"Queda aún mucho patrimonio arqueológico bajo el
subsuelo de nuestra bimilenaria Mérida", han señalado desde el Consorcio
que gestiona las excavaciones
Los arqueólogos han descubierto estos días en Mérida unas
termas públicas "excelentemente" conservadas que escondían las rejas
de una ventana "prácticamente intactas". Las excavaciones se han
llevado a cabo en la casa del Anfiteatro por el Consorcio de la Ciudad
Monumental. Dentro de las termas, en la zona del apodyterium -una sala que se
utilizaba como vestuario en las termas- se han encontrado las rejas hechas en
hierro, un hallazgo que desde el Consorcio han calificado como
"excepcional". Formaban parte del desplome de los muros y de la
cubierta de la estancia, de ahí la presencia de ladrillos, tégulas y tejas.
Estas rejas de hierro que formaban parte de una ventana de las termas han sido
consolidadas, para su levantamiento y almacenaje, por el conservador-restaurador
Juan Altieri. Pudo haberse utilizado como "una especie de albergue para
residentes"
La casa del anfiteatro data del siglo I d.C. y se encuentra
muy cerca del espacio utilizado para los combates de gladiadores y del teatro,
fuera de las murallas de Augusta Emerita, una antigua ciudad romana fundada en
el año 25 a. C. por el legado Publio Carisio por orden de Augusto para asentar
a los soldados licenciados de las legiones X Gemina y V Alaudae
La arqueóloga Ana María Bejarano ha señalado a los medios
que este espacio, que conserva placas de mármol, pinturas en las paredes y
todas las infraestructuras subterráneas, pudo haberse utilizado como "una
especie de albergue para residentes".
“Queda aún mucho patrimonio arqueológico bajo el subsuelo de
nuestra bimilenaria Mérida que, como generador de riqueza para la ciudad,
espera ser excavado", destacó el Consorcio a la agencia EFE. También
"queda ahora por delante, mucho trabajo de limpieza y restauración de
estas rejas romanas para que prosiga, como todo nuestro patrimonio
histórico-arqueológico, su camino hasta poder ser disfrutado públicamente por
toda la ciudadanía"
Un disco, un productor y un manager hicieron que los 'Fab
Four' pasaran del anonimato a inventar la cultura de masas
Reino Unido. Verano de 1963. Cuando se creía que no podía
ocurrir nada más explosivo que el atraco al tren postal Glasgow-Londres, que ha
pasado a la historia como el “robo del siglo”, o el fatal desenlace del ‘caso
Profumo’, con la dimisión del ministro de Guerra británico, en Fleet Street,
guarida de la prensa, el Daily Mirror acuñaba, parapetado en la canícula
lluviosa, un término que entraría como un obús en la historia de la música:
beatlemanía.
Paul McCartney, John Lennon, George Harrison y Ringo Starr
sacudían los cimientos de un país que despertaba con dificultad de la larga
posguerra. En aquellos días de estío de 1963 propulsarían una carrera que nacía
de la experiencia de sus numerosos viajes a Hamburgo, del peso de sus chupas de
cuero, emblema de la locura skiffle, y de su fuerte dialecto scouse, expresión
del tramo más bajo de las clases desfavorecidas del Liverpool de sus orígenes.
Los Beatles fueron dinamita sin control social ni político
en un momento en el que solo se conocían las acarameladas melodías de Cliff
Richard y Billy Fury. Ni rastro aún de las técnicas masivas de marketing y
publicidad. Tampoco del poder comercial de los jóvenes, relegados a ser una
incómoda transición hacia los rigores de las más férreas convenciones sociales.
“En la adormilada y ordenada Gran Bretaña de mediados del siglo XX, la
beatlemanía parecía lindar con la psicosis”, escribe Philip Norman, autor de
Paul McCartney. La biografía (Malpaso).
Por eso, aquel verano de 1963, las guitarras de John Lennon
y George Harrison, el bajo (modelo violín) de Paul McCartney y la batería de
Ringo Starr, adobados con sus voces, flequillos y sus chaquetas de cuello
redondo, con su simpatía y con su desparpajo, destriparon algo más que una
moda. A partir de entonces, el pop y el rock se convertirían en una forma de
vida. Hasta junio, hicieron tres giras por el Reino Unido –ya con el logotipo
definitivo, con su famosa T alargada– en las que ensombrecieron al mismísimo
Roy Orbison. El ruido y la furia de las multitudes llegó hasta el Parlamento,
ocupado como estaba en sobrevivir a las turbulencias provocadas por la
inevitable dimisión del primer ministro Harold Macmillan.
