miércoles, 14 de septiembre de 2016

Fiesta del arte: se admiten perros y niños



Fotografía, escultura, pintura, instalaciones, vídeos, dibujos. Creadores noveles y consagrados. Galerías recién llegadas y veteranas con cincuenta años a la espalda. Todos se apuntan


Se dice pronto pero han pasado cincuenta años desde que Elvira González (Madrid, 1937) abrió su primera galería. No viajaba sola en aquella aventura. La verdad es que jamás lo ha estado. En 1966, en tiempos de paleta en grises, inauguraba Theo junto a su esposo, Fernando Mignoni, un artista, lo mismo que ella, bailarina con MariEnmma, deseando acabar la función para perderse pos las salas de algún museo. Después abrió al suya, con su nombre en 1994. Pasó por la calle General Castaños 9. Estaba en el primer piso y tenía de vecino al gran Ramón Gaya. Hoy, con tres hijos ya crecidos que han echado los dientes en el mundo del arte, se traslada a un espacio nuevo. No es partir de cero, es seguir, continuar. «Un galerista nunca se retira», dice Isabel Mignoni, la mayor, dicharachera como su madre, muy cercana. El motivo del traslado es tan simple como que no les renovaban el contrato de arrendamiento del local donde estaban, «se nos echaba el tiempo encima y teníamos ganas de cambiarnos, era algo a lo que llevábamos tiempo dando vueltas. Necesitamos más sitio y techos más altos para las obras», explica.
Cinco meses frenéticos y un local de unos 300 metros cuadrados que lleva el sello de Marcos Corrales, arquitecto de cabecera de la familia. «El cambio significa energía positiva, los artistas están entusiasmados, les gusta el local, la claridad. Para ellos, desde Miquel (Barceló) a Waltercio (Caldas), también significa un reto», comenta. Afirma Elvira hija que a ellas siempre les han gustado las obra y todo lo relacionado con la arquitectura «y nos lo tomamos positivamente». ¿Es éste el emplazamiento definitivo? «Nunca se puede decir eso. Espero estar aquí muchísimo tiempo, pero decir que será el definitivo... En este espacio diáfano todo está a la vista, de ahí que parezca que es mayor de lo que realmente es. El local fue la antigua Papelera Española, después devino en un garaje para posteriormente convertirse en la Biblioteca del Cunef (Colegio Universitario de Estudios Financieros). Han cambiado un piso por un local de calle, «que te da visibilidad y te facilita, por ejemplo, la llegada de las obras, sobre todo las que son de gran tamaño».
- Una foto de Kahnweiler
Elvira González y sus hijas, Elvira e Isabel Mignoni, saben lo que es nadar con el viento en contra. Los comienzos en los sesenta no fueron fáciles, pero jamás la matriarca pensó en tirar la toalla. «Eso nunca», subraya Elvira. «Mi madre tiene una foto en su despacho y otra frente a su mesilla. En ambas está Kahnweiler, un ejemplo de marchante al que siempre ha tenido presente. Nunca le doblegaron y nunca se rindió. Es su ejemplo». Confía en que en este nuevo espacio las reticencias a traspasar la puerta de la galería, que aún existen, se disipen: «Se tiende a entrar como en silencio, para no importunar. Yo lo que quiero es que la gente entre y nos pregunte porque ninguna nacemos sabiendo. Cuando nos referimos a que esta o aquella exposición ha sido un éxito no es tanto por las ventas realizadas, sino por la repercusión que haya podido tener, porque ha funcionado el boca a boca, porque se ha sabido de ella. Para mí, eso es el éxito».
