domingo, 25 de septiembre de 2016

Antinoo, el amante del emperador Adriano, recupera su rostro en Roma



El Museo Altemps exhibe dos fragmentos de mármol de Carrara que una vez estuvieron juntos: el busto con una cara añadida después de la fractura de la pieza y la cara original
Murió en el Nilo y fue amante de un emperador, se le adoró como un dios, su fama perduró, su figura fue un canon de belleza y ahora Roma recupera su rostro con la recomposición de un busto, el de Antinoo, que estaba partido en dos.
Como en las buenas historias de misterios arqueológicos, en la que ahora se cuenta en la capital italiana hay un egiptólogo, un anticuario, un par de museos, algunos documentos y la aportación decisiva de la tecnología moderna.
El Museo Altemps de Roma exhibe próximos el uno al otro dos fragmentos de mármol de Carrara que una vez estuvieron juntos: el busto de un joven con una cara añadida después de la fractura de la pieza y el rostro original, la cara de Antinoo.
¿Cómo empezó todo?
Aunque este es en realidad el final de una historia que comenzó en 2005, cuando el egiptólogo William Raymond Johnson, de la Universidad de Chicago y con una larga carrera arqueológica en Luxor, visitaba el museo romano y analizaba un busto que le dio que pensar.
Algo había en ese rostro del joven esclavo (nacido aproximadamente en el 110 en Bitinia, actual Turquía) incorporado al busto que no le encajaba a Johnson, que sabía también del mármol conservado desde 1922 en el Art Institute de Chicago.
Él sabía que estaba aquí, había venido a ver el Antinoo y cuando se encuentra delante de nuestro busto (...) percibe una posible correspondencia de la cabeza-retrato que está en Chicago con nuestro busto que presenta un rostro restaurado», explica Alessandra Capodiferro, directora del Altemps.
«El caso es que llama a sus colegas de Chicago y dice: pienso que existe una posibilidad de que el rostro expuesto en Chicago pertenezca al busto expuesto en el Altemps», recuerda Capodiferro.
«La responsable del departamento de antigüedades y arte bizantino del Art Institute de Chicago pide intervenir inmediatamente y viene de visita al museo con una reproducción en resina de la pieza de Chicago y aquí comenzamos a acercarla al busto», continúa la también comisaria de la exposición romana.
El elemento distintivo
«De pronto nos entusiasmamos», cuenta Capodiferro al recordar cómo comprobaron que los rizos del cabello del busto de Antinoo correspondían con los del fragmento conservado en la ciudad estadounidense.

Esos cabellos rizados -un elemento distintivo en la iconografía de Antinoo- sirvieron de punto de partida para elaborar un modelo en 3D que permitió «unir» en una reproducción las dos piezas que, por fin aunque no en el mármol original, pudieron recomponerse.
«Los rasgos respecto al canon de la representación de Antinoo son reconocibles, es decir, el peinado, pero también los labios, los ojos, ese rostro un poco con esa expresión turbada», afirma Capodiferro.
Que la cara de Antinoo acabara en un museo de Chicago es el resultado de la venta, perfectamente legal, de la pieza a Charles Lawrence Hutchinson, primer presidente del Art Institute de esa ciudad, que en Roma lo adquiere en 1898 al anticuario Attilio Simonetti.
Investigación arqueológica
«Desde un punto de vista de la investigación arqueológica este caso ilustra un aspecto de la historia del coleccionismo porque esta pieza al final del siglo XIX estaba disponible para la venta en el mercado anticuario», destaca la directora del Museo Altemps.
Ya en 1756 se tiene constancia de la existencia del busto con una cara restaurada porque el arqueólogo e historiador alemán Johann Joachim Winckelmann lo incluye en la relación de obras que encuentra en la romana Villa Ludovisi.
Las obras de la colección Boncompagni Ludovisi -incluido ese busto- pasan a formar parte del Estado italiano en 1901 (y desde 1997 se exponen en el Altemps), pero la cara de Antinoo viaja al otro lado del Atlántico y desde 1922 está en la colección del Art Institute de Chicago.

