lunes, 21 de agosto de 2017

Un galerista de vanguardia



El Ayuntamiento de Girona pone en línea el archivo de Josep Dalmau, el pionero de las vanguardias en Barcelona
El Ayuntamiento de Girona acaba de poner en línea un fondo documental imprescindible para reconstruir la historia del arte en Barcelona. Es el archivo del galerista Josep Dalmau, que Rafael Santos Torroella salvaguardó de la dispersión y que el Consistorio gerundense compró a sus herederos. La historia de la gestión del legado ya de por sí merece un capítulo sobre la sensibilidad cultural de las instituciones catalanas, como el propio Rafael Santos Torroella tuvo ocasión de confesar con angustia y con rabia a este cronista en su casa de la calle Muntaner, antes de morir.
La parte documental más importante del archivo Torroella son los papeles de la galería Dalmau, abierta en Portaferrisa en 1911. Josep Dalmau, nacido en 1867, quiso ser pintor e hizo sus pinitos en París y la Costa Azul antes de darse cuenta de que no tenía talento. Regresó a Barcelona para casarse y montar en 1906 una tienda de antigüedades en la calle del Pi. En 1877 había abierto la Sala Parés la primera galería moderna, mientras en la Gran Via, Santiago Segura sumaba posmodernistas, noucentistes y primeras vanguardias en sus salas Faianç Català (1901), Galeries Laietanes (1915) y El Celler, subterráneo decorado por Xavier Nogués, en tertulias donde reinaba Miquel Utrillo.


Dalmau abrió su nueva galería de Portaferrisa el mismo año en que Segura, ayudado por Joan Maragall, entronizaba a Joaquim Sunyer exhibiendo en abril de 1911 Pastoral, el equivalente en arte a La Ben Plantada de Ors. La diferenciación que buscó Dalmau fue la de abrir su sala a artistas extranjeros. Su gran golpe fue la exposición de arte cubista de 1912. El año anterior había asistido en París al nacimiento escandaloso del nuevo movimiento, iniciado por Picasso y apoyado por Apollinaire. El Salon des Indépendants les había dedicado una sala entera y el Salon d’Automne, que en 1910 había expuesto sus primeras piezas cubistas, llenaba dos salas, con obras de Metzinger, Le Fauconnier, Léger, Gleizes, Jacques Villon, Marcel Duchamp, Archipenko y Picabia, entre otros. El escándalo fue notable y Dalmau, que había visto las exposiciones acompañado por Pere Ynglada e Ismael Smith, quiso llevar el nuevo arte a Barcelona. Excitado, escribió a sus amigos de La Publicidad para anunciarles que había conseguido obras de Metzinger, Gleizes, Marie Laurencin (amante de Apollinaire), Gris, Agero y la obra que el Salon des Indepéndants había rechazado de Marcel Duchamp, y eso que en el jurado estaban los dos hermanos del artista, junto a Metzinger y Gleizes. “Un desnudo no desciende, se reclina”, le dijeron, aunque después rectificaron y lo expusieron en la Séction d’Or (el grupo cubista).


Dalmau, por medio de Gris, pidió un prefacio a Max Jacob. El poeta francés lo escribió y así se lo dijo Gris a Dalmau, pero Jacob era íntimo de Picasso, quien no quería saber nada de sus epígonos, y el poeta francés echaba de menos que no hubiera obras de Derain (que por cierto no era cubista), de su “bien amado Maestro” y de Braque (una cita que no gustó a Picasso, pues se consideraba inventor único del cubismo). A última hora se añadieron obras de Le Fauconnier y Léger y el catálogo apareció firmado por el crítico Jacques Nayral, de quien Gleizes había hecho un retrato. El texto de Jacob, Pequeña guía práctica para el aficionado al cubismo, apareció publicado en La Publicidad . “Te deseo muchos policías”, escribió a Dalmau el pintor Domingo Carles, que escribía crónicas de París para La Veu de Catalunya.


