El Prado, el Reina Sofía, el Macba o el Ivam inician la
temporada con exposiciones que tienden a reparar la marginación de las mujeres
en las artes y los museos durante siglos
Anguissola estaba consagrada cuando pintó Isabel de Valois
sosteniendo un retrato de Felipe II (MUSEO DEL PRADO)
FERNANDO GARCÍA, MADRID
Sabían ustedes quiénes fueron Sofonisba y Lavinia Fontana?
Algunos lectores seguro que sí, pero tal vez no la mayoría. Los grandes museos
de Madrid, Barcelona o València empiezan a saldar su deuda con las mujeres, que
es cuantiosa y antigua. Para empezar, el Prado, gran patriarca de las
pinacotecas españolas, inicia su próxima temporada con la gran exposición que
confrontará a esas dos destacadas pintoras forjadas en el Renacimiento y el
primer Barroco italiano: según los organizadores, “dos de las mujeres más
notables de la historia del arte occidental”; según los libros de historia del
arte, dos de tantas grandes creadoras cuyas obras fueron atribuidas a hombres o
quedaron arrumbadas en los sótanos de las más nobles instituciones culturales.
Tanto es así que ésta es tan solo la segunda muestra con
firma exclusivamente femenina que el Prado acoge en sus doscientos años de
existencia –la anterior fue la dedicada a la flamenca Clara Peeters en el
2016–, aunque también hay que subrayar la voluntad del director Miguel Falomir
de convertir la cita en uno de los platos fuertes del bicentenario de la
entidad.
El Prado culmina su bicentenario con el rescate de las obras
de Sofonisba Anguissola y Lavinia Fontana
Historia de dos pintoras: Sofonisba Anguissola y Lavinia
Fontana pondrá frente a frente a dos artistas que coincidieron en el tiempo y
el país (Italia); con orígenes y trayectorias muy distintas aunque con
importantes puntos en común. Pues una y otra fueron reconocidas en vida para
luego pasar al olvido durante siglos; las dos rompieron moldes y convenciones
de la época, y ambas “se valieron de la pintura para mejorar su situación
personal, tener una vida propia y mejorar la historia de su propia familia”, si
bien lo hicieron “desde maneras diferentes de interpretar la pintura y servirse
de ella para reivindicarse como artistas y como personas”, señala la comisaria
de la muestra, Leticia Ruiz.
Sofonisba Anguissola (1535-1625) nació en Cremona dentro de
una familia de la pequeña nobleza local. Su padre, Amilcare Anguissola, no
disponía de grandes recursos materiales, pero contaba con buenos contactos y
era un lince a la hora de promocionarse a sí mismo y a los suyos. Para hacer
publicidad de su hija, el hombre no paraba de enviar cartas y retratos suyos
aquí y allá. Uno de los destinatarios de sus peticiones y propuestas fue Miguel
Ángel, entonces ya célebre y a quien el dedicado progenitor escribió en 1557
para solicitarle que acogiera a su hija como pupila. El maestro le respondió, y
lo hizo encargando a la aspirante el retrato de un niño llorando. Ella creó
entonces el excelente dibujo Niño mordido por un cangrejo, con su hermano
Asdrubale como modelo. Miguel Ángel la ayudó.
El Felipe II de Anguissola se atribuyó luego a Pantoja de la
Cruz (MUSEO DEL PRADO)
Sofonisba Anguissol conoció después al duque de
Alba a través del gobernador de Milán. Cautivados por su arte, ambos la
recomendaron con éxito a la corte de Felipe II. Allí se trasladó ella en 1559,
oficialmente como dama de compañía de la reina Isabel de Valois –la tercera y
entonces
jovencísima esposa del monarca–, pero sin dejar de pintar
retratos. De hecho, su éxito a partir de entonces fue arrollador, hasta el
punto de que los hombres del rey pidieran a su pintor oficial, Alonso Sánchez
Coello, que hiciera copias de sus lienzos.
Coello fue uno de los autores a los que más adelante se
atribuyeron grandes obras de Anguissola. Otras se acreditaron a Tiziano y a
Juan Pantoja de la Cruz, como es el caso de sendos retratos de Felipe II y de
Isabel de II, ambos pertenecientes a la colección del Prado.
Lavinia Fontana (Bolonia 1552-1614 Roma) creció admirando a
Sofonisba Anguissola, por entonces muy famosa. El padre de la boloñesa,
Próspero Fontana, también era pintor y pronto apreció el talento de su hija.
Así que se convirtió en su primer y más esmerado maestro. Al cumplir ella 25
años, Próspero la casó con Gian Paolo Zappi, igualmente artistas. El matrimonio
tendría once hijos.
Pronto quedó claro que quien pintaba especialmente bien era
ella y no el marido. Pero Gian Paolo lo asumió y apoyó a su esposa a tope. Él
se hizo cargo de la prole mientras ella abría taller propio y se codeaba con
los artistas varones de la zona. Según Leticia Ruiz, el pobre cónyuge fue
objeto de no poca chanza por su posición de segundón respecto a la mujer.
A Lavinia Fontana se le puede considerar la primera pintora
profesional y totalmente autónoma, indica Ruiz. Su taller de Bolonia fue viento
en popa. Recibió encargos desde Florencia y Roma, cuyos hombres ilustres la eligieron
miembro de la Academia Romana.
A diferencia de Anguissola y las otras pocas pintoras de la
época, Fontana trabajó en registros muy variados. Cultivó el retrato de grupo y
las miniaturas, reflejó el lujo de las mujeres en la ciudad, realizó obras religiosas
de gran formato y –lo que estaba casi prohibido a las mujeres– desnudos; aunque
para ello hubiera de acogerse a la temática mitológica, como por otra parte
mandaban los cánones.
La exposición en el Prado reunirá sesenta piezas de
Anguissola y Fontana. Abrirá al público el 22 de octubre y se prolongará hasta
el 2 de febrero. Será, junto con otra dedicada a los dibujos de Goya, una de
las estrellas, de los días que culminarán el bicentenario del museo, inaugurado
el 19 de noviembre de 1819. Momento de justicia para las pintoras en la mayor
institución cultural del país. Iba siendo hora.