En Rosario, tambien esta DIOR.... En tiendas Falabella..... pero como en ARTE PRIVADO...exite la calidez, la seriedad y la educacion.....
La señora Debora (en imagen, junto a alfredo perez) - es digna de felicitaciones... por su didactica de la empresa que representa DIOR.....
Las fragancias tambien forma parte del arte...
Y en Rosario, existe un lugar, que expresan el simbolo DIOR, como en Paris
viernes, 20 de octubre de 2017
martes, 17 de octubre de 2017
Picasso y Lautrec: Cómplices en el exceso
Obra de Picasso: "Jeanne (mujer tumbada)", de la
Exposición Picasso / Lautrec del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza PICASSO
El Museo Thyssen-Bornemisza remata las actividades por su
25º aniversario reuniendo por primera vez en una exposición monográfica a Pablo
Picasso con uno de sus referentes de juventud, Toulouse-Lautrec. Un reencuentro
de complicidad que desborda ironía, sensualidad, un rastro de noches infinitas
y una singular devoción temprana de Picasso que recuperó en la vejez
Toulouse-Lautrec medía metro y medio. Renco no sólo por la
cadera, también por una pata cogida a una enfermedad y a la que sumó dos caídas
de caballo que le afianzaron un destino de cojo universal. Acumulaba un talento
sin fisuras que encontró su espumillón, su dinamita, en los recodos de la
noche: los cabarets, los burdeles, los tabernones, los bajos fondos, los
desahuciados de la normalidad. Venía de una familia con blasón y nació en el
castillo de Albi en 1864. Sus padres eran primos hermanos. Pero a Henri Marie
Raymond de Toulouse-Lautrec-Montfa, conde de cuna, le seducía más el turbión de
los desarrapados que el tul de casa. Y marchó a París.
Allí fue tomando forma de pintor. Un artista de mundo
propio. Un tipo que hizo de su atracción por las cupletistas y las prostitutas
parte del mejor motivo de su obra. Un París que aullaba de noche entre el
escombro de los hombres arrasados y el perfume de las damas tocadas con boas de
marabú. Toulouse-Lautrec, gozne de la pintura moderna, era uno de los
atractivos de aquellas madrugadas tremendas. Apenas se interesó por el paisaje,
como sí hicieron los impresionistas. Él prefería las escenas en movimiento, las
faldas al vuelo, las caras locas, los labios pintados con un exceso de línea y de
desamparo. Según tomaba sitio y forma la pintura del francés, el veinteañero
Picasso iba untándose de todo lo que sucedía. En Barcelona descubrió, en los
cuadros de Ramón Casas, una forma de hacer las cosas que no había visto antes.
Eran aquellos retratos del catalán hechos a la manera de Lautrec al regreso de
un viaje a París. Así que Picasso comenzó a tentar ahí su línea nueva. Era el
fin del siglo XIX (1899) y el arranque del siglo XX (1900). Picasso había visto
también carteles de Toulouse-Lautrec en su primera excursión a París. En los
cartelones encontró algo extraño que le atraía: el movimiento, la luz, las
escenas entre lo grotesco y la sensualidad, las mujeres, los tirados, el
cancán.
Y así, en los años de formación de un joven Picasso ya
incandescente, las maneras de Toulouse-Lautrec fueron el deslumbramiento y una
senda a explorar. El Museo Thyssen-Bornemisza recupera y pone en pie, por vez
primera, esa relación que podría ser un lugar común pero a la que hasta ahora
no se ha dedicado una monografía. La muestra, Picasso/Lautrec, de la que son
comisarios Paloma Alarcó y Francisco Calvo Serraller, abre al público el
próximo martes y el museo remata así su 25º aniversario.
«Picasso descubre a Lautrec al principio de su aventura y
regresa a él al final de su vida», apunta Alarcó. Los primeros síntomas
aparecen en la exposición que en 1900 hace el malagueño en el
café/restaurante/cabaret Els Quatre Gats del Barrio Gótico de Barcelona. Todo
muy camastrón, pero ya estaba en sus dibujos el pulso del conde francés, su
capacidad convulsiva, su extraña nostalgia, su alegría de noches confusas y su
derrota. La libertad del Lautrec dibujante (cartelista y dibujante) es la que
pone a bailar a Picaso alrededor del fuego. «Tenían una genealogía similar. No
sólo de mundos, sino de intereses en pintores raros para su época: El Greco,
Ingres Degas..», apunta la comisaria. Había en los dos una propensión a los
néctares prohibidos, a la fruta de laboratorio. Y demostraban una complicidad
con aquellos que Cocteau llamó «la raza de los acusados». Por lo arbitrario.