Elvira González inaugurará mañana su nuevo espacio en la calle Hermanos Álvarez Quintero, 1 y se sumará a la fiesta del arte, esa concentración que por séptimo año reúne a 43 galerías de Madrid, unidas en lo que se ha bautizado como «la fiesta del arte contemporáneo». En 2015 pasaron 24.000 personas durante los tres días que duró la iniciativa. Habrá 30 coleccionistas internacionales a los que se ha in invitado y se espera recibir a una veintena de representantes de importantes instituciones culturales. Para Damián Casado, de la galería Casado Santapau y presidente de Arte Madrid, el objetivo es «que la gente acuda con normalidad y pierda el miedo. Pueden entrar perros y niños, no hay problema. La clave es poder crear durante tres días esa confianza para que nos visiten durante todo el año. Además, por la zona en donde estamos siempre hay algo que ver, algún restaurante donde dejarse caer. Se lo ponemos bastante fácil» y añade que «somos la única industria cultural gratuita». Comenta que, mientras en Madrid es complicado quedar para «ir de galerías» en Europa sí es un plan de fin de semana y «cuando salimos al extranjero lo hacemos. Es algo muy curioso». Si atendemos al orden alfabético de la lista abre Álvaro Alcázar y cierra Utopía Parkway. Entre medias, veteranísimas como Juana de Aizpuru, Marlborough o la propia Elvira González; propuestas más novedosas de la mano de Pérez Hernando o de Álvaro Alcázar. Cayón, por ejemplo, se dará un festín con las obras de Cruz-Díez y Guillermo de Osma nos hará soñar de nuevo con los juguetes en madera de Joaquín Torres García, una delicia. Si quiere echar un vistazo a las imágenes de Castro Prieto, no tiene más que dejarse caer por Blanca Soto. Helga de Alvear será fiel a la cita con uno de sus valores seguros, Santiago Sierra. En Moisés Pérez de Albéniz ayer terminaban de montar a toda prisa. El ambiente que se respira en las galerías es de cierto optimismo, aunque el pistoletazo de salida está por darse aún, sólo faltan horas. Cuando le preguntamos a Isabel Mignoni nos confiesa que la estabilidad «se nota a ratos. Vamos a ver cómo funciona la temporada porque no lo sabemos aún. Está por empezar, pero va a depender de cómo marche la política», comenta.
Carrera de fondo
¿Es un simple gesto esta apertura conjunta? Los responsables de las mismas no desean que se interprete así, aunque no quieren que la denominada «fiesta» se reduzca únicamente a tres días, pues el año es muy largo y no solamente viven de Arco y ferias aledañas. «La carrera de galerista es de fondo. Siempre cuesta, pero te vas entrenando», comenta Mignoni. En su caso la labor que ejercían sus padres era vista como otra cualquiera: «Cuando mi madre abrió la galería, en aquellos años, era como si tuviera una peluquería, como si fuera una tendera. Hoy es otra cosa, ha cambiado muchísimo. Mujeres como ella, Juana de Aizpuru y Juana Mordó han dignificado la profesión», comenta.
¿Qué recuerdan de los artistas que trabajaban con sus padres? Elvira guarda mil anécdotas. De Esteban Vicente, «lo feliz que fue al final, al ser reconocido en un país que le había obviado y que le respetaba. Era un ser humanamente excepcional». Miró era «cariñoso y enormemente agradecido». En el polo opuesto, «la frialdad de Donald Judd, más mental, también, pero increíble. Nos ayudó muchísimo». Hay un par de máximas que repite: el artista siempre te da y de él es de quien verdaderamente aprendes: «Llegas, con el tiempo y el trato, a crear una auténtica familia. Yo siempre digo que el mío no es un privilegio de profesión, sino de vida». La matriarca está muy satisfecha con el nuevo espacio. «Ahora que soy madre es cuando me doy cuenta de la cantidad de pienso puente que ha tenido que hacer en la vida para inaugurar una exposición en Japón y acudir a la graduación de uno de nosotros en el otro extremo del mundo. Ella nos inculcó el amor por el trabajo, lo hemos mamado y es algo natural».





