Heather Dune Macadam reconstruye la historia de las 999
jóvenes judías eslovenas que llegaron en el primer convoy al campo de
concentración. «El relato oficial del Holocausto es masculino», asegura.
LETICIA BLANCO
Edie y Ella Friedman, enviadas al campo, junto a otras
chicas, en 1938.
En la primavera de 1942, 999 mujeres judías de entre 16 y 35
años fueron reclutadas en Eslovaquia y enviadas a Auschwitz. Les dijeron que no
estarían fuera más de tres meses y que iban a trabajar a la recién ocupada
Polonia. Para muchas, era la primera vez que salían de casa. Algunas incluso se
emocionaron ante la idea de ir a trabajar al extranjero. La mayoría no volvió a
casa. Dos tercios del convoy -por el que Alemania pagó 500 marcos al gobierno
del sacerdote nazi Jozef Tiso- falleció antes de que el año terminara.
La norteamericana Heather Dune Macadam cuenta en Las 999
mujeres de Auschwitz (Roca Editorial/ Comanegra) las historias que ha logrado
reunir, 75 años después, de aquellas chicas judías que llegaron en el primer
tren a Auschwitz. No eran prisioneros de guerra ni combatientes de la
resistencia, sino mujeres en la plenitud de su vida.
¿Por qué? «Si tu objetivo es destrozar una raza, lo primero
que atacas es a las mujeres en edad fértil. Ha sido así desde Babilonia, las
mujeres siempre han sido el blanco de guerras y genocidios. Además, en una
sociedad patriarcal era más fácil dejar ir a tus hijas que a tus hijos. Y estoy
convencida de que en la Conferencia de Wannsee se dijo que había que empezar
por las mujeres. Eran jóvenes, adolescentes, poco educadas... no eran
importantes», explica.
«Las sensaciones son difíciles de explicar», cuenta en el
libro una de las supervivientes, Edith, «porque una chica de 17 años, si no es
una estúpida de remate, es mucho más optimista sobre el futuro que una persona
mayor. A pesar del miedo y la inseguridad, el optimismo seguía allí». Quizá eso
explique que, según la autora, las mujeres sobrevivieran en el campo más que
los hombres. «Si has pasado por Auschwitz, el número con el que te marcaron al
llegar es tu identificación, el que indica en qué fecha entraste en el campo.
¿Cuántos supervivientes hombres hay con un número de cuatro cifras? La
respuesta es que apenas hay en comparación con el número de mujeres. Somos más
duras», asegura.
Un dato que tiene varias explicaciones: una es que a los
hombres que no eran enviados directamente a las cámaras de gas se les asignaban
durísimos trabajos físicos que mermaban rápidamente su salud. Otro es la
complexión física de algunas mujeres: «Si eras pequeña, era probable que
necesitaras comer poco para mantenerte, y también que pasases más desapercibida
entre los miles de prisioneros. El mero hecho de quedar por debajo de la mirada
de los guardias de las SS hacía que no fueras percibida como una amenaza.
Aunque vivir o morir era una cuestión de suerte: te podían matar por cualquier
motivo, por estar enferma, por estar sana o por ser guapa».
¿Por qué 999 y no mil? La autora asegura que se debe a lo
obsesionados que estaban los altos cargos del Tercer Reich con el misticismo
oculto. Himmler era un astrólogo ferviente, un entusiasta de las cartas
astrales, Goebbels estaba fascinado por Nostradamus y el número 9 era
«culminante», muy potente. La prueba es que días antes, Himmler ordenó otro
envío a Auschwitz de otras 999 prisioneras de Ravensbrück.
Las cámaras con Zyclon-B empezaron a funcionar en julio de
1942, así que Dune Macadam calcula que las supupervivientes que llegaron en
marzo de aquel año pasaron en Auschwitz dos años y nueve meses, casi tres años,
antes de que fuera liberado en enero de 1945. «Pero si te fijas, el relato
oficial del Holocausto, las historias que son el buque insignia del campo, son
de hombres como Primo Levi, que pasó seis meses allí, o Viktor Frankl, que
estuvo menos. Es una historia masculina. La única historia femenina es la de
Ana Frank, que no escribió sobre Auschwitz».
Hace seis semanas que el libro se publicó en Estados Unidos
y su eco internacional ha hecho que aparezcan nuevas pistas relacionadas con
aquel convoy: sólo en las dos últimas semanas se han puesto en contacto con
Dune Macadam una superviviente de 96 años desde Australia y otra de 94 de Nueva
York. «Hace un mes contabilicé 60 supervivientes, pero hoy diría que son unas
80. A las mujeres les cuesta más contar su historia. Todavía existen muchas
historias que no conocemos», apunta la autora, para quien recoger esas voces es
hoy más importante que nunca por varias razones. «La primera es porque se están
muriendo. Y luego está el auge del antisemitismo en Europa y la polarización de
las razas y las religiones en la sociedad», desliza. «La guerra no le sirve a
nadie. Odiarse está mal, pero ¿matarse por ello? Si queremos la paz necesitamos
más mujeres líderes»
diario el mundo . madrid