martes, 20 de septiembre de 2016
VOLUNTAD DE PREVALECER
Una ‘cápsula del tiempo’ nazi, desenterrada 80 años después
de ser ocultada
Hallada en Polonia una caja que contenía dos volúmenes del
manifiesto de Hitler ‘Mein Kampf ’ y periódicos de 1934+
Atrapada en el tiempo, inalterable, a la espera de que
alguien la encontrara. Así estaba la especie de cápsula del tiempo nazi que un
grupo de arqueólogos ha encontrado en la ciudad polaca de Złocieniec 82 años
después de que fuera ocultada.
Dentro del tubo de cobre hallado había periódicos locales
con fechas del 21 y 22 de abril de 1934 que hablaban de la inauguración del
instituto Krossinsee, erigido antes de la Segunda Guerra Mundial justo en el
lugar donde se encontró el curioso cilindro. También había una invitación a la
apertura del instituto -una acreditación nazi- y un programa con las
celebraciones que se llevarían a cabo en la ciudad de Falkenburg, hoy llamada
Złocieniec, ubicada en el noroeste de Polonia.
La cápsula también contenía fotografías de Adolf Hitler, dos
volúmenes de su manifiesto nazi Mein Kampf (Mi lucha), monedas y fotografías de
la ciudad. Un folleto publicado con ocasión del 600 aniversario de Falkenburg y
un cuaderno ilustrado que incluía información de la citada ciudad eran otros de
los documentos que contenía la cápsula.
“Fue muy emocionante dar por fin con el lugar donde estaba
escondida”, explicó a la BBC la arqueóloga Alicja Witowiak, quien participó en
el descubrimiento. Witowiak relató que se había iniciado una primera búsqueda
hacía muchos años, en la década de los 70, por parte de soldados de la Unión
Soviética que ocupaban la construcción, un antiguo campo de entrenamiento nazi.
Pero la búsqueda fue infructuosa. ”Hicimos una investigación documental
exhaustiva para ubicar el sitio preciso”, señaló la investigadora.
Qué perseguían los nazis enterrando la ‘cápsula’
La arqueóloga Alicja Witowiak cree que el objetivo de los
nazis ocultando el cilindro con el comentado contenido era capturar, de alguna
manera, el tiempo en que la ideología nazi empezaba a ponerse en práctica.
La ciudad de Zlocieniec formó parte de Alemania hasta 1945,
cuando las tropas de Hitler fueron derrotadas por los Aliados.
lunes, 19 de septiembre de 2016
UNA LEYENDA DE LA MÚSICA
Michel Legrand: “Antes de morir quiero haberlo probado todo”
El compositor y autor de bandas sonoras de películas como
“Verano del 42”, “Yentl” o “Los paraguas de Cherburgo”actuará por primera vez
en Barcelona a los 84 años en el Festival de
A sus 84 años, la actividad que despliega Michel Legrand es
literalmente asombrosa. Además de ser un polifacético y exitoso creador de
músicas de variado perfil (sinfónica, clásica, jazz, “chanson”, ópera, pop y,
sobre todo, de películas), su hiperactividad le ha llevado a lo largo de su
existencia a no estar ningún momento parado. Autor de unas 200 bandas sonoras
de películas, ganador de tres Oscar en ese apartado (por el tema principal de
“El caso Thomas Crown” que dirigió Norman Jewison, por la música de “Verano del
42” y por la mejor banda sonora adaptada de “Yentl”), director de cine, muy
involucrado en la “nouvelle vague”, Legrand posee una amplísima carrera como
compositor, arreglista e intérprete de jazz, género en el que ha trabajado con
numerosas glorias (Miles Davis, Coltrane, Bill Evans, Ella Fitzgerald); ha
ejercido de acompañante, compositor y director musical de estrellas de otros
ámbitos (Maurice Chevalier, Henri Salvador, Charles Aznavour, Frank Sinatra,
Jessye Norman, Barbra Streisand), y durante años también ha sido cantante de su
propia música. Entre otras cosas.