En noches más allá de la noche, Lautrec se sentaba en una
mesa del Moulin Rouge, escuchaba canciones de Aristide Bruant (al que retrató
para un cartel mítico), bebía y tenía por costumbre no hablar de más o quedarse
serio. Lo adoraban las prostitutas (en un burdel de la rue d'Ambroise vivió un
año), las retrató con una ternura de calambre expresionista. Era un crápula que
tiraba como con fiebre cada línea. «A Picasso no sólo le fascinaron los
elementos mórbidos y decadentes de la temática de sus obras, sino también su
atrevido lenguaje, su enorme poder de observación y su propensión a la síntesis
y a la caricatura», sostiene Alarcó.De entre todas las amantes de Lautrec fue
Suzanne Valadon quien lo voló más lejos, como a una cometa. Él, a cambio, le
puso el nombre que lleva y difundió sus cuadros entre las gentes de la
madrugada. En la fiesta en que Valadon se presentó ya como artista y con nombre
nuevo, muy regado de ajenjo el respetable, había un tipo sentado al fondo del
local, con mirada de trastorno, pelirrojo y las manos nerviosas: era Vincent
van Gogh y llevaba bajo el sobaco una tela enrollada que no desplegó para
nadie.
En esos mismos años, no pasamos de 1901 (año en que muere
Lautrec), Picasso había vuelto a París. No llegaron a conocerse, aunque había
visto muy de cerca también las cosas de Rusiñol (otro que tomó al conde como
faro a lo lejos). «Encore trop Lautrec! («¡Aún demasiado Lautrec!»). Se lo
decían Max Jacob, Apollinaire y André Salmon cuando el malagueño les enseñaba
algunos papeles en los primeros años del Bateau-Lavoir. «El hecho era
incuestionable: desde su más temprana juventud», explica Paloma Alarcó, «el
español había establecido un fructífero diálogo con el francés y había tomado
prestadas diversas fórmulas suyas para adaptarlas a su propia sintaxis». Y
también algunos temas como la fascinación por el circo, por los arlequines, por
los saltimbanquis, por la soledad de los extraviados.
Del Moulin Rouge al Divan Japonais... De los días echados a perder
a la casa de La Californie, donde una fotografía de Lautrec (firmada por Paul
Sescau) se apoyaba en un feo tapiz de Les demoiselles d'Avignon. De la juventud
a la vejez. Picasso, al final, regresa a sus maestros. Aquel Toulouse-Lautrec
de los ratos de hambre, frío y risas está entre ellos. El que dibujaba a la
mujer con un calor de brasa de hogar frente al deseo carnívoro de Picasso. Son
los años de regreso al erotismo salvaje. A los cuerpos femeninos acentuados. Es
el último codo del camino para el viejo Picasso, que no olvida al raro maestro.
Y se va consumiendo. Y pinta más radical. Y recupera el diálogo de aquella
juventud en que fue principalmente feliz retornando al burdel de su museé
imaginaire. Juntos ahora por primera vez. Como dos extravíos. Sin fatiga y sin
prisa.
lunes, 16 de octubre de 2017
Pilar Abel, condenada a pagar las costas del juicio por la supuesta paternidad de Salvador Dalí
El Juzgado de Primera Instancia nº 11 de Madrid ha
desestimado la demanda de determinación legal de paternidad interpuesta por
Abel. El juez destaca que la demandante "no desistió" del proceso a
pesar del resultado negativo de las pruebas de ADN. Pilar Abel ha anunciado que
recurrirá la sentencia.
El juez ha desestimado la demanda de paternidad de Pilar
Abel para ser reconocida como hija de Salvador Dalí al destacar que las dos
pruebas de ADN determinan sin ningún género de dudas que el artista no es el
padre biológico de la demandante y la condena en costas por
"temeridad". En la sentencia, el titular del Juzgado de Primera
Instancia 11 de Madrid rechaza la demanda de paternidad de Pilar Abel y
absuelve al Ministerio de Hacienda y a la Fundación Gala Dalí, que en la vista
se aferraron a la fiabilidad del "cien por cien" de la prueba
biológica, hecha por duplicado para evitar sospechas de parcialidad. Con todo,
el juez recuerda que la sentencia no es firme y contra la misma cabe interponer
un recurso de apelación en el plazo de veinte días ante la Audiencia Provincial
de Madrid. Y Abel no ha tardado mucho en optar por esta vía y ya ha anunciado
que recurrirá la sentencia.
