La exposición «¿Arte Sonoro?» de la Fundación Miró revisa la
presencia de la sonoridad en las artes plásticas
CATERINA DEVESA
El título no puede
ser más claro. ¿Arte sonoro? Con esa pregunta la Fundación Joan Miró, en
colaboración con la Fundación BBVA, ofrece un recorrido por más 70 piezas de 36
artistas diferentes, y en la que por supuesto no faltan piezas de Joan Miró
(desde el 26 de este mes hasta el 23 de febrero). «Se comienza con un reto, con
una cuestión», dice Arnau Horta, comisario de una exposición que en su primera
parada aborda cómo la música sirvió de catalizador para la imaginación de
artistas desde finales del siglo XIX hasta el XX. Algunas eluden a esta
cuestión en su título como Chanteurs de flamenco, de Sonia Delaunay; o Rythme
colore, de Survage. «Un ejemplo de creación visual con movimiento que inspiró a
artistas de la Bauhaus como Kandinski», explica Horta. En esa misma estancia
encontramos piezas de Tinguely y también de Rolf Julius. «Dentro de la
exposición hay una microexposición dedicada a este artista», aclara Arnau, que
añade: «Julius no hacía distinción entre los ojos y los oídos, y aseguraba
confundir unos con otros».
La muestra cuenta también con piezas como Sound of paper, de
Alvin Lucier; o los cantorales de Pablo Palazuelo. «Artistas que convirtieron
la partitura en un espacio de experimentación», comenta el comisario. A
experimentar es a lo que invita esta muestra que propone una experiencia del
sonido no dirigida solo al oído, sino a todo el cuerpo. «En Handphone table, de
Laurie Anderson, el visitante puede apoyar los codos para escuchar sonidos
accesibles con una vibración», matiza Horta. Lo mismo pasa con Manheim Chair,
de Michaela Melián, un asiento en el que escuchar composiciones como ESR, en
referencia a la principal hormona sexual femenina, representada en varios
dibujos-partitura.
El viaje sigue para descubrir el «secreto del silencio» con
obras como A bruit secret, de Marcel Duchamp, que esconde un pequeño objeto de
metal que produce ruido, o con el polémico 4’33, de Jonh Cage, que llegó a la
conclusión de que el silencio era una variable, nunca completamente silenciosa.
Pero, como «el sonido se expande», la muestra cuenta con piezas situadas fuera
del recorrido como Solitary Speaker, de Julius. «Establece un diálogo con un
tríptico de Miró. Nos hace mucha ilusión», recalca el comisario. La misma que
le hace a los visitantes encontrarse con Birdcalls, de Louise Lawler, situado
en uno de los patios de la Fundación. «Canta el nombre de varios artistas de su
generación, todos hombres, imitando el canto de diferentes pájaros». Un guiño
al feminismo que siempre viene bien escuchar.