Esvásticas en el Palau de la Música
El libro 'Nazis a Barcelona' documenta la presencia fascista
en la ciudad entre 1939 y 1945 a través de 300 fotografías, entre ellas las de
la visita de Himmler
Celebración del cumpleaños de Hitler de 1943, en el escenario
modernista del Palau de la Música, adornado con toda la parafernalia nazi, que
aparece en el libro 'Nazis a Barcelona'.
Anna Abella
Aquel 23 de octubre de 1940, ¿qué pasó por la mente de
Heinrich Himmler, Reichsführer y líder de las SS, adalid y defensor de la
pureza de la raza aria, al contemplar a un palmo de su cara y erguida sobre él
a la Moreneta, la venerada virgen negra de Montserrat, cuando lo que él buscaba
era el Santo Grial? La inquietante foto del histórico momento, de difícil encuadre
pero impagable valor
documental, pertenece a una serie inédita del ingente
archivo de los Pérez de Rozas sobre la visita del dirigente nazi al monasterio,
enmarcada en el viaje que realizó a Barcelona agasajado por todas y cada una de
las autoridades franquistas de la ciudad. No menos impactantes son las
fotografías de las esvásticas gigantes que decoraron la fachada del Parlament
cuando este acogió en sus salas, en 1942, la enorme Exposición de Arquitectura
Moderna Alemana (comisariada por Albert Speer, ministro y arquitecto de
cabecera de Hitler), o las imágenes que dan fe de los multitudinarios actos que
celebraron, año tras año, de 1939 a 1945, el cumpleaños del Führer y otras
fechas del calendario nazi con grandes retratos suyos, más esvásticas y brazos
en alto haciendo el saludo nazi, en escenarios emblemáticos como el modernista
Palau de la Música Catalana, el cine Coliseum o el Teatre Tívoli.
Son una selección de unas 300 fotografías, procedentes de
diversos archivos públicos de toda Catalunya, rastreadas durante tres años por
los historiadores Mireia Capdevila y Francesc Vilanova. Cruzando esas imágenes
con informaciones aparecidas en la prensa de la época han documentado la
actividad fascista en la ciudad durante la segunda guerra mundial, controlada
por un régimen franquista neutral solo oficialmente. El resultado de la
investigación es el libro ‘Nazis a Barcelona’, que esta semana llega a las
librerías coeditado por L’Avenç, el Ayuntamiento de Barcelona y la Fundació Pi
i Sunyer.
“Hubo un interés por parte del régimen de Franco de hacer
visibles cuáles eran los nuevos amigos -alemanes e italianos- de las nuevas
autoridades. Lo hicieron a través de una prensa absolutamente sometida al
adoctrinamiento del poder político y mostraron que esos amigos podían convivir
con la Barcelona oficial, es decir el Ayuntamiento, el Ateneu, la
Universitat...”, apunta Vilanova. La ciudad, que recibía continuas delegaciones
de ambos países, cedía espacios públicos gratuitamente para actos, exposiciones
y manifestaciones fascistas a aquellas potencias que les habían ayudado en la
guerra civil contra la República
Fachada del Parlament, ornamentada con esvásticas, con
motivo de la Exposición de Arquitectura Moderna Alemana que acogió en octubre
de 1942, en una imagen del libro 'Nazis a Barcelona'.
“Aquella colonia alemana se calcula en unas 3.000 personas,
la mayoría profesionales y empresarios de clase media –añade-. Era una
comunidad muy motivada con lo que pasaba en su país y en la guerra, muy
disciplinada y participativa en todos los actos, como las concentraciones
escolares de las Juventudes Hitlerianas (espejo para el Frente de Juventudes de
Falange)”.
CIUDAD "ALIADÓFILA"
Pero aquella Barcelona de la primera posguerra, señala el
historiador,“aún en plena represión, racionamiento y miseria, hundida y
aislada, que había perdido mucha población entre muertos, exiliados y
encarcelados, era una sociedad ocupada y depurada. Un informe de Falange
denunciaba que era muy aliadófila y nada germanófila. La gente estaba más
preocupada por subsistir y vivía de espaldas a aquellas dinámicas, participó
muy poco en aquellos actos, excepto en momentos puntuales como la salida de la
División Azul, la Exposición de Arquitectura, que visitaron 30.000 personas, o
la gran movilización en 1939 para la visita del conde Ciano”.
