Centro inaugura una extraordinaria exposición del artista:
sesenta obras maestras del Musée Marmottan Monet de París que revelarán el lado
más íntimo y el proceso creativo del padre del Impresionismo. A partir del 21
de septiembre.
Será la primera exposición en Madrid de Claude Monet
(1840-1926), el visionario pintor francés que revolucionó los fundamentos de la
pintura. Todas las obras proceden del Musée Marmottan Monet de París, la
institución que alberga la colección de obras del artista más grande del mundo,
gracias a la donación que realizó Michel Monet, su hijo pequeño y único
heredero, en 1966 y que incluía todas las pinturas y objetos que su padre
conservó celosamente en su propiedad de Giverny, en Normandía, donde vivió 43
años, y donde está enterrado. El legado de Michel Monet abarca desde las
primeras obras, dibujos que realizó a sus doce años, hasta las últimas, la
serie de los legendarios Nenúfares, a la que dedico las décadas finales de su
vida.
Para esta primera retrospectiva de Madrid, organizada por la
empresa italiana Arthemisia, el museo ha realizado préstamos extraordinarios de
obras como el Retrato de su hijo Michel Monet con gorro de pompón (1880), El
tren en la nieve. La locomotora (1875) o Londres. El Parlamento. Reflejos en el
Támesis (1905), Le roses (1925-1926), un conjunto único junto con más de veinte
cuadros de gran formato de sus cautivadores Nenúfares (1917-1920) y también una
selección de la serie de sus evanescentes Glicinas (1919-1920).
“Así mismo se incluyen dos objetos muy importantes: su
paleta y sus famosas gafas”, señala Sylvie Carlier, comisaria general de la
muestra y conservadora del Musée Marmottan Monet, que añade: “aunque parezcan
banales, son objetos muy emblemáticos y reveladores. El primero, de su
legendaria gama de colores directos, a los que, influenciado, entre otros, por
los grabados japoneses, agregaba una gama de tonos personales. Y las gafas son
las que tenía que utilizar cuando le operaron de la doble catarata para
corregir y para protegerse el sol. Son el símbolo de los problemas que van a
dar lugar a sus obras abstractas finales, de una viveza excepcional”.
“Monet estuvo renovándose toda su vida y la pintura era la
razón de su existencia”, dice la comisaria Sylvie Carlier
Las 60 pinturas que componen la muestra recorren todas las
etapas de Monet leídas a partir de un ángulo único: su círculo más íntimo, artístico
y familiar. De ahí que el Monet coleccionista que adquirió obras de artistas
que fueron su fuente de inspiración esté presente a través de su colección
personal de Delacroix, Rodin, Johan Barthold Jongkind o Eugène Boudin, estos
dos últimos sus mentores y quienes le iniciaron en la práctica de pintar al
aire libre. El propio Monet escribía: “Si me he convertido en pintor se lo debo
a Eugène Boudin”.
“Monet estuvo renovándose constantemente toda su vida y la
pintura era la razón de su existencia; en la exposición descubrimos cómo Monet
va cambiando”, explica Sylvie Carlier. Aunque tuvo una formación clásica, desde
el principio quiso romper las normas, rechazando las convenciones europeas que
regían la composición, el color y la perspectiva, para descubrir un estilo de
pintura en el que más que plasmar la realidad nos ofrece “impresiones”
trabajando la luz de una forma sutil, la reverberación del agua o su reflejo en
el cielo.
La exposición, que ha tardado dos años en prepararse, está
divida en seis secciones que trazan cronológicamente un panorama incomparable
de la evolución del pintor, desde el Impresionismo a la Abstracción, y
contemplan, a través de sus famosas series en distintas ciudades, variaciones
sobre un mismo tema de la naturaleza, siempre cambiante, a distintas horas y
estaciones del año.
“A Monet le encantaba leer, recibir y comer, así como
viajar. Fue un usuario habitual del recién creado ferrocarril y tenía su propio
coche, algo muy excepcional en la época. Sus frecuentes viajes se centraban en
explorar nuevos lugares para pintar. La pintura era visceralmente su modo de
vida”, añade la comisaria.
Cada viaje se plasmaba en una nueva etapa, en una nueva
serie, que veremos en CentroCentro: los paisajes del río Sena en Argenteuil,
que pintaba en un bote que había comprado, las puestas de sol de la costa de
Normandía, la naturaleza aún salvaje de Holanda (donde se fue a pintar
tulipanes que nunca plasmó), la Riviera (1883 y 1884), Bretaña (1886), la
catedral de Rouan (1892), sus series entorno a Londres y el Parlamento (de 1870
a 1905), Noruega (1895), con sus paisajes en relación a la nieve… Así, hasta
sus grandes lienzos impresionistas de nenúfares y vistas de su jardín en
Giverny para desembocar, desencantado del Impresionismo, en la abstracción
final, que tanto influyó en la pintura moderna.
La exposición se abre con una sección sobre la historia del
Musée Marmottan Monet, un antiguo palacete del tercer duque de Valmy, cuya
viuda y su hija se lo ceden a Jules Marmottan, administrador de varias
compañías francesas, y también coleccionista. Fundado en 1934 y fruto de
legados sucesivos, al principio fue un museo dedicado a la época del primer
imperio hasta que adquirió la obra clave Impresión Sol Naciente de Monet, un
manifiesto que dio nombre al movimiento Impresionista y que otorgó nueva
identidad al museo.