El juez
considera que las pruebas de ADN presentadas por Pilar Abel no tienen validez
ya que se llevaron a cabo con material de dudoso origen
sábado, 14 de octubre de 2017
Mata Hari, la espía que amaba demasiado
Bailarina, cortesana y espía holandesa a favor de los alemanes durante la gran guerra es condenada sin pruebas concluyentes y fus
ilada en la fortaleza parisina de Vincennes
Portrait de Margaretha Geertruida Zelle, dite Mata Hari
(Mata-Hari, 1876-1917), danseuse et espionne hollandaise. Photographie du debut
du 20eme siecle
“Amo a los militares. Los he amado siempre y prefiero ser la
amante de un oficial pobre que de un banquero rico”, declaró la espía durante
el proceso que la condenó a muerte. Ella era Mata Hari, una mujer única.
Impúdica bailarina exótica, cortesana de talento, que engrosó su cohorte de
amantes con políticos, aristócratas y sobre todo militares. Entre los primeros
se encontraba el senador y periodista catalán, Emili Junoy, director del diario
La Publicitat.
El político trató de impedir que Gretha Zelle viajara de
Madrid a París,donde funcionaba ya una importante red de espionaje. Y cuando la
condenaron a muerte,se dirigió a Clemenceau para suplicar el indulto de la
bailarina. Pero su intercesión fue inútil, Mata Hari tuvo que enfrentarse al
pelotón de fusilamiento.
La orden de ejecución de Margaretha Zelle, también conocida
como Mata Hari, se exhibe en el Museo Fries en Leeuwarden, Holanda
Madrugada del 15 de octubre de 1917, Margaretha (Gretha)
Zelle se despierta en su lóbrega celda de la prisión de Saint-Lazare,
Vincennes, en las afueras de París. Orgullosa de su belleza, que conserva pese
a su edad, cuenta ya 41 años, se ha maquillado. Viste sus mejores galas: traje
de dos piezas, blusa escotada y medias. Con sobria elegancia, enfunda sus manos
en unos guantes de cabritilla y se cubre con un abrigo azul a modo de capa.
Uno de sus últimos arranques de coquetería le lleva a cubrir
su larga cabellera antaño oscura y lustrosa, cubierta ahora por las canas, con
un sombrero de tres picos. Pocas horas después, a las 5.30 de la mañana,
Margaretha se encuentra sola. Es la hora de morir. Frente al pelotón de
fusilamiento, con gran dignidad, se niega a ser atada al poste y rechaza el
ofrecimiento de vendar sus ojos. Mira al frente y lanza un beso al sacerdote
que la atendió en sus últimas horas y otro a su abogado, uno de sus ex amantes.
Amanece cuando los fusiles descargan una ráfaga sobre ella.
Una de las balas alcanza su corazón, provocando su muerte instantánea. No
obstante, el oficial al cargo se acerca y dispara una bala en su cabeza, el
tiro de gracia. El cuerpo de la que fuere una de las mujeres más sexys y
famosas de la época yace sobre el barro.
Nadie reclama el cadáver. Ningún familiar, amigo o amante,
se pronunció en su favor tras su fusilamiento. Margarethe emprendió aquel día
su último viaje, su último destino: la facultad de medicina. Allí se le amputa
la cabeza que es enviada al Museo de Anatomía de París de donde es robada años
después, se dice, por un admirador. La gran Mata-Hari había muerto, nacía la
leyenda.
Margarete Geertruida Zelle (1876 - 1917) más conocida como
Mata Hari. Retrato de la que fuere famosa bailarina de striptease,
especializada en la ejecución de la danza de los siete velos. (Gettyimages)
Hija de un sombrerero holandés, que tras perder
prematuramente a su esposa, había volcado toda su atención en su benjamina en
detrimento de sus otros tres hijos varones, Margaretha tuvo una infancia tan
feliz como inadecuada. Egocéntrica y soberbia, Margaretha poseía una exótica
belleza, herencia de su madre, de ascendencia asiática. A muy temprana edad
tomó conciencia de la misma y del poder que podía reportarle. A los 16 años, no
sabemos si accidental o consentidamente, se hizo amante del director del centro
en el que estudiaba. El escándalo, mayúsculo, provocó su expulsión.
Tan solo tres años después, asfixiada por su entorno
familiar y la encorsetada sociedad holandesa, la joven decidió contraer
matrimonio. A través de un anuncio matrimonial publicado en la prensa, contactó
con el capitán Rudolf Mac Leod, un apuesto aunque talludo militar, treinta años
mayor.
