'La Gioconda', 'El grito' o colecciones particulares como la
de Esther Koplowitz figuran entre los hurtos más famosos
El grito y la Gioconda pueden ser dos de los rostros más
conocidos de la historia del arte, no solo por la maestría de sus autores
(Edvard Munch y Leonado da Vinci, respectivamente), o por la carga simbólica de
cada una de las obras, también por lo que se ha jugueteado con ellas desde el
bigote que Duchamp le puso a la Mona Lisa, hasta el emoticono de Whatsapp
basado en la angustiosa obra de Munch; y, además, por haber protagonizado otros
hechos más desgraciados: ambas fueron robadas de los museos que las alojan
Así, la Gioconda, objeto de deseo de infinidad de
coleccionistas, no estaba en su lugar el 22 de agosto de 1911, se esfumó sin
que nadie se diera cuenta. Inmediatamente el museo del Louvre cerró para
comenzar la investigación del robo de uno de los cuadros más famosos del mundo.
La obra había desaparecido el día anterior que era lunes y el centro estaba
cerrado. Un carpintero que había trabajado en el Louvre, Vicenzo Peruggia, y
conocía bien tanto el lugar como al personal, perpetró el robo. Le quitó el
cristal y el marco, operación a la que estaba acostumbrado y sacó la tabla de
77 x 53 centímetros bajo la ropa. Durante las investigaciones, Picasso, que
vivía en París, y el poeta Guillaume Apollinaire fueron interrogados como
sospechosos. Finalmente, más de dos años después del robo apareció la obra en
Florencia donde el ladrón la llevó ofreciéndosela a un marchante italiano, que
junto con el director de la galería de los Uficci la reconoció y avisó a la
policía. En el juicio, Peruggia alegó motivos nacionalistas para justificar el
robo, quería que la obra de Da Vinci colgara en las paredes del museo
florentino.
Los robos de El grito, de Munch, son más recientes y más
frecuentes ya que, de las cuatro versiones que realizó el pintor, varias han
sido sustraídas. En 1994, el mismo día que se inauguraban los juegos olímpicos
de invierno de Lillehammer (Noruega), una banda encabezada por Pål Enger entró
en la Galería Nacional de Oslo, en menos de un minuto descolgó el óleo y lo
sacó del museo. Hasta les dio tiempo a dejar una nota que decía: "Gracias
por la falta de seguridad". El evento deportivo había acaparado un gran
número de efectivos de las fuerzas del orden. Tres meses después, El grito fue
rescatado por la policía. El ladrón la había tenido entre las tablas de la mesa
de su comedor. En 2004, otra versión de El grito y La Madonna fueron robadas
del museo Munch. Los ladrones entraron y pistola en mano se llevaron las dos
obras que fueron recuperadas en agosto de 2006.
Tampoco Van Gogh se ha librado de estos artísticos rateros.
En 1991, el museo dedicado al pintor en Ámsterdam sufrió un atraco en el que
unos encapuchados se llevaron una veintena de obras entre las que estaban Los
comedores de patatas y Los girasoles. Se quedaron escondidos en la institución
cuando esta cerró, la operación no tuvo éxito ya que en unas horas las fuerzas
de seguridad encontraron el botín abandonado en el coche que habían utilizado
para huir. Entre los detenidos por la policía holandesa había un vigilante de
seguridad del museo, que sería el que hubiera filtrado información a los
ladrones sobre las estancias del centro.
Otro episodio casi increíble -todo lo que rodea a estos
hurtos tiene un toque peliculero- fue el que aconteció en mayo de 2010 en el
Museo de Arte Moderno de la Villa de París. Hace tan solo seis años fueron
sustraídos un picasso, un braque, un léger, un matisse y un modigliani.
Colocar en el mercado obras de arte es una tarea harto
difícil, imposible si se trata de piezas tan conocidas como las anteriores. Las
divisiones de las fuerzas de seguridad de cada país que se dedican al cuidado
del patrimonio están en permanente alerta y no dejan que los ladrones puedan
ganar dinero con estos robos. Aun así, no cesan en sus intentos, como
demuestran otros ejemplos ocurridos en España con el Códice Calixtino de la
Catedral de Santiago de Compostela y los mapas de la Cosmographia de Ptolomeo
de la Biblioteca Nacional. Estos últimos fueron sustraídos en 2007 junto con
otros documentos por un usuario de la biblioteca con carnet de investigador. La
devolución se realizó gracias a la colaboración de la policía de Gran Bretaña,
Francia, Australia, Estados Unidos y Argentina. El ladrón del manuscrito del
siglo XII de la catedral de Santiago, Manuel Fernández Castiñeiras, trabajó 25
años en el templo. Se llevó el códice de la cámara de seguridad donde estaba y
lo guardó en un garaje que usaba como trastero. En el juicio alegó que lo robó
como represalia por el despido improcedente que había sufrido. Hoy se enfrenta
a una pena de ocho años y dos meses de prisión.
Pero no solo las instituciones sufren estos golpes. El pasado
verano dos goyas fueron robados de un domicilio de la localidad madrileña de
Villanueva de la Cañada, las obras tienen un valor en torno a los cinco
millones de euros. Hace 15 años la casa de la empresaria Esther Koplowitz fue
asaltada por una banda de ladrones que se llevaron 19 obras, todas declaradas
Bien de Interés Cultural. Un año más tarde volvió a tener todas las obras en su
poder, entre ellas destacaban pinturas de Goya, de Sorolla y de Juan Gris. En
esta ocasión los culpables fueron localizados por la policía pero no siempre es
así. Por ejemplo, más de un cuarto de siglo después de uno de los robos más
importantes perpetrados en Estados Unidos, concretamente en el museo Isabella
Gardner de Boston, todavía no se conoce el paradero ni de ladrones ni de las
piezas de Rembrandt, ni de Veermer, ni de Manet..., a pesar de la recompensa de
cinco millones de dólares (casi cuatro millones y medio de euros).