Un musicólogo español descubre la primera sonata de Vivaldi en una biblioteca



El hallazgo arroja luz sobre los años del genio italiano como estudiante, antes de que se hiciera mundialmente conocido
El violinista y musicólogo español afincado en Holanda, Javier Lupiáñez, ha descubierto la primera obra conocida de Antonio Vivaldi en una biblioteca de la ciudad alemana de Dresde. Este hallazgo arroja luz sobre los años del genio italiano como estudiante antes de que se hiciera mundialmente conocido.
Todo comenzó en 2014, cuando Lupiáñez preparaba un programa para su grupo basado en piezas sin autor conocido: "Me puse a leer obras del archivo de Dresde, que está digitalizado. Pudimos leer como 72 sonatas anónimas", ha explicado. En una clase con su profesor, ambos discutieron la posibilidad de que una de las obras fuera de Antonio Vivaldi.
El musicólogo español decidió en ese momento cambiar la tesis de su máster, que preparaba en el Conservatorio de La Haya, en Holanda. Se puso como objetivo investigar si esa sonata y otra del mismo archivo habían sido escritas por el compositor italiano. "Teníamos que comprobar la fuente en sí. La partitura tiene una marca de agua que, si se pone a trasluz, se ve quién es el fabricante y de dónde viene el papel", indica Lupiáñez.


La obra RV 820 venía de la ciudad alemana de Ansbach, donde vivió uno de los profesores de Vivaldi, Giuseppe Torelli. Vivaldi compuso esta obra aproximadamente en el año 1700 -por lo que se trata de su primera pieza conocida-, una época en la que aún era estudiante y tenía unos 23 años. La transcripción de la partitura que se conserva en Dresde fue hecha por un chico del coro de Ansbach, Johann Georg Pisendel, quien casualmente se convirtió en alumno del propio Vivaldi años después.
Según Lupiáñez, en esa época los compositores Giuseppe Torelli y Arcangelo Corelli ejercían una fuerte influencia en las obras de Vivaldi, "sobre todo en la organización de las ideas y en la línea melódica". No obstante, el genio italiano ya dejaba entrever "destellos, cosas sutiles" de lo que terminaría siendo su estilo, a pesar de que la tendencia de la época marcaba que los instrumentos debían imitar la voz de los cantantes. "Sin embargo, Vivaldi se mueve hacia un tipo de música más instrumental", explica Lupiáñez.
La técnica escrita para los instrumentos sugiere otros indicios de astucia. "Uno de los solos de violín tiene una articulación especial y unas ligaduras muy difíciles, algo que Corelli no habría hecho nunca", apunta Lupiáñez, quien añade que "años después Vivaldi será famoso por una articulación muy rica". La otra pieza descubierta por el musicólogo español, la RV 205/2, fue compuesta alrededor de 1717 y no tiene nada que ver con la RV 820.
"Muchos teóricos defienden que a principios de siglo XVIII hubo un cambio de estilo radical y esta sonata es un ejemplo. Se ven características del siglo XVII, pero al mismo tiempo hay cosas nuevas", indica Lupiáñez, que cita como ejemplo la originalidad del bajo continuo, la articulación y la ornamentación de la sonata.



martes, 20 de septiembre de 2016

Escultura de vivian magis

Obra de Vivian Magis - el charlie garcia

El formato del programa de alfredo perez


VOLUNTAD DE PREVALECER




Una ‘cápsula del tiempo’ nazi, desenterrada 80 años después de ser ocultada
Hallada en Polonia una caja que contenía dos volúmenes del manifiesto de Hitler ‘Mein Kampf ’ y periódicos de 1934+
Atrapada en el tiempo, inalterable, a la espera de que alguien la encontrara. Así estaba la especie de cápsula del tiempo nazi que un grupo de arqueólogos ha encontrado en la ciudad polaca de Złocieniec 82 años después de que fuera ocultada.
Dentro del tubo de cobre hallado había periódicos locales con fechas del 21 y 22 de abril de 1934 que hablaban de la inauguración del instituto Krossinsee, erigido antes de la Segunda Guerra Mundial justo en el lugar donde se encontró el curioso cilindro. También había una invitación a la apertura del instituto -una acreditación nazi- y un programa con las celebraciones que se llevarían a cabo en la ciudad de Falkenburg, hoy llamada Złocieniec, ubicada en el noroeste de Polonia.
La cápsula también contenía fotografías de Adolf Hitler, dos volúmenes de su manifiesto nazi Mein Kampf (Mi lucha), monedas y fotografías de la ciudad. Un folleto publicado con ocasión del 600 aniversario de Falkenburg y un cuaderno ilustrado que incluía información de la citada ciudad eran otros de los documentos que contenía la cápsula.

“Fue muy emocionante dar por fin con el lugar donde estaba escondida”, explicó a la BBC la arqueóloga Alicja Witowiak, quien participó en el descubrimiento. Witowiak relató que se había iniciado una primera búsqueda hacía muchos años, en la década de los 70, por parte de soldados de la Unión Soviética que ocupaban la construcción, un antiguo campo de entrenamiento nazi. Pero la búsqueda fue infructuosa. ”Hicimos una investigación documental exhaustiva para ubicar el sitio preciso”, señaló la investigadora.
Qué perseguían los nazis enterrando la ‘cápsula’

La arqueóloga Alicja Witowiak cree que el objetivo de los nazis ocultando el cilindro con el comentado contenido era capturar, de alguna manera, el tiempo en que la ideología nazi empezaba a ponerse en práctica.

