En medio del centro comercial del barrio de
Saket —no muy lejos de unos multicines donde se anuncian
con cientos de luces de colores películas de esas que se ven en la televisión
local, el
estilo Bollywood que ha cautivado a Occidente los últimos
años— los visitantes se tropiezan, de forma inesperada y sorprendente, con la
obra sofisticadísima, geometrizante y espiritual de Nasreen Mohamedi, artista
nacida en Karachi en 1937, protagonista pues de la guerra indo-paquistaní y,
como tantos indios, viajera sistemática y de formación inglesa. Ahí están,
incongruentes en su delicadeza, tan cerca del ajetreo del centro comercial,
esas obras suyas con regusto a
Agnes
Martin, geometría minimalista y poética en su fórmula para encontrar la
libertad a través de la repetición
Con algo zen y algo sufí, muy espirituales en todo caso, los
dibujos a lápiz y tinta de esta clásica de la modernidad india —una de las
pocas mujeres en esa línea de trabajo, además, dentro y fuera de su país—
buscan inspiración entre la geometría de los telares, representados en las
fotos expuestas también en la muestra de la capital india. Ni fechas ni títulos
en la producción de Mohamedi: continuidad casi ritual que en la muestra Una
mirada hacia el infinito transporta al visitante a un tiempo suspendido y
al margen del bullicio de Delhi, la ciudad viva donde coches, motos, peatones y
rickshaws… parecen chocarse a cada paso y donde el nudo se desenreda
súbito y todo vuelve al origen, ese origen que a su modo perseguía Mohamedi,
fallecida hace más de diez años
Quizás por esa razón, por la sorpresa del encuentro en un
lugar tan imprevisible para los occidentales, o porque las ocasiones de ver
tantos de sus dibujos juntos son escasas, la experiencia es más apasionante si
cabe que en Reino Unido, en alguna de cuyas galerías se ha podido admirar a
Mohamedi. El mérito es de una coleccionista, no solo entre las más importantes
del país, sino muy dedicadas al arte contemporáneo: Kiran Nadar. Su centro, el
Museo de Arte Kiran Nadar,
privado pero sin ánimo de lucro, patrocinado por la Fundación Shiv
Nadar y abierto en enero del 2010, muestra en estos días, junto a la exposición
de Mohamedi, a siete artistas,
Sheba
Chhachhi, entre otros nombres. Se trata, pues, de un ejemplo privilegiado
para el coleccionismo indio que poco a poco vuelve la mirada hacia el arte
contemporáneo y que, a través de las iniciativas privadas, trata de paliar el
aún escaso interés hacia este tipo de arte por parte de las instituciones
públicas.
De hecho, si el coleccionismo siempre ha existido en India,
la mayor parte de las grandes colecciones se han centrado en arte clásico o
premoderno y, a veces, hasta en áreas de interés muy restringidas —desde juegos
de ajedrez hasta manuscritos. En Delhi siempre se ha comprado y se ha vendido
arte, comentan todos, aunque personajes como la propia Kiran Nadar o Lekha
Poddar —otra de las grandes coleccionistas— y su hijo Anupam Poddar han
cambiado el perfil al uso por un mayor interés hacia el arte contemporáneo. Se
puede ver en la muestra de la
Fundación de Arte Devi, lugar vinculado a los Poddar,
comisariada por el colectivo Raqs, auténticos agitadores culturales, artistas,
comisarios... siempre retando al sistema, nunca diana fácil, que llevan veinte
años animando el panorama artístico contemporáneo de la capital india, incluso
cuando dicho panorama no existía siquiera.
Poco a poco, el coleccionismo
vuelve la mirada a lo contemporáneo
Estuvieron presentes en la exposición
Fetiches
críticos del Centro Dos de Mayo de Móstoles y regresarán en una
individual al mismo centro los próximos meses. Los artistas de la muestra en la Fundación Devi
proponen sobre todo eso que interesa a Raqs: cierto “arte relacional” que en
algunos casos se hace poético. Ocurre con el trabajo de la joven artista Astha
Butail, quien plantea un juego de cadáver exquisito en unos cuadernos-libro
frágiles y maravillosos, a su modo continuación de la delicadeza milenaria de
un país donde no solo se acumulan los mejores químicos y matemáticos, sino
lleno de propuesta novedosas en el mundo del arte.
