y rico al nacer, alcohólico y sifilítico cuando
muere con poco más de 36 años, emerge del tópico que lo encerró en su
genialidad de cartelista, para exhibir la vastedad y variedad de su talento.
Entre dos exposiciones universales de París, cuando el baile
desenfadado y la vida nocturna revolucionan las costumbres, el artista
noctámbulo es un pionero de la publicidad con su trabajo para Aristide Briand,
el Moulin Rouge o Yvette Guibert. Y anticipa el futurismo con sus trucos
pictóricos para traducir el movimiento y la velocidad.
Un gran despliegue: 200 obras, repartidas en 12 salas del
Grand Palais, con una espectacular puesta en espacio. Y un título exacto:
Toulouse-Lautrec, resueltamente moderno . Desde hoy y hasta el 27 de enero, y
casi treinta años después de su última retrospectiva, Henri Marie Raymond de
Toulouse-Lautrec-Monfa (1864-1901), hijo del conde Alphonse y de la condesa
Adèle, su prima hermana, noble y rico al nacer, alcohólico y sifilítico cuando
muere con poco más de 36 años, emerge del tópico que lo encerró en su
genialidad de cartelista, para exhibir la vastedad y variedad de su talento.
Stéphane Guégan (la Orangerie y Orsay) y Danièle
Devynck (directora del museo Toulouse-Lautrec de Albi, la más importante
colección del mundo), comisarios de la exposición, consiguieron préstamos de
museos de América (uno de Brasil y diez de los Estados Unidos) y Europa (por
España, el Thyssen-Bornemisza) y de los más importantes de Francia, incluido
naturalmente el Toulouse-Lautrec de Albi, su ciudad natal. Una contribución
excepcional: la de la BNF, Biblioteca Nacional de Francia, propietaria de toda
la obra litografiada del artista. Si ya se conocía su
condición de estajanovista porque a pesar de su temprana
muerte y de haber destruido una buena cantidad de sus obras, Toulouse-Lautrec
dejó 737 óleos, 275 acuarelas, 369 litografías y 5.000 dibujos, la exposición
permite reconocer, a través de dibujos, retratos de pie, vitrales,
ilustraciones pocas veces vistos, su talento de dibujante, de fotógrafo.
Entre dos exposiciones universales de París, cuando el baile
desenfadado y la vida nocturna revolucionan las costumbres, el artista
noctámbulo es un pionero de la publicidad con su trabajo para Aristide Briand,
el Moulin Rouge o Yvette Guibert. Y anticipa el futurismo con sus trucos
pictóricos para traducir el movimiento y la velocidad.
Guégan lo describe “cómplice de un mundo que él traduce con
una fuerza única, y vuelve significativa la vida presente, sin juzgarla. Pero
antes que relacionar su trazo con el de la caricatura, que pretende herir,
humillar, hay que asociarlo a una manera muy francesa de realismo expresivo,
brusco, curioso, directo, en la línea de Ingres, Manet y Degas, tres de sus
referencias”.
Mesalina baja la escalera' - Exposición Henri de
Toulouse-Lautrec en el Grand Palais de París (LACMA - The Los Angeles County M
/ photo © Museum Associates/LACMA)
Como ellos, además, “convierte a la fotografía en su aliada
y más que ningún otro artista del momento –continúa Guégan– intercambia
detalles prácticos con fotógrafos, aficionados y profesionales, y se apropia de
los efectos de la fotografía en sus investigaciones sobre el movimiento”.
El del frenético french-can-can, por ejemplo, que captará
como nadie. Ese baile, derivado de la Quadrille, era el principal atractivo de
aquel Moulin Rouge en el que el pintor tenía su mesa reservada cada noche. El
cabaret, fundado en 1889 –el año de la Exposición Universal que presenta la
Torre Eiffel– por el catalán Joseph Oller y Charles Zidier, dueños ya del
Olympia, representaba la modernidad. No en vano fue el primer edificio
electrificado de París.
PIONERO
Anticipa el futurismo con sus trucos para traducir el
movimiento y la velocidad
En 1891, Oller, un visionario, encarga un primer afiche a
Toulouse-Lautrec, pintor y buen cliente, ya que a diferencia de sus colegas era
rico. Con ese La Gouloue , porque la cabeza de cartel, y artista mejor pagada
de París, era su modelo, el pintor abre un camino que otros, como Alphonse
Mucha, seguirán.
En esa década 1890, que será la última de su vida,
Toulouse-Lautrec es expuesto regularmente en Bruselas, Londres y París. Sus
experimentos con la perspectiva, con los colores, intentan –y lo consiguen– transmitir
esa revolución del movimiento, la época. Las bailarinas, el galope del caballo,
la calesa que lo lleva por la Promenade des Anglais, de Niza, pero también el
velocípedo, el automóvil y por supuesto el cinematógrafo (1895: primera
proyección organizada por los Lumière, en París) le bastan para esbozar una
mitología de la vida moderna.
'Estudio de desnudo' (Grand Palais)
A sus 17 años ya proclamaba su intención de “reflejar lo
verídico, no lo ideal”. Y: “La pintura es una ficción, pero debe inscribirse en
una experiencia vivida”. Fue fiel a sus banderas adolescentes. Por
“antidealismo” pinta el brutal desnudo ( La Grosse Marie ) de su amante Suzanne
Valadon. Como Van Gogh se considera “impresionista de pequeño bulevar”, algo
así como impresionista de barrio. Y con el holandés expone en un espacio
atípico, un restaurante de Montmartre.
DECLARACIÓN DE PRINCIPIOS
“La pintura es una ficción, pero debe inscribirse en una
experiencia vivida”
Su otra divisa, “temas plebeyos y estilo fuerte”, impregna
las doce salas del Grand Palais. Exhaustivo, el recorrido empieza con su
apetito por la vida: “Todo le encanta”. Siguen “Un naturalismo de combate”;
“Carmen, Jeanne, Suzanne”; “En torno a los XX” (el grupo de vanguardia de
Bruselas, que lo expone); “A nivel humano”; “Placer Capital” (Paris la nuit);
“Apoteosis de La Goulue”; “Con todas las letras” (su colaboración con La Revue
Blanche , en 1893-94); “Dos guantes negros” (el símbolo de Yvette Guibert);
“Femenino/Femenino”; “De prisa” y “¿Qué final?”.
En el catálogo, Nathalie Heinich subraya también que “la
mujer independiente, autónoma y sexualizada, no excluida sin embargo de la vida
social, modelo en el que vivimos aún hoy”, era una excepción a finales del XIX.
Toulouse-Lautrec “pintó a esas mujeres, autónomas financieramente, y les dio
sus letras de nobleza pictórica”.