La ciudad de Zlocieniec formó parte de Alemania hasta 1945, cuando las tropas de Hitler fueron derrotadas por los Aliados.

lunes, 19 de septiembre de 2016

UNA LEYENDA DE LA MÚSICA



Michel Legrand: “Antes de morir quiero haberlo probado todo”



El compositor y autor de bandas sonoras de películas como “Verano del 42”, “Yentl” o “Los paraguas de Cherburgo”actuará por primera vez en Barcelona a los 84 años en el Festival de
A sus 84 años, la actividad que despliega Michel Legrand es literalmente asombrosa. Además de ser un polifacético y exitoso creador de músicas de variado perfil (sinfónica, clásica, jazz, “chanson”, ópera, pop y, sobre todo, de películas), su hiperactividad le ha llevado a lo largo de su existencia a no estar ningún momento parado. Autor de unas 200 bandas sonoras de películas, ganador de tres Oscar en ese apartado (por el tema principal de “El caso Thomas Crown” que dirigió Norman Jewison, por la música de “Verano del 42” y por la mejor banda sonora adaptada de “Yentl”), director de cine, muy involucrado en la “nouvelle vague”, Legrand posee una amplísima carrera como compositor, arreglista e intérprete de jazz, género en el que ha trabajado con numerosas glorias (Miles Davis, Coltrane, Bill Evans, Ella Fitzgerald); ha ejercido de acompañante, compositor y director musical de estrellas de otros ámbitos (Maurice Chevalier, Henri Salvador, Charles Aznavour, Frank Sinatra, Jessye Norman, Barbra Streisand), y durante años también ha sido cantante de su propia música. Entre otras cosas.
También de asombroso se puede calificar el hecho de que jamás haya actuado en Barcelona, hecho que la próxima edición del Voll-Damm Festival de Jazz de Barcelona subsanará el 11 de noviembre (Palau de la Música). Una velada que se enmarca en la gira internacional de 85 conciertos con la que celebrará precisamente sus 85 años de existencia, que siguen guiados por lo que le dicta una apretadísima agenda de actividades. En su hermosa residencia ubicada en Montargis, a hora y media de París, un petit château donde reside, trabaja y procura no tener tiempos muertos, Legrand recibe a La Vanguardia.
-Es sorprendente que no haya actuado nunca en Barcelona, ¿no?
No, nunca estuve por trabajo en la ciudad, pero tuve durante diez años una casa en Empuriabrava, y un barco. Muy agradable. De hecho, creo que en España sólo actué en Madrid, en su Festival de Cine, con Claude Lelouch. Pero estoy muy contento de hacerlo, créame. En el concierto de Barcelona vendré en formato de trío y solo tocaremos mis obras, cosas para el cine, piezas de jazz que escribí para Ray Charles, Stan Getz o Miles Davis.
-Con Davis, y también con John Coltrane y Bill Evans trabajó cuando usted solo tenía 26 años en el disco “Legrand jazz”. ¿Cómo recuerda aquellos ¬tiempos?
Fue mi primer disco americano. En 1954 había grabado con la Columbia en París un álbum de orquestaciones de “standards” titulado “I love Paris” y fue un tremendo éxito, se vendieron ocho millones de copias. Aunque no vi nada de “royalties”, aquello me sirvió de trampolín, porque en aquel entonces estaba trabajando con Maurice Chevalier en Nueva York y me llamaron los de la Columbia para decirme, creo que como compensación, que hiciera el disco que quisiera con los músicos que me apeteciera. Y decidí contar con lo mejor de lo mejor, Miles Davis, Herbie Mann, Coltrane, Paul Chambers, Bill Evans...
¿Cómo fue su primer contacto con Davis?
No nos conocíamos; me invitó a su casa. Toqué un poco las orquestaciones que había preparado. Ya me habían advertido mis amigos músicos de Nueva York que ‘Miles es un tipo muy especial’ y yo ya venía preparado. Llegó un cuarto de hora después de haber comenzado la prueba de sonido, entró y escuchó. Yo tenía 23 años y estaba bastante nervioso. Escuchó, le gustó, se sentó y empezó a tocar. Desde el primer tema vino y me preguntó si le gustaba cómo tocaba mi música. Fue un momento muy especial de felicidad.
-Su relación con él se prolongó en el tiempo.
Sí. Seguimos siendo amigos. Aquel disco con Miles Davis apareció en 1958 y fue mi primer disco de jazz, y mi último disco de jazz fue “Dingo”, la banda sonora de una película australiana de igual título… con Miles Davis.
-¿Cómo le definiría?
Es difícil resumirlo, pero era un genio, con mucha imaginación. Cuando componía para él imaginaba 300 variantes sobre cómo podía tocar Miles un trozo concreto, y él siempre me sorprendía haciéndolo de manera inesperada.
-¿Cuál era el Miles Davis que más le gustaba?
Todo, todo lo que hacía, aunque en mi opinión su mejor época fue cuando trabajó con Bill Evans, es decir, “Sketches of Spain”, “Porgy and Bess”…
-Uno de los filmes que más fama le dieron aquellos tiempos fue “Los paraguas de Cherburgo”.
Había hecho la música a comienzos de los sesenta de “Lola” de Jacques Demy, y un día años más tarde me vuelve a llamar para decirme que ha escrito un guión, que lo quiere rodar en blanco y negro como “Lola”. Me envía el guión y lo leo tres veces, lo había titulado “La fidelidad o los paraguas de Cherburgo”. Llamo a Jacques y le digo, “esto es un musical”, y él dice que es en blanco y negro, que es una película seria. Un día voy a verle, le toco la melodía y me dice que es formidable, que era un estilo musical nuevo. Jacques decide reescribir la película, y lo hace en un mes. Pero buscamos dinero para financiarla y no encontramos a nadie que quisiera apostar por el proyecto. Llamamos a una persona muy involucrada en la prensa cinematográfica, y consiguió financiación de una amiga. La película se hizo precariamente, Catherine Deneuve no cobró nada... pero nadie la quiso distribuir. Nuestro amigo apretó a los distribuidores más importantes que había en París y se acabó estrenando. Tenía que haber estado en cartel tres semanas y acabó estándolo nueve meses.
-¿Usted ha escrito muchas bandas sonoras con la película ya rodada?