En las listas de éxitos pulverizaba todos los récords Please
Please Me, primer álbum de estudio publicado en marzo de ese año que daría
fuelle al repertorio de sus comparecencias en directo, en las que ya empezaban
a verse los primeros caramelos Jelly Babies alfombrando los escenarios
(cortesía de sus fans). Entre las perlas de esta entrega de debut, Love Me Do,
Twist and Shout o Ask Me Why.
La cuestión es que el tándem Lennon-McCartney carburaba ya a
pleno rendimiento con el manager Brian Epstein y el productor George Martin
intentando controlar y meter en vereda a cuatro talentos aún sin pulir. Todas
las piezas del motor estaban ya engrasadas en aquel tempestuoso verano de 1963.
La beatlemanía empezaba ser tan británica como el Big Ben, el té de las cinco o
Picadilly Circus. Había que añadir ya, por derecho propio, a cuatro desatados
jóvenes de Liverpool que abrían, con sus instrumentos, un camino ignoto.
Por aquellos días, más convulso aún que los acontecimientos
que rodeaban a los Fab Four sería lo que estaba ocurriendo en el interior de la
formación, lógicamente alterada por el inesperado éxito que les desbordaba ya por
todos los puntos cardinales. Y es que antes de iniciar su tercera gira por el
Reino Unido decidieron tomarse unas vacaciones y digerir lo que estaba
sucediendo. Por casualidad o por inercia eligieron España. Pero no fueron
juntos. Paul McCartney y George Harrison aceptaron la invitación de Klaus
Voormann, amigo de sus seminales días de Hamburgo, para pasar unos días en
Tenerife en la casa de sus padres.
Por aquellos días, más convulso aún que los acontecimientos
que rodeaban a los Fab Four sería lo que estaba ocurriendo en el interior de la
formación, lógicamente alterada por el inesperado éxito que les desbordaba ya
por todos los puntos cardinales. Y es que antes de iniciar su tercera gira por
el Reino Unido decidieron tomarse unas vacaciones y digerir lo que estaba
sucediendo. Por casualidad o por inercia eligieron España. Pero no fueron
juntos. Paul McCartney y George Harrison aceptaron la invitación de Klaus
Voormann, amigo de sus seminales días de Hamburgo, para pasar unos días en
Tenerife en la casa de sus padres.
A su regreso, el ingenio y la franqueza de Paul, el sarcasmo
de John, la sequedad de George y el gancho de Ringo acabarían definitivamente
con la libertad que les había dado su anonimato. Adiós a los tiempos de
aplastar la cara ante los escaparates de guitarras de la londinense Charing
Cross Road, adiós a las compras de botas de tacón cubano en las zapaterías
Anello y Davide y adiós a los momentos en los que se comían con los ojos a las
primeras chicas con las melenas ‘geométricas’ del peluquero Vidal Sassoon.
Tras las giras veraniegas por el Reino Unido, ya en octubre,
testarían la beatlemanía europea en su primera salida al extranjero como grupo
de masas. Fue en Suecia donde comprobaron durante cinco días, de la mano de la
cantante y presentadora Lill-Babs, la dimensión de una gesta que se desató
definitivamente cuando volvieron a pisar el aeropuerto de Heathrow: cientos de
fans, 50 fotógrafos y numerosas cámaras de TV solo para ello
En noviembre confirmaban lo ocurrido en el prodigioso verano
de 1963 con With the Beatles, segunda entrega de estudio donde incluían All My
Loving, Please Mister Postman o I Wanna Be Your Man. Lennon y McCartney
encendían de nuevo su feliz consorcio y George Martin y Brian Epstein competían
ya por el título de “Quinto Beatle”. El reguero del millón de copias empapó
pronto las calles del Reino Unido. Llovía sobre mojado.
Al otro lado del Atlántico, era asesinado en Dallas John
Fitzgerald Kennedy, trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos, donde
llegarían triunfantes el 7 de febrero de 1964. La inocencia de aquel verano de
los Jelly Babies empezaba a ser ya solo un dulce recuerdo.
EMI, la segunda casa
En 1962, a las 18,00 horas del 6 de junio, Los Beatles
entran por primera vez en los estudios de EMI, lugar que llegaría a convertirse
en su segunda casa. situados en el número 3 de Abbey Road, en el barrio de St.
John’s Wood, serán testigos de los temas que integrarán Please Please Me. Según
recogen Jean-Michel Guesdon y Philippe Margotin en Todo sobre los Beatles
(Blume), la grabación costó 400 libras y cada uno de los Fab Four se embolsó
14,10 como músicos de estudio.