Marilyn Monroe, entre Robert y John Kennedy, de los que fue
amante, aquella icónica noche de mayo de 1962.
La icónica escena en la que la actriz felicitaba al
presidente, de la que se cumplen 55 años, tenía una espinosa tramoya
Aquel día, Marilyn Monroe no se presentó en el rodaje de
'Something got to give', la película de George Cukor que debía devolverla a la
cartelera tras un año en el que la angustia, el alcohol y el abuso de sedantes
la habían llevado hasta un psiquiátrico en el que, en lugar de afecto y
tranquilidad, encontró una habitación de aislamiento. Tras la pausa, sin
embargo, las cosas no habían cambiado en exceso. La actriz, sumida en un
torbellino autodestructivo y rehén del deseo y la aprobación ajena, se seguía
comportando como alguien irritante e ingobernable. Y aquella velada, una vez
más, se prestó a ejercer de 'sex symbol', a ser el jadeo susurrante de aquel
'Happy birthday, Mr presiden't que le ofreció a John F. Kennedy por su 45º
aniversario. La fiesta, cabe decir, se había adelantado 10 días a la fecha
porque, en realidad, lo que aquel día se oficiaba en el Madison Square Garden
de Nueva York no era el cumpleaños presidencial, sino una superrecaudación de
fondos del partido demócrata a la que habían acudido 15.000 personas. ¿Qué
podía dar más morbo, debían de felicitarse los publicistas, de la escuela 'Mad
Men', que la mujer más deseada del planeta le cantara, enfundada en un vestido
que parecía pintado, al hombre más poderoso del mundo, más aun cuando se
rumoreaba que eran amantes?
DESPEDIDA
«Ahora ya me puedo retirar de la política, tras haber
escuchado un 'Cumpleaños feliz' cantado para mí de forma tan dulce», dijo el
presidente. Convendrán que 'dulce' no es la palabra que mejor se ajusta a una
escena que rezumaba sexualidad y que, en realidad, tuvo una tramoya
inquietante, como se encargaron luego de señalar los biógrafos de él y los
diarios íntimos y la poesía de ella.
El día de autos, por ejemplo, Monroe fue despedida del
rodaje. Primero le habían dado permiso para viajar a Nueva York, pero luego se
lo negaron y la actriz, que por lo visto quería verse con el presidente, se
largó. Y aunque en sus escritos aquella mujer ultrasensible, culta y con un cociente
intelectual superior al de Einstein aspiraba a interpretar a Chéjov y a
O'Neill, aquel día llegó al Madison Square Garden dispuesta a llevar hasta el
final su papel de Marilyn. Ensalzada y a la vez devorada por el sofocante
machismo de la época, se enfundó en un vestido de gasa y seda con 2.500
incrustaciones de cristal que, de tan ajustado, le obligó a cosérselo por
detrás y a prescindir de la ropa interior. El traje, que costó 12.000 dolares,
era de Jean-Louis Berthault, el mismo que exprimía aquella moda, tan en boga
tras la segunda guerra mundial, de jugar a imaginar a las actrices desnudas,
con diseños como el que lucía Rita Hayworth cuando encajó la bofetada en
'Gilda' o el bañador de Deborah Kerr en 'De aquí a la eternidad'.
Por supuesto que cuando se abrió paso, cual ofrenda, en la
oscuridad del Madison Square Garden, Monroe no parecía infeliz, sino relajada y
anhelante. Y por supuesto que nadie adivinó que la actriz, cuyos gritos de
auxilio ni los estudios ni sus amantes supieron o quisieron escuchar, se iba
sumiendo en su último verano. El 5 de agosto apareció muerta en su casa de Los
Ángeles junto a un frasco vacío de barbitúricos, cinco días después de pasar un
oscuro fin de semana en Cal-Neva Lodge, guarida de la mafia, con hombres poderosos.
UN PRESIDENTE ENFERMIZO
El galán del evento tampoco era en absoluto el hombre
saludable e irresistible que proyectaba su imagen, ni el mito que empezó a
nacer en aquel fatídico desfile en Dallas, apenas un año y medio después. El
día de su fiesta de cumpleaños, el entonces presidente aún no había cerrado el
incendio de Bahía Cochinos -en el que murieron centenares de hombres y más de
mil fueron apresados-, ni su manejo en la crisis de los misiles, declarada el
octubre siguiente, lo había convertido aún en el paradigma de la resolución de
conflictos. De hecho, es muy posible que Kennedy, con un abultado historial
médico, hubiera acudido a aquella velada tras recibir las ocho inyecciones con
sedantes que requería para aguantar los actos públicos. JFK sufría
osteoporosis, colitis ulcerosa y dolores desgarradores de espalda que le
impedían calzarse sin ayuda. Y aquel inflamable y crítico 1962 dependía de
pastillas y medicación para dormir, despertarse, mantenerse en pie o estar
medianamente consciente en los momentos decisivos. Realmente, las escenas
icónicas y los mitos arrojan pies de foto terroríficos.