Una marca reforzada con la excepcional donación de Michel
Monet quien, una semana antes de su muerte, designó en su testamento a la
Academia des Beaux-Arts como heredera universal de la propiedad de Giverny, y
al Musée Marmottan de París para administrar, salvaguardar y garantizar el
patrimonio como museo privado.
Desde sus primeras obras, Monet habla de la nueva forma de
pintar rápida para plasmar la impresión del instante al aire libre (en plein
air). “Para captar el instante hay que trabajar con rapidez, e impedir la
memoria, la reflexión [...]. La mano, tradicionalmente invisible, se revela
entonces en su prisa por el lienzo”, dijo. Todo esto se explora en la segunda y
tercera sección centradas en las claves del estilo Impresionista, esto es la
luz impresionista y el plein air o pintura en movimiento.
El artista buscó toda su vida aprehender ese momento
luminoso; de hecho, fue el propio Monet quien se construyó su leyenda,
ligándola a la mitología del plein air, enfatizando que su deseo era “pintar el
aire que rodea el puente, la casa, la barca… Pintar la belleza del aire,
equivale, pues, a poder pintar la luz”.
En sus últimos años, insatisfecho con las limitaciones del Impresionismo pasó por alto las fórmulas aprendidas
La cuarta sección nos lleva más allá del impresionismo, a su
legendario jardín en Giverny donde pintó las obras que le convirtieron en
estrella universal. En 1883, tres años después de enviudar de Camille Doncieux,
se instaló en el campo cerca de París, con sus dos hijos y con Alice Hoschedé,
y los seis hijos de ella.
Los próximos veinte años se dedicaría a rehabilitar la
vivienda principal, a crear dos estudios, dos casetas de jardinero y diseñar
los jardines con siete ayudantes, creando desde el mítico puente japonés al
estanque de los Nenúfares que pinto una y otra vez.
La figura humana fue desapareciendo progresivamente de su
obra, al tiempo que adoptaba como tema predilecto su jardín, pintando todos los
rincones que lo rodeaban. Desde finales de la década de 1890 hasta su muerte,
insatisfecho con las limitaciones del Impresionismo y con la esperanza de
encontrar en sus palabras un "nuevo lenguaje estético fiel a la naturaleza
y único para él como individuo”, pasó por alto las fórmulas aprendidas.
Sus series de montones de heno, de álamos de la campiña de
Giverny o de la catedral de Rouen las pinta para resolver su frustración. Tal y
como dejo escrito: “Me estoy volviendo de una lentitud exasperante, pero cuanto
más avanzo, más cuenta me doy de que hay que trabajar mucho para conseguir
plasmar lo que busco: la instantaneidad, sobre todo la atmósfera, la luz que se
difunde por todas partes, y desprecio más que nunca las cosas fáciles, que se
hacen de un tirón”.
Las últimas secciones de la muestra se centran en el pintor
de éxito mundial que ha sustituido a su estilo impresionista por una pintura
gestual, cercana a la abstracción; esta nueva etapa también dará lugar a una
explosión de color excepcionales.
El objetivo prioritario de Claude Monet seguía siendo
mostrar las metamorfosis de la luz y traducir las sensaciones que le
despertaban, pero con un estilo propio y único. En las décadas de 1910 y 1920,
ya aquejado de cataratas que le impedían ver con claridad y alteraba su
percepción de los colores -tal y como se percibe en su serie de los rosales, en
la exposición- Monet se centró casi exclusivamente en pintar su jardín acuático
de Giverny.
Allí realizó un conjunto de lienzos del tamaño de un mural
donde representaciones abstractas de plantas y agua emergen de amplias
pinceladas de color y texturas intrincadamente construidas, llevando al
paroxismo las investigaciones con los nenúfares de 1903, y pintando solo
fragmentos de la naturaleza en los que prescinde de perspectivas o referencias
espaciales.
El propio Monet escribió hacia el final de su vida: “Cuando
salgáis a pintar, procurad olvidar los objetos que tengáis delante, sea un
árbol, una casa o un campo. Pensad solo: esto es un pequeño cuadrado azul, esto
un rectángulo rosa, esto una franja amarilla, y pintadlos exactamente como los
veáis, con su color y forma exactas, hasta que hayáis plasmado vuestra primera
impresión de la escena”.
Poco después de la muerte de Monet en 1926, a los ochenta y
seis años, sus últimos cuadros, a pesar de ser reconocidos por los más
iniciados, sufren la indiferencia del público. A principios de los años
cincuenta, Michel, el hijo del pintor puso en marcha una operación de
rehabilitación de la última etapa de su padre. Por primera vez, prestó una
selección de grandes Nenúfares y vendió muchas obras en Estados Unidos,
logrando su reconocimiento.
“Claude Monet nos seduce a primera vista, pero hace falta
tiempo para comprender su complejidad y la composición de sus obras”, concluye
la comisaria. Serán muchos los seducidos por una primera visita a la
exposición, pero también muchos los que sentirán la necesidad de volver para
que esa primera fascinación se torne en descubrimiento.