Así, pintores clásicos como el elegante
Jamini Roy,
hasta hace poco codiciados por los coleccionistas más tradicionales en las
galerías más tradicionales —como la
India Art
Gallery—, empiezan poco a poco a compartir espacio con artistas jóvenes
—lo demuestran algunas de las galerías de Mumbai, según muchos, una de las
ciudades más activas para el arte actual. Pese a todo Delhi es un lugar
privilegiado de transacción, el sitio donde buena parte de la acción ocurre.
La Tate ha creado un fondo para comprar obras producidas en
Asia
Allí y, claro, en Londres. Si la Tate ha empezado al crear un
fondo semejante al constituido hace algunos años para comprar arte de América
Latina —justo cuando esa parte del mundo empezaba a hacerse visible—, el reto
para el museo inglés ahora es adquirir obra producida en Asia, mientras las
grandes casas de subastas se preparan para una venta de arte de esa área
geográfica en los próximos meses. Teniendo en cuenta la restricción a la hora
de exportar obras de más de cien años en el caso de la India, habrá tal vez una
buena parte dedicada a los maestros clásicos de la modernidad e incluso a
artistas contemporáneos.
Desde luego, son muchas las cosas que están pasando en el
mundo del arte en India y buena muestra de ello es la recién estrenada
bienal de Kochi en
Kerala, la primera del país, que reúne a creadores como K. P. Reji, Paris
Viswanathan o Subodh Gupta. Artistas como Alfredo Jaar o Ernesto Prieto, entre
otros, han ido invitados, propiciando ese diálogo de la India Art Fair de Delhi, que acaba de celebrarse
en la capital y donde es este año notable las ausencias de las grandes europeas
o americanas, salvo algunas excepciones como la Galerie Lelong con
una selección interesante de mujeres artistas. Pese a todo, es curiosa la
apuesta de dichas galerías por obra, sobre todo gráfica, de artistas de la
vanguardia. Los coleccionistas indios son, comentan con frecuencia allí, más
conservadores a la hora de apostar por el arte internacional, si bien poco a
poco la situación podría estar cambiando. Sea como fuere, se trata de una feria
joven, llena de energía, capaz de congregar a aficionados y público en general,
como los niños de las escuelas que la visitan. Nature Morte,
Exhibit 320, Volte o Arts
Musing son algunas de las que presentan su obra en la feria.
Tomando dicha feria como excusa se ha celebrado además el
Premio Skoda 2012 para el Arte Indio Contemporáneo, de cuyo jurado ha formado
parte el artista sudafricano William Kentridge y del cual este año ha sido
ganador el joven pero consagrado internacionalmente Tallur L. N., con una obra
presentada en el
Dr. Bhau
Daji Lad, el Museo de la ciudad en Mumbai, cuya directora honoraria, la
historiadora y comisaria Tasneem Metha, se halla también muy vinculada al
consejo de redacción la revista
ArtIndia, esencial para la escena en
el área.
No muy lejos del Museo Kiran Nadar, justo enfrente de los cines
que anuncian puro Bollywood y subiendo una calle en la cual el peatón se pelea
con coches y motos, está Khoj, un espacio regentado por artistas donde se ha
puesto en marcha un programa de artistas en residencia. En el edificio
rehabilitado se cruzan trabajos y experiencia y, una vez más, la ciudad se
expande. India despega y quizás deje pronto atrás a China. Se trata, además, de
un país apegado a las tradiciones, refinadísimo y lleno de energía: gran futuro
por delante. Así que solo cabe esperar que no sea manufacturado como ha
ocurrido con otros casos —y en especial con China— por parte de las
instituciones europeas. Ojalá se deje a India respirar con su luminosa mirada
hacia el infinito.