Margarethe y Rudolf p osan , el día de su enlace
Su primera cita fue un auténtico coup de foudre. El sensual
magnetismo de Margaretha conquistó al oficial, al tiempo que ella sucumbió ante
el atractivo del uniformado. Margareht, siempre había confesado su debilidad
por los militares. Pero el matrimonio es un fracaso, Rudolf resulta ser un
intransigente esposo, bebedor, mujeriego y derrochador. Además como
consecuencia de sus correrías, padece la sífilis.
La pareja se traslada a una de las colonias holandesas en
Indonesia. Como esposa de un militar Margarethe debe acatar órdenes, pero como
confesaría más tarde, nunca había tenido vocación de ama de casa por lo que
había optado por buscar consuelo fuera del hogar. Pese a ello concibió dos
hijos. Todo se complicó cuando el primogénito, Norman, falleció en extrañas
circunstancias. La hija menor sobrevivió pero Rudolf, alerta, aprovechó para
atacar a su esposa acusándola de abandono de sus responsabilidades conyugales.
Rudolf convence a su esposa para volver a Holanda. Allí el
matrimonio se separa. Corre 1902. Margaretha queda bajo la custodia de su padre
que acusa a su esposa de conducta licenciosa y llega a publicar anuncios en la
prensa en los que publica que va a dejar de hacerse cargo de sus
responsabilidades entre las que se halla implicada su manutención, condenando a
Margaretha a la miseria.
Margaretha se dirige a París, cuenta 26 años. Allí prueba
fortuna como modelo y actriz sin éxito, hasta que su natural inclinación
exhibicionista aflora y decide, en un alarde de ingenio, centrarse en la danza.
Su talento es dudoso pero su inusitado impudor y su gran intuición le conducen
a la fama. Evocando los bailes de iniciación de las vírgenes javanesas, emula
sus pasos.
Convertida en Mata Hari, ‘ojo del amanecer’, decide sacar
provecho de su agraciado físico. Solo sus pequeños senos se ocultan al público,
cubiertos por dos conchas metálicas. El resto de su cuerpo se envuelve
únicamente por transparentes velos. El erotismo que desprende es abrumador. Ella
es la más sexy, descarada y atrevida, puro erotismo.
La encorsetada y reprimida sociedad europea sujeta a los
convencionalismos de la época, recibe con los brazos abiertos a la artista. Su
habilidad para transformar lo que no era sino un simple striptease en una danza
pseudorreligiosa la encumbran. Pero el tiempo no pasa en balde y ‘Mata’ va
marchitándose, a la par que sus imitadoras surgen por doquier.
La habilidad de Mata Hari para transformar lo que no era
sino un simple striptease en una danza pseudorreligiosa la encumbran
‘Mata’ ha sentado cátedra y cuenta con numerosos amantes,
aristócratas, militares, corredores de bolsa y hasta destacados políticos
desfilan por su lecho. Entre ellos, el esposo de un antiguo amante que
publicaría una biografía en la que desvelaría no pocos secretos.
Su vida se complica cuando estalla la I Guerra
Mundial. En mayo de 1914 consigue un contrato para bailar en el Metrópoli berlinés.
Pero la situación política no le permite mantenerse al margen.
Alemania y Francia se disputan sus favores como informadora.
Su condición de artista facilita la posibilidad de actuar como espía.
Inconsciente, acaba involucrada en una de las redes de
espionaje de la contienda. Alemania en primer lugar y Francia, después, la
incorporan en sus filas. Pero Le Deuxième Bureau –el servicio de información
del ejército francés– le tiende una trampa. Francia precisa de culpables, y el
13 de febrero es detenida en París, acusada de espionaje a favor de Alemania.
Condenada a muerte, aún hoy su infortunado destino es cuestionado.
Emilio Junoy, un senador catalán al que había conocido un
año antes, también en España, sabedor de la suerte que le depara el destino le
propone huir junto a él a Barcelona. ‘Hoy me marcho, ¿viene usted?. ‘Mata’ sin
dilación responde: ‘Estoy esperando un telegrama de París; según lo que me
diga, iré o no iré con usted’.
Dos horas más tarde recibe el esperado telegrama instándole
a que saliese con presteza para París. Y eso hizo. Mata Hari tenía ya el pasaje
para el barco que zarpaba de Vigo el 2 de febrero de 1917, pero cambió de idea
y tomaría un avión. Para entonces, ya estaba fijado el día de su detención: el
13 de ese mismo mes. El pelotón de fusilamiento dio buena cuenta de ella al día
siguiente.
Emilio Junoy, un senador catalán, le propuso huir junto a él
a Barcelona
Fue Margaretha una víctima propiciatoria, cabeza de turco de
la contienda?
Toda guerra precisa de combatientes, culpables y mártires.
¿Cortesana, espía, o simplemente víctima de un complot
bélico?
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