Muchos menos una visita al Museo Munch en 2016


El año pasado contribuyó exposición de Vincent van Gogh para registrar las visitas al Museo Munch. En años experiencia en el museo una caída en el número de visitantes de más de 70.000


OSLO . NOLRUEGA  - marcas Museo Munch disminución de interés por parte del público este año. Mientras Vincent van Gogh ayudó registros de la oficina el año pasado, las exposiciones no esta del año tenían un atractivo similar a la audiencia.
El verano pasado fue la gente en la cola para la exposición de Van Gogh + Munch .
172000 solicitantes como en el período comprendido entre mayo septiembre muestran con la audiencia preferida Vincent van Gogh juntos con Edvard Munch.
La exposición mostró la estrecha relación entre Munch y Van Gogh y cómo estancias en París fue un punto de inflexión para ambos.
Total de 255.000 personas visitaron las exposiciones del museo Munch año pasado, mientras que el número de visitantes lo que va de año, sólo 139.000. Al mismo tiempo el año pasado el número de visitantes de 212 a 500, es decir, una disminución significativa.

lunes, 12 de septiembre de 2016

Muere la enfermera del beso que simbolizó el fin de la II Guerra Mundial



Greta Zimmer Friedman, según su relato, no supo que la habían fotografíado hasta 20 años después. Una investigación la confirmó en 2012 como la enfermera frente a otras pretendientes
Esta es la historia de un beso eterno. El que la enfermera Greta Zimmer Friedman y el marinero George Mendonsa, según su propio relato, se dieron el 14 de agosto de 1945 en Nueva York sin conocerse ni decirse los nombres. Un encuentro nacido para el olvido y que, sin saberlo ellos, inmortalizó Alfred Eisenstaedt e hizo mundialmente famosa la revista Life. La imagen simboliza como pocas el fin de la II Guerra Mundial. Un icono que pasados más de 70 años y pese a que nunca se ha acallado la polémica sobre la verdadera identidad de la pareja está destinado a sobrevivir a sus protagonistas. Eisenstaedt, que alcanzó la gloria al retratar a personalidades tan dispares como Joseph Goebbels, Albert Einstein, J.F. Kennedy o Marilyn Monroe, murió en 1995. Y el jueves pasado le llegó el turno a Greta Zimmer. A los 92 años, con la cadera rota, osteoporosis avanzada y una neumonía fulminante, falleció en Virginia. Sólo Mendonsa, un pescador retirado de 93 años, sigue con vida.


El relato de la fotografía es el de una casualidad. Zimmer, que en realidad era asistente dental, siempre contó que salió de la clínica aquel 14 de agosto para comprobar si era verdad lo que había escuchado en el trabajo. Muy cerca de su oficina, en Times Square, en pleno corazón de Manhattan, halló la respuesta. La algarabía reinaba. Los cárteles luminosos, como recordaría años más tarde, parpadeaban con frenesí: V-J Day (Día de la Victoria sobre Japón).
“De repente, me agarró un marinero. No fue tanto un beso como un acto de celebración: él ya no tenía que volver al Pacífico, al frente donde había combatido. Me tomó en brazos porque me vio vestida como una enfermera y estaba agradecido a todas las enfermeras. No fue algo romántico, sino una forma de decir: ‘Gracias a Dios, la guerra ha terminado”, contaría 60 años después Greta. “Yo había ido con una amiga a un show al Radio City Hall, cuando interrumpieron para decir que la guerra había acabado. Salí fuera, estaba exultante, vi a una enfermera y la besé por pura alegría”, recordaría Mendonsa.

Tras el beso, ambos se separaron. No se pidieron los nombres. No volvieron a verse. Greta, siempre según su relato, ni siquiera supo que le habían tomado una foto. Eso lo descubrió casi 20 años después cuando miraba el libro El ojo de Eisenstaedt. Allí, en una imagen titulada V-J Day, se vio a sí misma sin identificar. Escribió a Life para pedir una copia. No se la dieron. Es más, le indicaron que muchas personas se habían hecho pasar por la enfermera y que ellos ya habían encontrado a la auténtica. Greta no le dio mayor importancia.