También de asombroso se puede calificar el hecho de que
jamás haya actuado en Barcelona, hecho que la próxima edición del Voll-Damm
Festival de Jazz de Barcelona subsanará el 11 de noviembre (Palau de la
Música). Una velada que se enmarca en la gira internacional de 85 conciertos
con la que celebrará precisamente sus 85 años de existencia, que siguen guiados
por lo que le dicta una apretadísima agenda de actividades. En su hermosa
residencia ubicada en Montargis, a hora y media de París, un petit château
donde reside, trabaja y procura no tener tiempos muertos, Legrand recibe a La
Vanguardia.
-Es sorprendente que no haya actuado nunca en Barcelona,
¿no?
No, nunca estuve por trabajo en la ciudad, pero tuve durante
diez años una casa en Empuriabrava, y un barco. Muy agradable. De hecho, creo
que en España sólo actué en Madrid, en su Festival de Cine, con Claude Lelouch.
Pero estoy muy contento de hacerlo, créame. En el concierto de Barcelona vendré
en formato de trío y solo tocaremos mis obras, cosas para el cine, piezas de
jazz que escribí para Ray Charles, Stan Getz o Miles Davis.
-Con Davis, y también con John Coltrane y Bill Evans trabajó
cuando usted solo tenía 26 años en el disco “Legrand jazz”. ¿Cómo recuerda
aquellos ¬tiempos?
Fue mi primer disco americano. En 1954 había grabado con la
Columbia en París un álbum de orquestaciones de “standards” titulado “I love
Paris” y fue un tremendo éxito, se vendieron ocho millones de copias. Aunque no
vi nada de “royalties”, aquello me sirvió de trampolín, porque en aquel
entonces estaba trabajando con Maurice Chevalier en Nueva York y me llamaron
los de la Columbia para decirme, creo que como compensación, que hiciera el
disco que quisiera con los músicos que me apeteciera. Y decidí contar con lo
mejor de lo mejor, Miles Davis, Herbie Mann, Coltrane, Paul Chambers, Bill
Evans...
¿Cómo fue su primer contacto con Davis?
No nos conocíamos; me invitó a su casa. Toqué un poco las
orquestaciones que había preparado. Ya me habían advertido mis amigos músicos
de Nueva York que ‘Miles es un tipo muy especial’ y yo ya venía preparado.
Llegó un cuarto de hora después de haber comenzado la prueba de sonido, entró y
escuchó. Yo tenía 23 años y estaba bastante nervioso. Escuchó, le gustó, se
sentó y empezó a tocar. Desde el primer tema vino y me preguntó si le gustaba
cómo tocaba mi música. Fue un momento muy especial de felicidad.
-Su relación con él se prolongó en el tiempo.
Sí. Seguimos siendo amigos. Aquel disco con Miles Davis
apareció en 1958 y fue mi primer disco de jazz, y mi último disco de jazz fue
“Dingo”, la banda sonora de una película australiana de igual título… con Miles
Davis.
-¿Cómo le definiría?
Es difícil resumirlo, pero era un genio, con mucha
imaginación. Cuando componía para él imaginaba 300 variantes sobre cómo podía
tocar Miles un trozo concreto, y él siempre me sorprendía haciéndolo de manera
inesperada.
-¿Cuál era el Miles Davis que más le gustaba?
Todo, todo lo que hacía, aunque en mi opinión su mejor época
fue cuando trabajó con Bill Evans, es decir, “Sketches of Spain”, “Porgy and
Bess”…
-Uno de los filmes que más fama le dieron aquellos tiempos
fue “Los paraguas de Cherburgo”.
Había hecho la música a comienzos de los sesenta de “Lola”
de Jacques Demy, y un día años más tarde me vuelve a llamar para decirme que ha
escrito un guión, que lo quiere rodar en blanco y negro como “Lola”. Me envía
el guión y lo leo tres veces, lo había titulado “La fidelidad o los paraguas de
Cherburgo”. Llamo a Jacques y le digo, “esto es un musical”, y él dice que es
en blanco y negro, que es una película seria. Un día voy a verle, le toco la
melodía y me dice que es formidable, que era un estilo musical nuevo. Jacques
decide reescribir la película, y lo hace en un mes. Pero buscamos dinero para
financiarla y no encontramos a nadie que quisiera apostar por el proyecto.