Este era yerno de Mussolini y ministro de Exteriores
italiano, y estuvo permanentemente acompañado por el cuñado de Franco y también
ministro, Ramón Serrano Suñer. El recorrido desde el puerto, pasando por las
Ramblas (una imagen lo recoge frente al Liceu), el paseo de Gràcia o Pedralbes,
con todas las calles engalanadas, fue “apoteósico”, en loor de multitudes
“vitoreando a Italia y a España, al Duce y a Franco”, con “ramos de flores y
guirnaldas”, según la prensa de entonces, como ‘Solidaridad Nacional’ o ‘La
Vanguardia Española’.
LOS PECADOS DE LA "CIUDAD ROJA"
“Por un lado aquellos actos querían mostrar la presencia
fascista y visualizar la alianza con Franco. Por otro, enseñar la expiación de
Barcelona como ‘ciudad roja’. Atrás quedaban los pecados de ser izquierdista,
republicana y catalanista”, destaca Vilanova. Era el momento de esplendor de la
presencia fascista italiana en Barcelona, que prácticamente desapareció a
partir de 1943, cuando cayó Mussolini. Lo mismo ocurrió con las manifestaciones
nazis a partir de 1944, cuando ya se vislumbraba la derrota de Alemania en la
guerra, y que paulatinamente dieron paso a una mayor presencia en la prensa de
actos británicos, mostrando el giro de intereses del régimen.
"Himmler era arrogante, antipático, altivo y
despectivo", recordaba el padre Ripol, que acompañó al líder de las SS en
la visita a Montserrat
Sin embargo, “el acontecimiento internacional
más importante que vivió Barcelona durante la segunda guerra mundial” fue
recibir a Himmler, que costó al ayuntamiento la entonces considerable cantidad
de 14.367 pesetas. “Fue una visita de Estado, más discreta en términos
populares que la de Ciano”, constatan los historiadores de la Pi i Sunyer. Fue
recibido en el aeródromo del Prat y se hospedó en el Ritz, donde en una cena de
gala comió, entre otro
manjares, “hojaldres al Parmesán, langostinos de Sant Carles
de la Ràpita y suprema de ave toledana (según el menú que reproduce el libro).
Le llevaron al Poble Espanyol y a la checa museizada de la calle Vallmajor.
Allí, el director falangista de ‘Solidaridad Nacional’ Luys Santa Marina, le
contó “los suplicios que los rojos cometían allí con los detenidos”, a lo que
el líder nazi “dijo que no concebía imaginación alguna la criminalidad de los
rojos españoles”.
EL SANTO GRIAL Y EL CADÁVER ÍBERO
Y de ahí a Montserrat, donde el abad Escarré delegó en el
padre Andreu Ripol, el único que hablaba alemán, para que hiciera de cicerone.
“Su sobrino nos contó que lo hizo a regañadientes -explica Capdevila-. Que
hasta su muerte no se cansó de decir que fue una visita incómoda y definía a
Himmler de arrogante, antipático, altivo, incómodo en el trato y despectivo.
Hubo momentos de mucha tensión por sus pretensiones pseudointelectuales y las
motivaciones esotéricas que ocultaba la visita”. Tanto se tensaron las cosas,
que el Reichsführer le dijo al padre Ripol: “Veo que no nos pondremos de
acuerdo. Cuando llegue a Alemania le enviaré un ‘Mein Kampf’ para que lo lea y
luego hablaremos”. “Nunca llegó”, revela la historiadora.
Según Vilanova, que cita ‘El plan maestro’, de Heather
Pringle, la visita de Himmler va más allá de su probable interés por si el
Santo Grial pudiera ocultarse en Montserrat, quizá el Montsalvat de las
leyendas artúricas. “Tiene una lógica siniestra e inquietante que liga con el
nazismo. Como hizo el día antes en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid, se
interesó por los vestigios íberos por su relación con los godos, uno de los
puntales de la raza germánica". Le llamó la atención un esqueleto íbero
del museo del monasterio: "Es el cadáver de un nórdico", afirmó.
El paraninfo de la Universitat de Barcelona acogiendo la
Exposición del Libro Alemán.
Tras la caída del nazismo no se sabe qué fue del busto de
Hitler que, junto al de Franco, adornó el paraninfo de la Universitat de
Barcelona en la Exposición del Libro Alemán, de 1941, también con grandes
esvásticas en la fachada. En ella se expusieron tres ejemplares de ‘Mein
Kampt’, uno de ellos, creen los historiadores, es la que se conserva en la
Biblioteca de Catalunya. Pero como el busto, otro libro desapareció: el de
condolencias por “el glorioso caído Adolfo Hitler” en el consulado alemán a
primeros de mayo de 1945, tras su suicidio. Según ‘Solidaridad Nacional’,
12.000 personas habían hecho largas colas, “con el dolor impreso en el rostro”,
para dejar su firma en él.