No fue sino hasta 1980 cuando Life reinició la búsqueda y volvió sobre sus pasos hasta dar con Greta. Eisenstaedt, según la versión de ella, le pidió disculpas por tanto tiempo de anonimato. Pese a ello, durante años aparecieron otras personas que se consideraron la enfermera. Aunque nunca se apagó el fuego de la duda, ayer medios estadounidenses y agencias internacionales daban el homenaje final a Greta. En esta determinación tuvo un peso fundamental la publicación en 2012 de una detallada investigación que concluía que Greta y George eran los protagonistas de la imagen.


También jugó a favor el reencuentro en 2012 de ambos ancianos en Times Square. Hubo fotos y brilló en las noticias. Pero ya no fue lo mismo. Ya no eran la enfermera ni el marinero. No estaba presente la blanca curvatura de Greta ni el ímpetu de George. Tampoco se sentía el aliento de la guerra, de la devastadora barbarie que acabó con 60 millones de vidas. La victoria se había vuelto pasado. Aquello que hizo que la imagen de 1945, con su glorificación de la vida, pasara a la historia era un recuerdo.
Greta Zimmer nunca creyó haber merecido la fama: “Fue algo que ocurrió, no que hice”. Su vida, de hecho, no se detuvo en la melancolía. Judía de origen austriaco, sus padres murieron en el Holocausto y ella pisó tierra estadounidense a los 15 años. Terminado su trabajo de asistenta dental, dio rienda suelta a sus pasiones: obtuvo una licenciatura en artes, tuvo dos hijos y al final de sus días se dedicó a restaurar libros. En sus fotografías de familia, aparece como una anciana pletórica.
Tras su muerte, sus parientes anunciaron que será enterrada junto a su marido, un general de infantería, en el cementerio de Arlington. En sus años finales, aunque siempre distante, mantuvo contacto con George, también casado. Ambos, con delicadeza, se enviaban postales de navidad. En la eternidad quedarán unidos por un beso que se dieron como desconocidos.

LAS DOS MUERTES DE LA ENFERMERA
J.M.A.
El beso de Times Square ha tenido desde sus inicios múltiples pretendientes. En blanco y negro y con los rostros parcialmente tapados, la identificación de los protagonistas nunca se aclaró del todo. Once hombres reclamaron ser el impetuoso marinero y tres mujeres, la enfermera. Una de ellas, Edith Slain, muerta en 2010 a los 91 años, llegó a ser considerada durante años como la auténtica. “Le dejé besarme porque había estado en la guerra”, decía esta profesora de educación infantil de Beverly Hills.
Gran parte de este debate se debió a que el experimentado Alfred Eisenstaedt, al tomar la imagen, no preguntó los nombres de los protagonistas y en la publicación de Life aparecieron sin identificar. Tampoco el fotógrafo fue capaz posteriormente de aclarar qué pretendiente era el verdadero.

El resultado fue una controversia interminable, en la que poco a poco Greta Zimmer Friedman y George Mendonsa ganaron puntos. El Proyecto de Memoria Histórica de los Veteranos de la II Guerra Mundial la entrevistó como tal y ahí la antigua asistente dental pudo dar su versión completa. Pero el mayor impacto procedió del libro El marino que besaba: el misterio detrás de la fotografía que puso fin a la Segunda Guerra Mundial. En esta investigación, publicada en 2012, Lawrence Verria and George Galdorisi, tras recoger infinitud de testimonios e indicios, entre ellos la estatura y el pelo, destronaban a Shain y daban el reconocimiento a Greta Zimmer, una judía austriaca, cuyos padres habían muerto en el holocausto.
Aunque el misterio posiblemente nunca desaparecerá, ayer la muerte de Greta, al igual que hace seis años la de Slain, fue recogida por grandes agencias y medios estadounidenses. Por segunda vez, moría la protagonista del beso eterno.