La prensa catalana recibió con burlas el nuevo arte cubista, excepto la intelectualidad enterada del momento, de Junoy a Torres García. Eugeni d’Ors veía con buenos ojos lo que el cubismo aportaba al noucentisme, una sólida estructura geométrica emanada de Cézanne, de acorde con el lema de orden y mesura orsiana. En cambio, arremetió con saña contra el “monstruoso” Nu descendant l’escalier n. 2 de Duchamp, un cuadro que un año después, en 1913, causaría sensación en el célebre Armory Show de Nueva York, la primera gran muestra de arte europeo de vanguardia en Estados Unidos. Hoy es uno de los cuadros fundamentales del siglo XX.
El resto de la exposición era desigual. Duchamp presentó un cuadro anodino, Sonata. Paysage à Meudon de Gleizes está hoy en el Guggenheim; Nature Morte y Deux nus de Metzinger están en una colección particular y un museo sueco, respectivamente. Gris, que presentó cinco pinturas excelentes, escribió a Dalmau para decirle que no importaba por cuanto vendía sus obras y alegrándose de que hubiera críticas: “Si algunos nos pegan, tanto mejor. Más vale el palo que el silencio”.
En la exposición se vendieron unas pocas obras de Gris, Laurencine, Gleizes y una escultura de Agero. Los artistas protestaron al galerista, quien pretendía hacer pagar a los pintores los gastos de reenvío de sus cuadros a París. Los coleccionistas de Barcelona dejaron escapar una oportunidad –la pintura más cara de Gris costaba 250 pesetas y el desnudo de Duchamp fue adquirido en Estados Unidos por 324 dólares–, que explica por qué la ciudad no cuenta con un buen museo de arte moderno.


El estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914 y el éxodo de artistas franceses a Catalunya convirtió Barcelona en la capital del arte de vanguardia. Dalmau quiso hacer una gran exposición con Robert y Sonia Delaunay, frustrada por ser demasiado ambiciosa y por las intrigas de la madre de Robert, que había puesto una tienda de moda en el paseo de Gràcia y consideraba a Dalmau un pobre provinciano que podía manejar a su antojo.
El galerista ayudó a Francis Picabia, que tenía familia en Barcelona, a publicar la revista dadaísta 391 y un libro de poemas Cinquante-deux miroirs, aunque tampoco el hispanocubanofrancés agradeció los esfuerzos del bueno de Dalmau. En una carta al fotógrafo y galerista Alfred Stieglitz, con quien había publicado en Nueva York la revista gemela, 291, despreció la revista barcelonesa y en el primer número de 391 que editó de regreso a Estados Unidos, criticó ferozmente a los intelectuales barceloneses, lo que le valió la amenaza de recibir una respuesta física por parte de Junoy.


La polémica no abandonó a Dalmau. Fue el primer galerista de Joan Miró, en una exposición, en la que recibió anónimos –era 1919– a nombre de “Von Dalmau”, acompañada de ruptura de dibujos del pintor debutante. El galerista intentó la operación de exportar artistas catalanes a París. 

Negoció, gracias a Maurice Raynal, otro crítico de la banda cubista de Picasso, la primera exposición Miró en París, en la Licorne, saldada con un fracaso total de ventas.
En 1922, la galería haría otra exposición histórica. Una gran muestra de Picabia, con prólogo de André Breton, que dio una conferencia en el Ateneu. De nuevo otra oportunidad perdida para Barcelona, no sólo en la adquisición de obras de arte, sino en ponerse en la estela del arte de vanguardia. Era el instante preciso en el que el dadaísmo expiraba para dar paso al surrealismo.
El archivo Dalmau conserva una carta de Pierre de Massot que explica uno de los pequeños misterios de la historia del arte. En 1927, Maurice Raynal citaba en un libro una frase de Miró que ha hecho correr ríos de tinta: “Quiero asesinar la pintura”. En 1928, el artista catalán haría sus primeros objetos collages, pero ¿qué quiso decir? ¿Asesinar la pintura era abandonar la pintura al óleo como había hecho Duchamp o era asesinar aquella pintura que no explora nuevos caminos?.
En 1922, Dalmau pidió un prefacio al escritor dadaísta Pierre de Massot para una exposición con obras de Braque, Léger, Matisse... Massot le respondió que no, porque él considera que “Picabia es el único gran pintor contemporáneo, el único que me interesa, porque todos los días, él asesina la pintura”. Una frase que debió ser ampliamente comentada en Can Dalmau. Asesinar la pintura convencional, reinventarse continuamente, abrir nuevos campos de expresión.
El archivo Dalmau guarda más tesoros, cartas de Van Dongen, Dalí (a quien quiso censurar burdamente una de sus obras), Picasso, Torres García, Raynal, los Delaunay. Kahnweiler... un interesantísimo cruce de cartas con Theo van Doesburg, el pintor odiado por Josep Pla... Josep Dalmau sufrió de pleno la crisis del 29. Murió en Barcelona durante la Guerra Civil, en 1937.