Es sobradamente
conocida la teoría de que fueron el juicio -había cometido alta traición- y el
paso por la cárcel -fue condenado- los hechos que consolidaron la figura
pública de Adolf Hitler, y que él mismo aprovechó de forma astuta estos
acontecimientos para ganarse definitivamente a las masas. Todo como
consecuencia de un vulgar pero multitudinario mitin -del político nacionalista
ultraconservador Gustav von Kahr- en una taberna en que Hitler desenfundó su
Browning y realizó un disparo al aire al grito de «¡la revolución nacional ha
estallado!». Fue el famoso Putsch de la Cervecería, el golpe de Estado fallido
acaecido el 8 de noviembre de 1923 en la Bürgerbräukeller, una cervecería
ubicada al sur de Múnich y a poco más de medio kilómetro del centro de la
ciudad.
El escritor estadounidense David King (1970), profesor de
Historia Europea en la Universidad de Kentucky, ha dedicado a la bufonesca
asonada -contra la República de Weimar- su última investigación, de la que
salió un absorbente ensayo novelado. El juicio devino en una farsa ya que el
tribunal estaba presidido por Georg Neithardt, entusiasta simpatizante de la
causa nacionalsocialista que redujo los cargos contra el acusado -alegando el
ánimo patriótico y los motivos nobles del conspirador- y dejó la condena en una
pena mínima de prisión. Hitler convirtió el banquillo del reo en el estrado más
adecuado para arengar al pueblo con sus soflamas populistas, una atalaya desde
la que fue escuchado por una audiencia que jamás había tenido ni soñado. Cuando
Hitler salió del penal de Landsberg -donde estuvo recluido apenas unos meses y
escribió Mein Kampf-, había dejado de ser un bufón ridículo para erigirse en
héroe nacional y mártir, un Führer.
David King
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