El Guggenheim de Bilbao exhibe la primera gran retrospectiva en 20 años de
Niki de Saint Phalle
Violentos lienzos creados a tiros de escopeta. Y coloristas
y optimistas esculturas de mujeres de cuerpos orondos. Dos creaciones
aparentemente muy opuestas pero salidas de la misma mano, la de Niki de
Saint Phalle (1930-2002), uno de los grandes nombres del arte del
siglo XX pero también uno de los menos atendidos por la historiografía. Fue
la primera gran artista feminista y la primera mujer en dejar su impronta en el
espacio público. Y fue, también, una creadora que a lo largo de toda
su carrera aunó la violencia y el caos con lo lúdico y la alegría de
vivir. Todo ello luce ahora en una gran -por calidad y cantidad-
retrospectiva en el Guggenheim de Bilbao, hasta el 11 de
junio, y que es la primera antológica de la autora en dos décadas
Ciento setenta obras expuestas cronológicamente y salpicadas de textos,
fotografías y películas que contextualizan su creación, explican su evolución y
muestran todas sus facetas: pintora, escultora, grabadora, performer
y cineasta. Y, sobre todo, evidencian su lucha por cuestionar
los cánones establecidos y reivindicar un nuevo papel de la mujer en
la sociedad. Una lucha contradictoria -Saint Phalle fue modelo de alta costura
antes que artista- y una lucha que le llevó a crear su propio mundo: paradójico
y singular, e inspirado en Gaudí, Dubuffet y Pollock.
La obra del arquitecto la conoció, en 1955, durante un viaje a Barcelona.
«Allí vi el magnífico Park Güell de Gaudí. Descubrí a la vez a mi maestro y mi
destino. Temblé. Sabía que yo también, algún día construiría un jardín de
alegría. Un pequeño rincón del paraíso». Un rincón en el paraíso que
materializó 43 años después con el proyecto más importante de su
carrera: el Jardín del Tarot, un parque de esculturas
monumentales en la Toscana
que evocan los 22 arcanos del tarot y que financió ella misma a través de la
creación y venta de perfumes, joyas, grabados y libros de artista.
Pero antes hubo tiempo para sus primeras obras de aire naíf
y su famosa serie de los Disparos: sobre una superficie
convenientemente preparada, colocaba contenedores con pigmentos y disparaba -o
invitaba al público a hacerlo- creando explosiones de color que configuran en
vivo la obra de arte. Hay muchas lecturas de estas performances:
asesinato, crítica social y política, reivindicación feminista... Pero su
explicación era más terapéutica que filosófica: «A nivel psicológico,
tenía todo lo necesario para convertirme en terrorista. En lugar de ello,
utilicé las armas para una buena causa: la del arte».
Mujeres al poder
Los desajustes emocionales venían de su infancia pasada en una familia
aristocrática conservadora y violenta, con un padre que abusó de ella y una
madre con la que mantenía una tensa relación. Su historia aparece
recurrentemente en su obra. Ahí están Daddy, el filme en el que evoca a
su progenitor, y otra de sus famosas series Madres devoradoras,
figuras que se mueven entre la amabilidad y el terror (dos encantadoras
damas se comen un cuerpo durante la hora del té) y que son la antítesis de
las Nanas, las esculturas que le hicieron más popular y que son
la manifestación de un nuevo mundo en el que las mujeres ostentan el poder: «El
comunismo y el capitalismo han fracasado. Creo que ha llegado el momento de una
nueva sociedad matriarcal. ¿Acaso la gente seguiría muriendo de hambre si las
mujeres intervinieran?