Llamamos a una persona muy involucrada en la prensa cinematográfica, y consiguió
financiación de una amiga. La película se hizo precariamente, Catherine Deneuve
no cobró nada... pero nadie la quiso distribuir. Nuestro amigo apretó a los
distribuidores más importantes que había en París y se acabó estrenando. Tenía
que haber estado en cartel tres semanas y acabó estándolo nueve meses.
-¿Usted ha escrito muchas bandas sonoras con la película ya
rodada?
Muchas veces; he hecho la música para casi 250 películas y
ha habido infinidad de circunstancias diferentes. Aunque pocas como “El caso
Thomas Crown”. Fue la primera producción norteamericana que hice; hacía un par
de años que me había instalado en Los Ángeles, y con la ayuda de Quincy Jones y
Henri Mancini comencé a contactar en los estudios. Me llaman para que vea la
película ya rodada de “El caso de Thomas Crown”, y me meto en la sala de visión
de la que no salgo hasta cinco horas después. Resultaba que el director Norman
Jewison y su equipo no sabían cómo montarla. Me vino una inspiración y les dije
que se fueran de vacaciones, que yo me iría a casa, que no volvería a ver la
película y que grabaría una hora y media de música, y si estáis de acuerdo la
ajustamos. Y eso es lo que ocurrió: toda la película se montó a partir de la
música, algo que nunca se había hecho hasta entonces.
-¿En alguna faceta profesional se encuentra usted
especialmente a gusto?
Cuando acabé el conservatorio no sabía si quería ser
compositor clásico o de películas, pianista clásico o de jazz. No quise elegir,
y por eso me he pasado toda mi vida haciendo de todo porque nunca he querido
elegir. Comencé siendo orquestador en los cincuenta, y al cabo de diez años no
pude más. Y en eso llegó la “nouvelle vague”, y trabajé con todos, Demy (con
quien colaboraría en “Las señoritas de Rochefort”), Godard, Chabrol, Varda, Resnais.
Pero llegó un momento en que tampoco pude más, porque, vamos a ver, los que
hacían la “nouvelle vague” eran amigos míos la mayoría, eran como mi familia,
pero al fin y al cabo lo que hacían no era muy interesante. Y me fui a Estados
Unidos para probar en el cine americano. Mis amigos de la “nouvelle vague” me
dijeron que si estaba loco. Había descubierto el jazz en 1947 al ir a un
concierto de Dizzy Gillespie, y entonces sentí que era el momento de
zambullirme en él. Y así sucesivamente. Si hago una cosa demasiado tiempo, ya
no me interesa. Y he tenido la inmensa fortuna, de que siempre he hecho lo que
me ha dado la gana, nunca hice nada que no quisiera hacer.
¿No está cansado a sus casi ochenta y cinco años?
Si no trabajara, no sabría qué hacer en este jodido planeta.
Antes de morir quiero haberlo probado todo, con o sin éxito, sólo para saber
cuál es mi capacidad, hasta dónde puedo llegar: acabo de hacer música para una
obra de ballet de dos horas y media, la semana que viene grabo una pieza con orquesta
sinfónica, voy a escribir una ópera sobre el affaire Dreyfuss y estoy
preparando otra con el cineasta Jean-Jacques Annaud, y acabo de hacer un disco
con la cantante Nathalie Dessay, con la que colaboro en los últimos tiempos. Un
disco de canciones sobre el ciclo vital de la mujer que hace cuarenta años
Barbra Streisand bloqueó porque no quiso interpretar dos de las canciones
compuestas por mí.
viernes, 16 de septiembre de 2016
Bombas fétidas, el arma definitiva de los servicios especiales para vencer a Hitler e Hirohito
Nuevos documentos desvelan que los norteamericanos planearon
usar un líquido sumamente hediondo para hacer perder la dignidad a los
oficiales del Eje
La Segunda Guerra Mundial supuso un avance en lo que a la
tecnología militar se refiere. Así lo demuestra el que a partir de 1939 se
perfeccionara hasta un nivel increíble el carro de combate (lo que dio como
resultado la creación de auténticas fortalezas rodantes como el Panzer VI
-”Tiger”-) y se empezara a coquetear con los primeros aviones a reacción (una
evolución que hay que atribuir a los alemanes).