Muchas veces; he hecho la música para casi 250 películas y ha habido infinidad de circunstancias diferentes. Aunque pocas como “El caso Thomas Crown”. Fue la primera producción norteamericana que hice; hacía un par de años que me había instalado en Los Ángeles, y con la ayuda de Quincy Jones y Henri Mancini comencé a contactar en los estudios. Me llaman para que vea la película ya rodada de “El caso de Thomas Crown”, y me meto en la sala de visión de la que no salgo hasta cinco horas después. Resultaba que el director Norman Jewison y su equipo no sabían cómo montarla. Me vino una inspiración y les dije que se fueran de vacaciones, que yo me iría a casa, que no volvería a ver la película y que grabaría una hora y media de música, y si estáis de acuerdo la ajustamos. Y eso es lo que ocurrió: toda la película se montó a partir de la música, algo que nunca se había hecho hasta entonces.
-¿En alguna faceta profesional se encuentra usted especialmente a gusto?
Cuando acabé el conservatorio no sabía si quería ser compositor clásico o de películas, pianista clásico o de jazz. No quise elegir, y por eso me he pasado toda mi vida haciendo de todo porque nunca he querido elegir. Comencé siendo orquestador en los cincuenta, y al cabo de diez años no pude más. Y en eso llegó la “nouvelle vague”, y trabajé con todos, Demy (con quien colaboraría en “Las señoritas de Rochefort”), Godard, Chabrol, Varda, Resnais. Pero llegó un momento en que tampoco pude más, porque, vamos a ver, los que hacían la “nouvelle vague” eran amigos míos la mayoría, eran como mi familia, pero al fin y al cabo lo que hacían no era muy interesante. Y me fui a Estados Unidos para probar en el cine americano. Mis amigos de la “nouvelle vague” me dijeron que si estaba loco. Había descubierto el jazz en 1947 al ir a un concierto de Dizzy Gillespie, y entonces sentí que era el momento de zambullirme en él. Y así sucesivamente. Si hago una cosa demasiado tiempo, ya no me interesa. Y he tenido la inmensa fortuna, de que siempre he hecho lo que me ha dado la gana, nunca hice nada que no quisiera hacer.
¿No está cansado a sus casi ochenta y cinco años?
Si no trabajara, no sabría qué hacer en este jodido planeta. Antes de morir quiero haberlo probado todo, con o sin éxito, sólo para saber cuál es mi capacidad, hasta dónde puedo llegar: acabo de hacer música para una obra de ballet de dos horas y media, la semana que viene grabo una pieza con orquesta sinfónica, voy a escribir una ópera sobre el affaire Dreyfuss y estoy preparando otra con el cineasta Jean-Jacques Annaud, y acabo de hacer un disco con la cantante Nathalie Dessay, con la que colaboro en los últimos tiempos. Un disco de canciones sobre el ciclo vital de la mujer que hace cuarenta años Barbra Streisand bloqueó porque no quiso interpretar dos de las canciones compuestas por mí.