Sin embargo, en la que fue una de las más sangrientas
contiendas de la historia también se experimentó con otro tipo de armas que,
por diferentes causas, fueron olvidadas en los laboratorios de los aliados y el
Eje.
Es precisamente en este segundo grupo de armas (las que no
llegaron a ser determinantes y quedaron simplemente en una anécdota) en el que
podríamos enmarcar un curioso artefacto ideado por los servicios especiales de
los Estados Unidos que buscaba que los oficiales germanos y japoneses fueran
objeto de burla por parte de sus soldados.
Este se correspondía con un líquido extremadamente fétido y
cuyo hedor se quedaba pegado durante horas a los mandamases de las facciones
enemigas. El uso de esta curiosa «bomba pestilente» ha sido descubierto en las
últimas semanas por la escritora Mary Roach y su uso ha sido hecho público en
el diario «Times» y el «Daily Telegraph»

El comienzo
Tal y como ha desvelado el diario (en base a una entrevista
con la escritora) es necesario buscar el origen de esta idea en 1943. Fue
entonces cuando un agente de los servicios especiales británicos (la Dirección
de Operaciones Especiales, o «Special Operations Executive» -SOE-), envió a uno
de sus colegas de la OSS (La Oficina Estadounidense de Servicios Estratégicos,
la predecesora de la CIA) una carta en la que le explica cómo podía fabricar
una sustancia sumamente pestilente que podría ser utilizada contra las fuerzas
enemigas.
La misiva está fechada el 4 de agosto de ese año y el agente
receptor fue el comandante Stanley Lovell, uno de los encargados del sabotaje a
los nazis en Francia. Cuando todavía faltaba un año para el Desembarco de
Normandía, el país galo totamado por los germanos, y el legítimo gobierno
franco en el exilio, la única forma en la que se podía hacer frente a los
seguidores de Hitler en la región era mediante pequeños actos de guerrilla.
Misiones que protagonizaba la mítica «resistencia» y algunos primigenios
agentes del servio de inteligencia como el que acabamos de nombrar.
Con este objetivo nació este líquido, el cual debería ser
arrojado de forma sutil contra los oficiales alemanes y japoneses durante las
reuniones que mantuvieran con sus hombres para que fueran objeto de mofa por la
peste que desperndían. Tal y como ha descubierto Roach en las cartas, buscaban
«proporcionar un líquido que produjera una prueba inequívoca de la falta de
limpieza personal de los oficiales».
Con todo, también fue ideado para ser lanzado en reuniones
públicas «libres de olor» debido a que la peste podría «desembocar fácilmente
en el miedo o el pánico». Esta curiosa mezcla fue denominada «Liquido S», y el
proyecto, «¿Por qué yo?».
Olor a heces
Las cartas que han desvelado la existencia del proyecto
fueron encontradas por Roach durante una investigación para su próximo libro.
Gracias a ellas, la estadounidense ha descubierto que a sus compatriotas les
gustaba tanto la idea de crear un arma de un olor repugnante, que se decidieron
a diseñarla.
Así pues, y aunque tardaron dos años en elaborarla, lograron
crear un líquido que oliera como si «el afectado tuviese la tripa suelta». Es
decir, a heces. Con todo, en un escrito enviado a una consultora química, el
teniente Mackenzie (de la OSS) también solicitó asesoramiento sobre una
sustancia tan apestosa como para dispersar multitudes y contaminar los
suministros enemigos. Según parece, esta nunca llegó a materializarse.
La fórmula mágica del «Santo Grial de la peste» (como le
lleama la escritoa) habría sido n-butírico, n-valérico, n-ácido caproico, y
escatol, lo que otorgó a este lote un olor fecal «potente y duradero».
Utilización
Pero... ¿Fue utilizado finalmente este líquido? Según Roach,
las primeras cápsulas se terminaron en febrero de 1944. Varias podrían haber
sido entregadas a agentes secretos noruegos, los cuales habrían recibido
órdenes de romperlos sobre los abrigos de los oficiales alemanes en sus
vestuarios. No obstante, de momento todo se basa en los documentos hallados.
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